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Ricard Opisso, el hombre que lo sabía todo sobre Gaudí

El pintor y dibujante trabajó desde su infancia junto con el arquitecto modernista en la Sagrada Familia. Lo que aprendió junto al artista es uno de los temas principales de unas singulares memorias que han permanecido inéditas hasta la fecha

Retrato de Ricard Opisso, por Ramón Casas
Retrato de Ricard Opisso, por Ramón CasaslarazonMNAC

Ricard Opisso es uno de los grandes nombres del arte catalán de la primera mitad del siglo XX. Su inconfundible estilo como dibujante, por ejemplo en las páginas de la mítica revista «TBO» en su primera época, sigue teniendo seguidores. Muchas de estas obras son crónica gráfica de su paso por la cervecería Els 4 Gats, donde frecuentó a un jovencísimo Pablo Ruiz Picasso, de las veces que coincidió con un cansado y derrotado Oscar Wilde por las calles de París o la primera fase de la construcción de la Sagrada Familia bajo la supervisión escrupulosa de Antoni Gaudí. Lo que no se sabía hasta ahora es que no solo dejó constancia de esos recuerdos en dibujos sino que también lo hizo en unas memorias que han permanecido inéditas desde que Opisso falleciera en 1966.

El galerista barcelonés Gabriel Pinós lleva años trabajando y estudiando a Opisso. Eso es lo que le permitió acceder a un fondo documental desconocido hasta la fecha. Son centenares de hojas de todo tipo y en diferentes formatos, a veces con una caligrafía imposible a lápiz, otras con algún dibujo oculto, un revoltijo de papeles que conforman unas proyectadas memorias que nunca se llegaron a concluir. Pinós en su galería Gothsland de Barcelona dedica estos días una muestra a Els 4 Gats con un centenar de originales de autores como Casas, Rusiñol, Sorolla, Gargallo o el mismo Opisso. Dentro de las actividades paralelas a la muestra se encuentra la inminente edición de esta autobiografía.

LA RAZÓN ha podido acceder a esos manuscritos, concretamente los que hacen referencia a los recuerdos del artista sobre Gaudí. El dibujante conoció al arquitecto gracias a su padre, que convenció al artista modernista para que aceptara a su hijo como aprendiz en las obras de la basílica de la Sagrada Familia. Estar al lado del arquitecto lo marcó Así lo rememoraba el mismo Opisso: «A mis catorce años, mi familia, asustada de mis locuras, suplicó a Gaudí que me retuviera hasta las nueve de la noche, hora en que Gaudí salía junto con los demás empleados del equipo técnico. Esta orden severa aceleró más mis deseos de chulería, pues en cuanto dejaba a Gaudí al pie de su casa de la calle Diputació, y a dos pasos de la de mis padres, salía a galope tendido hacia Eldorado, cuyos espectáculos empezaban a las nueve en punto. En aquella insignificante pequeñez de mi vida y allá en la aurora de la juventud en que me andaba metido demasiado precozmente en asuntos y aventuras amorosas, frecuentando las salas de baile domingueras o bien metido noche tras noche en el Teatro Eldorado, que no parecía sino mi asilo y refugio, viendo y reviviendo el “género chico” lleno de chulerías y chulaparras madrileñas, tanto es verdad que incluso compré en la Librería Española un libro titulado “Chulaperías”, por todo lo cual el cielo de mi porvenir no tenía nada de dorado ni siquiera de púrpura. Y así sucedía que las indulgencias que me ganaba de día, trabajando al lado de Gaudí, apartándome del mal camino, por la noche las perdía arrastrándolas en el desempeño del vicio y la concupiscencia».

Estar codo con codo con el gran arquitecto le ayudó a conocerlo con detalle pese a la diferencia de edad que existía entre ellos. «En 1892 me puse al servicio de Gaudí, yo tenía doce y Gaudí cuarenta y dos años; entonces él estaba con toda la prepotencia y plenitud de sus actividades y facultades creadoras. Hacía poco que había acabado de construir el Palacio de Don Eusebi Güell, así como el edificio de los señores Fernández y Andrés, de León. Después de dibujar el croquis del proyecto, empezaba a calcular y resolver los problemas para su construcción, haciendo sumas, raíces cúbicas, logaritmos… hasta que el resultado saliera matemáticamente exacto. Mas eso sí, lo que nunca le salía exacto era el costo de la obra. ¡Ah! Eso era otro cantar, en eso sí que la fantasía le hacía fallar».

