
Mascotas
¿Por qué tu gato tiene las patas blancas? El misterio detrás de los 'calcetines' resuelto
Este fenómeno, tan habitual en los gatos que conviven con humanos, se debe a la migración incompleta de ciertas células durante la gestación y se relaciona con la domesticación felina

Las manchas blancas que adornan el pelaje de tantos gatos domésticos, a menudo consideradas una mera particularidad estética, son en realidad una huella visible de un profundo y dilatado proceso de coevolución. Aunque extremadamente comunes en los felinos que comparten nuestros hogares, esta característica es, por el contrario, muy rara en sus parientes salvajes. Esta distinción apunta a un origen y una función que trascienden lo meramente superficial.
El origen de estas áreas sin pigmento se remonta al desarrollo embrionario del animal. Se producen cuando los melanocitos, las células productoras de pigmento, no consiguen alcanzar todas las partes del cuerpo durante su migración desde la cresta neural, una región celular ubicada a lo largo de la futura columna vertebral del embrión. Este proceso incompleto da lugar a la distribución característica del color que observamos en los gatos con manchas.
Por lo tanto, el hecho de que estas marcas sean casi omnipresentes en gatos domésticos y prácticamente inexistentes en gatos salvajes no es una casualidad. Los ancestros de nuestros gatos domésticos pertenecen a la subespecie salvaje Felis silvestris lybica, originaria de las áridas regiones de África y Asia. En su hábitat natural, estos felinos salvajes desarrollan pelajes con colores terrosos, rayas y manchas difusas, pensados para el camuflaje y para mimetizarse con matorrales y terrenos pedregosos, un factor crucial para su supervivencia y para la caza.
La docilidad, ligada al pelaje
Estas zonas blancas sobre un fondo de otro color se enmarcan dentro de un fenómeno biológico conocido como pielbaldismo. Este patrón no es exclusivo de los gatos; es notablemente común en otras especies domesticadas, como es el caso de perros, vacas y caballos, lo que sugiere una conexión evolutiva común ligada a la intervención humana. Para los felinos salvajes, con sus pelajes diseñados para mimetizarse con el entorno, la presencia de patas o zonas blancas habría supuesto una considerable desventaja, comprometiendo su capacidad de pasar desapercibidos ante presas y depredadores.
En este sentido, la cohabitación entre humanos y gatos, que se inició hace aproximadamente 10.000 años con el advenimiento de la agricultura, desempeñó un papel crucial en este cambio. Fue durante este prolongado periodo cuando la interacción y la selección artificial, consciente o inconsciente, de características físicas se intensificó. Los humanos, al no requerir el camuflaje como un factor de supervivencia prioritario para los gatos domesticados, empezaron a favorecer rasgos estéticos o de comportamiento, lo que llevó a la emergencia y la consolidación de las manchas blancas. Este proceso no solo moldeó el aspecto físico de los gatos, sino también sus rasgos conductuales, adaptándolos a la convivencia con el ser humano.
Por último, estudios científicos recientes han puesto de manifiesto una conexión de calado: las marcas blancas están genéticamente asociadas a ciertos rasgos de comportamiento. Específicamente, se ha detectado una vinculación entre la presencia de estas manchas y la docilidad y tolerancia al contacto humano, un patrón que, como ya se ha mencionado, se ha observado repetidamente en múltiples especies que han pasado por procesos de domesticación. Así, las manchas blancas dejan de ser un mero detalle estético para convertirse en un rastro genético, un testimonio de una relación que ha perdurado durante diez milenios, donde la biología del animal refleja la profunda historia compartida con la humanidad.
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