
Aves
Un estudio confirma que las aves viven un ciclo de día sin fin por culpa de la contaminación lumínica
La luz de las ciudades alarga la jornada de las aves casi una hora, pero este tiempo extra es un arma de doble filo: podría darles más margen para alimentarse o desajustar fatalmente su reloj biológico

La omnipresente luz artificial de las ciudades está modificando de manera profunda los ciclos de las aves. Un estudio de grandes dimensiones ha revelado que la contaminación lumínica alarga la jornada de estos animales en un promedio de 50 minutos, un cambio considerable en sus rutinas naturales que altera sus ritmos biológicos y plantea serias dudas sobre su bienestar. Se trata de un claro ejemplo de cómo la expansión urbana afecta a la fauna, un fenómeno global que pone en peligro a múltiples ecosistemas y que incluso amenaza a especies de ballenas recién descubiertas que ya se encuentran amenazadas.
En concreto, el análisis demuestra que las aves afectadas por la iluminación nocturna comienzan su canto unos 20 minutos antes de que salga el sol y lo prolongan hasta media hora después del ocaso natural. Esto se traduce en casi una hora extra de actividad diaria, una alteración impuesta por el entorno urbano que interfiere directamente con los patrones que han regido su comportamiento durante milenios.
Además, la robustez de estas conclusiones se apoya en una base de datos extraordinaria, compuesta por millones de grabaciones de audio de más de quinientas especies, recopiladas a través del programa de ciencia ciudadana BirdWeather, tal y como recogen desde el medio NPR. La escala del proyecto ha permitido identificar estos patrones de comportamiento con una precisión sin precedentes.
No todas las especies sufren por igual
De hecho, la investigación desvela que no todas las aves reaccionan del mismo modo ante este fenómeno. El factor determinante parece residir en su propia fisionomía: aquellas especies que poseen ojos más grandes en relación con su tamaño corporal son considerablemente más sensibles a la luz artificial. Especies muy comunes en Norteamérica, como el petirrojo americano o el cardenal norteño, mostraron una respuesta especialmente intensa a la presencia de luz durante la noche. Esta mayor sensibilidad está directamente relacionada con su anatomía ocular, un campo donde otras especies han desarrollado adaptaciones fascinantes, como el mecanismo que provoca que los ojos de los gatos brillen en la oscuridad.
Por otro lado, el estudio también ha identificado un inesperado factor de protección. Las especies que anidan en lugares resguardados, como las cavidades de los árboles, se ven menos afectadas por la iluminación de las ciudades. Sus refugios nocturnos les proporcionan una barrera eficaz contra una exposición que, para otras aves que duermen a la intemperie, resulta constante e inevitable.
Sin embargo, la gran incógnita que el estudio deja sin resolver es si esta prolongación forzada de la jornada resulta, en última instancia, beneficiosa o perjudicial. Por un lado, una jornada más larga podría ofrecerles más tiempo para buscar alimento y cuidar de sus crías, lo que representaría una ventaja adaptativa en el competitivo entorno urbano.
No obstante, la otra cara de la moneda es mucho más preocupante. Esta interferencia con la oscuridad podría perturbar gravemente su sueño y desajustar sus ciclos hormonales. Las consecuencias para su salud y su capacidad de reproducción a largo plazo son, por ahora, un misterio que futuros estudios deberán esclarecer.
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