Es un palimpsesto cultural

Una ciencia permite descifrar el origen de la palabra 'Zaragoza'

La milenaria disciplina explica la relación entre 'Salduie' y el nombre de la capital maña

Panorámica de Zaragoza
Panorámica de ZaragozaCreative Commons Google- Wikimedia Commons

El nombre de una ciudad es mucho más que una simple etiqueta; es la huella de su pasado, un reflejo de su identidad y una ventana a las civilizaciones que la habitaron. La etimología de la palabra Zaragoza no es la excepción. Lejos de tener un origen único, su nombre es el resultado de un fascinante proceso de siglos, en el que se fusionaron las lenguas y las culturas de íberos, romanos, árabes y, finalmente, castellanos. Un recorrido que nos invita a redescubrir la capital aragonesa desde sus raíces más profundas.

El viaje comienza en la segunda mitad del siglo III a.C., con la antigua ciudad ibérica de Salduie. A esta urbe, documentada en monedas de la época con el nombre de 'Salduvia', se le considera la precursora directa de la actual capital aragonesa. Este topónimo ibérico perduraría hasta la llegada de los romanos, momento en el que la historia de la ciudad tomaría un giro decisivo, dejando atrás su denominación original para adoptar una nueva que honraría al hombre más poderoso del imperio.

La herencia romana y árabe

En el año 14 a.c., la ciudad fue refundada y rebautizada por el emperador Octaviano como Caesar Augusta (o Caesaraugusta), un nombre que buscaba inmortalizar su figura. Esta denominación romana, que se mantuvo durante siglos, es la base más evidente del nombre que conocemos hoy. Con la llegada de los árabes a la Península, el nombre volvería a evolucionar, adaptándose a su nueva fonética. De la unión del árabe y el latín, surgió la palabra "Saraqusta", que también era conocida como Medina Albaida ("ciudad blanca"). En este proceso de fusión, se perdería la primera 'u' de “Caesaraugusta” y la 'g' se transformaría en una 'q' oclusiva sorda, un cambio que marca un hito en la evolución del nombre.

Más tarde, en el siglo XI, la 'q' se convertiría en una 'g' oclusiva sonora, un cambio que muestra la profunda influencia de la lengua castellana en el nombre. Así, de 'Saraqusta' pasaría a llamarse 'Saragusa', una adaptación fonética que perduraría hasta el siglo XVII. Por último, la pronunciación de las 's' se adelantaría a una posición alveolar dental, y la 'u' se convertiría en una 'o', dando como resultado la palabra Zaragoza tal y como la conocemos hoy.

Un crisol de culturas en un solo nombre

A lo largo de los siglos, el nombre de Zaragoza ha sido un testigo silencioso de la compleja y rica historia de España. El nombre que hoy pronunciamos es un palimpsesto cultural que ha ido reescribiéndose con el paso del tiempo. Desde las raíces íberas y la gloria romana, hasta la sofisticación árabe y la influencia castellana, cada una de estas etapas ha dejado una marca indeleble en el nombre de la ciudad, en su historia y en su identidad.

Este proceso etimológico demuestra que Zaragoza ha sido un crisol de culturas, un punto de encuentro donde se han fusionado las tradiciones y los idiomas de diversas sociedades. Lejos de ser un simple capricho lingüístico, el origen del nombre de Zaragoza es una prueba más de que su patrimonio es una herencia compartida y que su identidad es el resultado de un enriquecimiento histórico continuo.