Acceder al particular universo gaudiniano le facilitó el saber más de un genio que en ocasiones era cuestionado por su particular manera de entender su oficio. Gracias a ello podemos encontrar anécdotas tan jugosas como la referida a un diálogo de Gaudí con quien quería seguir sus pasos. «Un día un joven arquitecto, discípulo del venerable maestro, todo sediento de trabajo, le dijo como era que hubiera podido formarse esta tan vasta leyenda de que sus obras salen carísimas. “-¡Yo qué sé!”, me dijo, con qué agudización de ingenio os ahorráis hasta un centavo, no entiendo como no ha de querer deshacerse de una vez esta falsa leyenda. Gaudí le replicó con viveza que no quería que la deshiciera: “No puede imaginar qué bien de Dios de impertinencias de propietarios me he ahorrado”».

Gaudí aparece retratado por Opisso como un hombre humilde y que vive única y exclusivamente para su obra última, es decir, para dar forma a una Sagrada Familia que se convirtió en el gran proyecto de su vida. La arquitectura y la religión fueron su único oxígeno. «Con humildad verdaderamente franciscana, había rehuido siempre don Antonio Gaudí todo lo que fuese exhibición y alarde de saber y ciencia. No se prestó nunca a dar conferencias en público ni a dejarse retratar. Gaudí tenía la teoría de que era el vehículo el que había de dejar paso al peatón, y no el peatón al vehículo. Cuando a uno lo paraban por la calle, lo primero que te preguntaban los polis era si llevabas armas. -¿Lleva usted armas? -Ya lo creo, mire -y se sacó unos rosarios que llevaba en el bolsillo».

En las páginas redactadas por Ricard Opisso hay detalles sobre la construcción de algunos de los principales edificios que forman parte del catálogo gaudiniano. Por ejemplo, de la barcelonesa Casa Milà, más conocida como la Pedrera. El dibujante explica su facilidad para acabar con los problemas técnicos. «En un instante y como un relámpago, resolvía matemáticamente los problemas más peligrosos y atrevidos, siempre originales y de genial creación artística. Ninguna otra de las creaciones urbanas puede ser comparada con aquella piedra por piedra, curva por curva, resuelto y madurado de manera y forma perdurablemente permanente».

Sobre la Sagrada Familia, Opisso nos descubre los modelos para algunas de las esculturas que formarían parte del edificio religioso. «Como si tuviera un afán insaciable de geniales rarezas, tuvo la extraña sugerencia de poner en ejecución inmediata su peregrino y diabólico proyecto de moldear la figura directamente del natural en nombre de la verdad. Este procedimiento expeditivo de hacer la escultura ya lo había empleado anteriormente con cadáveres del Hospital de la Santa Creu, así como también en innúmeras bestezuelas cuyos moldeados en yeso sirvieron para esculpir los lagartos. Era feísima, toda huesos, mas la divina providencia quiso que al volver al otro día aquella pobre, acompañada de una amiga suya, Gaudí se fijase en ella. Era cosa dificultosa para él encontrar una mujer que reuniera todas las condiciones. Y después de mirarla vio que aquella otra chica era más ajustada y conforme a lo que él deseaba y al punto la escogió para la figura de la Virgen y de esta suerte se esculpió el grupo de la Huida a Egipto».

A Gaudí, siempre según la buena memoria de Opisso, le gustaba encontrar en la naturaleza todo lo que necesitaba, aunque esta apareciera de una manera imprevista. Lagartijas, grillos o saltamontes podían serle de utilidad, incluso los reflejos de un escarabajo. Eso le hacía exclamar que eran «¡filigranas de creación divina! ¡Esto sí que son obras de arte!». «Una vez Gaudí llegaba al estudio a menudo nos entregaba aquellos ejemplares de la fauna y de la flora cogidos al azar, que luego yo, para que no se escaparan, era el encargado de su custodia, metiéndolos en pequeñas jaulas o cajitas a propósito, para después ser vaciadas en yeso, o bien copiadas en barro o en cera virgen, por los oficiales escultores, a los cuales Gaudí en este trabajo les exigía las más estricta y meticulosa justicia del natural».