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La belleza del dinero

El arte es un valor que no se deprecia. Pero el dinero no es lo único que mueve a poseer obras de arte. Hay personas cuyo enorme patrimonio ya no sería lo mismo si no se contase su colección de pintura

Algunos de estas colecciones perduran intactas, como la del duque de Sutherland o la de la Casa de Alba
Algunos de estas colecciones perduran intactas, como la del duque de Sutherland o la de la Casa de AlbaTeresa Gallardo

Cuando se tiene todo –materialmente hablando–, sólo queda aspirar a poseer la belleza. Su expresión más sublime es lo que denominamos «arte». Cuando se posee la tierra y no se puede tener el cielo –aquellos emperadores y reyes que creían en su poder telúrico–, sólo quedaba esa mediación entre lo divino y lo humano: el arte. Las colecciones reales en España fueron el ejemplo de que el poder político debía asentarse atrayendo a la corte a los mejores pintores. Algunos de estas colecciones perduran intactas, como la del duque de Sutherland o la de la Casa de Alba, ambas de incalculable valor, aunque cuantificable en el mercado. Los primeros fueron protagonistas de un suceso que mantuvo en alerta a los potentados de medio mundo y posibles compradores. Sacaron a la venta dos pinturas de Tiziano cuyos antepasados habían llevado a Escocia durante la Segunda Guerra Mundial; el precio era de 126 millones de euros y el comprador, la National Gallery debía recaudar el dinero en un tiempo récord sino quería que acabara en manos de algún jeque árabe o magnate ruso del gas.

La belleza del dinero
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Los Alba han sabido conservar el conjunto de su colección, de momento. De la aristocracia y los grandes títulos nobiliarios –hoy con patrimonios más mermados– , se ha pasado a grandes fortunas amasadas en negocios de todo tipo. Ahí están el inversionista Steve Cohen, el constructor Eli Broad, el propietario de las más exclusivas marcas de lujo François Pinault, o el hotelero Steve Wynn. Este último anuncia en la puerta de sus hoteles en Las Vegas que el cliente podrá contemplar obras de Van Gogh, Monet o Picasso. Sin embargo, perdura la base de la que es considerada la mayor colección privada del mundo, la Wildenstein, formada por un marchante que compró arte de los grandes artistas del siglo XIX y XX. De las diez mejores colecciones, cinco son norteamericanas (cuatro de ellos de Nueva York), lo que indica dónde, todavía, sigue estando el dinero. El mercado ha cambiado con la irrupción de los estados petroleros, China y Rusia, pero no hay tantas obras de los grandes maestros disponibles para tanto rico: Rembrandt, Vermeer, Rubens, Tiziano.