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Badiola: «El arte ha dejado de tener una función social»

«Malformalismo» es el título de la primera obra escrita del escultor, que mezcla ensayo, ficción y autobiografía

El escultor Txomin Badiola
El escultor Txomin BadiolaLuis Díaz

Txomin Badiola (Bilbao, 1957) ha vuelto a un ruedo artístico del que nunca se ha ido. En 2016 aterrizó en el Palacio de Velázquez de Madrid y ahora lo hace en las librerías con su primera obra escrita, un libro que lleva por título «Malformalismo» (Caniche Editorial), a caballo entre el ensayo y la ficción y en el que ha dejado pinceladas de su biografía. Se le asocia con el grupo de la denominada nueva escultura vasca (Pello Irazu, Juan Luis Moraza, Ángel Bados, entre otros), aunque por parte de estos creadores señala que nunca existió la idea de presentarse en grupo, «aunque sí esa noción de estar en el mismo contexto intergeneracional que tanto nos aportó. Hemos convivido todos dentro de la misma salsa sin necesidad de expulsar a nadie».

Cuenta, volviendo al libro, que la editorial le pidió un texto sobre la idea de las malas formas y, obediente que es, se pudo manos a la obra. «No era un proyecto sencillo de llevar. Implicaba que debía tomar distancia y situarme fuera para poder hablar con autoridad», asegura. Lo que en principio comenzó de una manera cambió totalmente de rumbo «y se convirtió en algo de difícil catalogación. Yo escribía y me dejaba llevar por mis apetencias y deseos. No es ésta una escritura narrativa, sino que he trabajado como lo hago con mis formas plásticas y he hecho que admitan mis contradicciones internas». Dice que fue en ese momento cuando todo cambió: «Vi que la cosa se iba organizando y que surgía delante de mí algo con diferentes niveles de lectura vinculadas todas ellas a experiencias vitales». Confiesa que hay quien ha creído reconocerse en algún personaje, que casi se lo ha adjudicado como propio aunque no lo sea. «Eso es lo que no sabe», dice con cierta ironía.

Jugar con la ambigüedad

Define esta obra como «un libro de intenciones y no de resultados». Quienes aparecen lo hacen con iniciales y no con sus nombres, «precisamente para jugar con la ambigüedad entre realidad y ficción pero sí, hay quienes se han buscado». Igan O. tiene de Badiola «prácticamente todo. Siempre he tenido una experiencia fragmentada de mí mismo. Y ahí, en esas páginas, están presentes mis yoes. Yo no quería abordar la obra con un narrador en primera persona y fue entonces cuando decidí dividirme en tres. Todo ellos son yo, pero no lo es ninguno completamente», asegura.

Habla con las manos, las posa sobre la mesa, trabaja con ellas haciendo formas en el aire. ¿Es este un libro con volúmenes? Cuenta entonces que lo que ha conseguido es que «exista un espacio dentro de un terreno que es abrupto y pedregoso, que exista un camino. Ese ha sido el gran reto». Salen en la conversación los premios y desvela su «relación distanciada con ellos, consciente de su nivel de arbitrariedad. Dependen de tantas coyunturas. Están bien, claro, pero para mí no significan tanto, aunque sí sean importantes socialmente. ¿Cuánta gente se merece un premio? Ahora, desde luego, mejor si te lo dan». Si le dieran uno como el Velázquez, lo aceptaría, aunque puntualiza: «Renunciar puede tener un mayor rendimiento que aceptarlo y eso se calcula». Y no mira Badiola a nadie.

¿Tiene el arte hoy una función social? El artista vuelve a deslizar las manos sobre la mesa: «Ha dejado de tenerla. No creo que el artista pinte mucho socialmente hablando. No existe un espacio de influencia, sino que éste se ha convertido en un espacio de escándalo. Además, la pretensión del arte político de años atrás me resulta ahora bastante inocente. Si tienes una voluntad política fuerte y clara el arte no es el lugar adecuado. Hay muchos otros donde tu aportación puede resultar bastante más efectiva con respecto a las necesidades de la sociedad». Luego deducimos que el arte hoy poco puede cambiar: «Es una intención completamente vana. El arte debe ser efectivo desde sus propios medios y estos no son los del cambio social a corto plazo».

Reflexiona sobre la ausencia en países como el nuestro de lo que denomina una «dimensión terrenal del artista en la que tienes un no lugar. Sería, desde luego, deseable esa normalización, que no se nos viera entre la insignificancia absoluta y esa especie de elevación a los altares, algo que no sucede en los artistas anglosajones». Badiola se define como un creador «tozudo con ciertas cosas. Creo que lo he sido a la hora de reivindicar determinados aspectos del arte en un momento en que no se reivindicaban. Siempre he tenido a mi lado a un amplio grupo de artistas y jamás me he sentido solo, lo que alivia y aligera esa postura de francotirador que he podido ofrecer».

Interactuar con la obra

Se lamenta Txomin Badiola de que hoy en España se haya abandonado de una manera muy clara el nivel experiencial, «que ya no se pueda interactuar libremente con las obras. La idea de acercamiento intuitivo por parte del público parece que está siendo rechazada por el arte, de ahí el proceso de rematerialización, procesos menos mediados por lo discursivo y lo teórico».