Pueblos turísticos

El secreto del pueblo naranja patrio que enamora al National Geographic

Su castillo es una joya defensiva declarada Bien de Interés Cultural desde 2006

Anento, Teruel
Anento, TeruelFlickr

En un valle resguardado entre colinas zaragozanas, un pueblo que parecía condenado al olvido se reinventó. En las décadas finales del siglo XX apenas quedaba una sombra de población. Hoy, en cambio, Anento se asoma orgulloso —y lleno de belleza— con sus casas restauradas, sus callejuelas de piedra y su aire pausado, como una sorpresa para el viajero que se deja caer por el valle del Jiloca. Detrás de esa transformación está el empeño colectivo de vecinos y antiguos veraneantes que, a base de hacer equipo, plantaron la semilla de un renacer inesperado, demostrando que incluso las poblaciones más pequeñas pueden resurgir sin perder su esencia.

Como ocurre en otros rincones de Aragón que han sabido preservar su identidad, esta pequeña población combina patrimonio histórico con un entorno y un colorido que engatusan. La recuperación del casco urbano y la protección de espacios naturales como el Aguallueve convierten a Anento en un ejemplo de cómo un pueblo puede renacer. El encanto de este lugar, que se resiste al olvido, reside en una armoniosa combinación entre su rica historia y la belleza de sus paisajes.

Un legado de historia y fortaleza

Casco histórico Anento
Casco histórico AnentoCreative Commons Google-unpaispararecorrerselo.com

Anento surge en la Edad Media, ligado al entramado de la Comunidad de Daroca, cuya historia se remonta al siglo XII. Su aldea fue un centro de conflicto en 1357, cuando fue incendiada por los castellanos, pero permaneció firme ante los asaltos. Sus piedras hablan de resistencia y de una inquebrantable fortaleza. El castillo, construido en roca rojiza por musulmanes y restaurado en el siglo XIV, conserva su foso, almenas piramidales, torres gemelas y el puente levadizo, una joya defensiva declarada Bien de Interés Cultural en 2006. Esa fortaleza que dominaba el valle hoy es un mirador de visita imprescindible.

Junto al castillo se alza la iglesia de San Blas, románica del siglo XIII con elementos góticos añadidos más tarde. Su retablo mayor, obra del Maestro Blasco de Grañén, es uno de los mayores y más valorados del gótico aragonés, y conserva frescos protorrománicos que emergieron en los muros en 1989. También deslumbra el torreón celtíbero de San Cristóbal, un fragmento de piedra datado en torno al 200 a.C., que enlaza con orígenes aún más antiguos. Esta riqueza patrimonial es la prueba de que Anento es un lugar donde cada rincón cuenta una lección de su pasado.

El encanto del agua y la tradición

Visita al Aguallueve de Anento
Visita al Aguallueve de AnentoCreative Commons Google-ecologistasenaccionhuesca.org

El encanto de Anento no termina en sus monumentos, sino que se extiende a su naturaleza. Fuera del casco urbano emerge Aguallueve, un manantial que arroja agua cristalina sobre musgo y roca vertical, generando un paisaje de estampa. Una ruta señalizada de pocos kilómetros permite llegar fácilmente y conectar con la naturaleza más delicada del entorno. Las viviendas tradicionales se funden con el paisaje: los muros se pintaron con tonos que imitan la tierra circundante, y las callejuelas empedradas conservan esa esencia rural tan acogedora.

Más allá de su patrimonio arquitectónico, Anento conserva una rica tradición cultural con sus fiestas y costumbres. Las celebraciones de San Blas y Santa Bárbara, en febrero y diciembre respectivamente, mantienen vivas las raíces del pueblo. Durante estas fechas se organizan procesiones, comidas populares y actividades en las que participan tanto vecinos como quienes visitan la zona.