"El bloc"
Gañote vil
"A principios de siglo, cuando brotaban billetes de las adelfas sitas en las medianas de las autovías, diciembre era como el París de Hemingway"
La agenda prenavideña empieza a ser una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo, metabolizada la crisis lampante 2008 y asumido el carpe diem como filosofía de fin de era tras el zurriagazo de muerte de la pandemia.
A principios de siglo, cuando brotaban billetes de las adelfas sitas en las medianas de las autovías, el mes de diciembre era como el París de Hemingway: una fiesta permanente. Cada consejería agasajaba con un banquete de tres platos más trago largo en el que la mayor preocupación era no perder camino de casa el obsequio institucional, ora una sudadera de marca ora un queso regional. Llegaba luego enero para, en lugar de resaca y cuesta, rematar con la visita a Fitur porque ahí queríamos llegar.
Arturo Bernal, al frente del negociado de la cosa, ha puesto el dedo en la llaga de algún presidente de diputación que le reprocha sus restricciones en el macro-congreso de la industria mundial del turismo de Madrid.
“Allí se va a trabajar”, ha espetado con severidad para escándalo de políticos de otro signo… pero sonrisa socarrona de cuantos hemos, en alguna ocasión, gozado de la hospitalidad institucional en aquel evento. En el argot periodístico, se bautizó como “mangazo” lo que en otras partes se denomina “gañote vil” y ambas denominaciones se ajustaban como un guante al disfrute discrecional de esas exquisiteces adquiridas con partidas presupuestarias bajo el epígrafe de “promoción turística”.
Hemos vivido muy bien, pese a los magros sueldos, y a los más veteranos nos sabe quizá a poco el modesto ágape de la empresa. Pero es mucho más importante el ratito de confraternización con los compañeros que el tataki de Dios sabe qué bicho sobre un plato cuadrado. Aquellos tiempos pasaron. Fueron divertidos, pero está bien que no vuelvan.
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