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Alimentación

Defensa del menor

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Mi hijo pequeño, de seis años, cuenta ya con dos caries en su historial. Quizá tres, porque he perdido la cuenta. Esas cosas, antes, no pasaban o, al menos, no lo hacían cuando yo era niño

Mi hijo pequeño, de seis años, cuenta ya con dos caries en su historial. Quizá tres, porque he perdido la cuenta. Esas cosas, antes, no pasaban o, al menos, no lo hacían cuando yo era niño. La culpa es del azúcar o, mejor dicho, de quienes se la proporcionan. O sea: de casi todo el mundo. En la calle, en el cole, en el vecindario, en los cumples y, por supuesto, en los domicilios, tirios y troyanos, amigos y desconocidos, parientes y visitantes, animados todos ellos por la mejor de las intenciones, reparten caramelos, chupachús, huevos Kinder, zumos industriales, refrescos, galletas, tigretones, chicles y chuches de colorines entre los risueños miembros de la grey infantil. Poco o nada podemos hacer los padres para poner freno a semejante aluvión. A menudo ni siquiera estamos presentes cuando reciben tan simpáticos obsequios. Pero son, precisamente, muchos papás y muchas mamás –a mí no me incluyan– quienes se suman motu propio a la festiva cuchipanda. El otro día fui con mi hijo al cine y me quedé espantado, aunque ya me había sucedido mil veces en circunstancias similares, cuando vi cómo los padres, acompañados por sus nenes, hacían cola en el vestíbulo para adquirir enormes vasos de eso, de cola, y no menos enormes recipientes preñados de palomitas. ¿Es posible que todos esos adultos ignoren a estas alturas las dosis de azúcar y de otras sustancias dañinas que tales productos contienen? Y lo mismo, o mucho peor, porque el repertorio de venenos es más amplio, sucede en los zoos, en los parques temáticos y de atracciones, en las ferias, en los vestíbulos de los circos y en todos los lugares de esparcimiento. ¿No debería intervenir el Defensor del Menor? ¿No deberían hacerlo las autoridades sanitarias? ¿No debería prohibirse la venta de todo eso para el consumo infantil al igual que se prohíbe despachar alcohol o tabaco a quienes aún no han alcanzado la mayoría de edad? Protegemos a la infancia, seguramente en demasía, y a la vez no sólo permitimos que el azúcar, las grasas trans, las carnes procesadas, los cereales de elaboración industrial y tantos otros venenos de atractivo envoltorio circulen por su estómago, sus intestinos y su red cardiovascular, sino que colaboramos en ello. Sé que clamo en el desierto, sé que las cosas seguirán así, sé que vamos hacia un mundo poblado por diabéticos. Pero no me resigno. ¿Y ustedes?