Galicia

Aceite de Camelia, la alternativa al pesticida

Un grupo de investigadores de Galicia desarrolla un pesticida natural libre de químicos con variedades de flores autóctonas

Tras el prensado de la semilla para hacer aceite, queda un residuo en forma de tarta.
Tras el prensado de la semilla para hacer aceite, queda un residuo en forma de tarta.larazon

Un grupo de investigadores de Galicia desarrolla un pesticida natural libre de químicos con variedades de flores autóctonas

La camelia se utiliza desde tiempos inmemoriales por sus propiedades antiinflamatorias, antioxidantes, hidratantes, fungicidas y bactericidas. China, Japón y Sri Lanka son sus principales consumidores y productores. Sólo en 2012 se calcula que se produjeron 260.000 toneladas de productos para fines cosméticos fundamentalmente. Sin embargo, aunque no sea tan reconocible, Galicia es otro de los puntos geográficos privilegiados para el crecimiento de la Camelia. Entre Santiago y La Coruña existen alrededor de 3.000 especies diferentes de esta planta, con la particularidad de que aquí crecen como árboles y no como arbustos, como sucede en Asia. Justo en esta zona se sitúa la estación fitopatológica de Areeiro, un centro que estudia el genoma de la Camelia y sus propiedades y clasifica las diferentes especies de la tierra. Y es aquí donde trabajan en un biopesticida natural a base de aceite de camelia. Un producto que no existe comercialmente y que se perfila como una alternativa a los pesticidas químicos.

Los primeros resultados de la investigación se han hecho públicos recientemente en un congreso en Japón. El proceso que describe comienza cuando las semillas de la camelia se prensan para obtener el aceite. El residuo que queda, semejante a una tarta pequeña, se mezcla con agua destilada y se deja reposar durante 48 hora. De aquí se obtiene un líquido colado con diferentes concentraciones de camelia. Concretamente en este laboratorio se han obtenido dos tipos de mezcla: uno de 50 gramos de tarta por 200 ml de agua y el otro de 100 gramos por 250 mililitros.

Todo empezó hace diez años, cuando comenzaron a llegar a la estación donaciones de semillas. Los diferentes pazos de la zona, particulares y hasta los conventos llevan desde entonces las semillas de sus jardines para producir aceite y la estación se queda con un 20 por ciento de lo obtenido para investigación. Aquí se trabajan unos 500 kg de semilla al año y con cada cuatro kilos de semilla se obtiene un litro de aceite filtrado. Hace tres años comenzaron a estudiar de qué manera podían dar salida a los residuos que se acumulaban como consecuencia de toda esta actividad y empezaron a analizar sus propiedades como posible pesticida. «Por cada 600 kg que se procesan, se acumulan 400 kg de residuo», explica Carmen Salinero, investigadora de la estación. De hecho, el centro ya cuenta con experiencia en encontrar biopesticidas naturales; hace cuatro años desarrollaron un tratamiento fungicida natural para acabar con el 90 por ciento del chancro del castaño de esa zona de Galicia.

Una de las especies que puede resultar beneficiados por las bondades del aceite de camelia, según las primeras publicaciones, es el eucalipto. Una especie de gran importancia para la economía gallega porque se utiliza para la producción maderera. Desde el año 1991 existe en el territorio una plaga de escarabajos que atacan las hojas de estos árboles mermando considerablemente su producción. Y hasta ahora sólo se controla con pesticidas de origen químico. Tras exponer las hojas infectadas de larva del eucaliptos al líquido obtenido con los residuos de la semilla se ha verificado que después de 72 horas el cien por cien de las larvas fallecen. Y eso con cualquiera de los dos muestras obtenidas.

Los aceites esenciales constituyen una de las alternativas a los productos químicos que se están estudiando en toda Europa. El trabajo de centros y universidades es intensivo desde hace unos años porque la legislación del viejo continente le está poniendo las cosas difíciles a los químicos. «En este momento, la UE está siendo más valiente que Estados Unidos para sacar los productos químicos de la agricultura. Desde el año 91, cuando se aprobó la primera directiva, se han eliminado el 67 por ciento de las sustancias activas y sólo se aprueba un siete por ciento de las que se presentan», explica María Isabel Trillas, profesora de Fisiología Vegetal de la Universidad de Barcelona. Ella y su equipo son responsables de la patente de un microorganismo que lleva años vendiéndose en Inglaterra, desde el año pasado en algunos estados de EE UU y Egipto y que dentro de muy pocos meses se comercializará en 6 países más de Europa. Las directivas europeas de 2009 y 2014 vuelven a insistir en el uso de productos naturales y en dejar los químicos para cuando sea absolutamente necesario. «Los biopesticidas no dejan residuos ni son tóxicos. Los químicos, por otro lado, se degradan pronto, por lo que hay que estar fumigando cada vez más a menudo», afirma la investigadora. También contribuye a esto el cambio de mentalidad de los consumidores y quizá algo más tímidamente de los productores e incluso de las grandes compañías de pesticidas que demuestran cada vez más interés por estos productos.

De hecho, diversos estudios prevén que el mercado de los biopesticidas alcanzará los 4.000-5.000 millones de dólares de beneficio en 2023, mientras que en 1993 se situaba en los 100 millones. En este lado del Atlántico, Francia o Alemania está empujando el cambio pero también España ha aprendido la lección de que debe hacer las cosas bien. Sólo hay que recordar la crisis del pepino de hace cinco años para entender cuál es el camino. Es más, España figura como uno de los países que más biopesticidas registra anualmente. «Por ejemplo, de Tricoderma, un tipo de hongo que realiza funciones de control biológico, existen en el mercado europeo ocho variedades comercializadas y dos de ellas han sido desarrolladas en universidades españolas», matiza Trillas.

Problemas con la venta

Eso sí, la investigadora señala un pero en la aplicación de las normas y es que los numerosos desarrollos de los investigadores tienen muchas dificultades para llegar al mercado. Si bien Europa es legislativamente más exigente que EE UU, aquí el procedimiento administrativo para registrar y comercializar es más arduo, porque se pide demostrar la eficacia; algo que en Estados Unidos no es necesario. El proceso es muy largo y garantizar la calidad lleva aparejados unos costes que a veces sólo se pueden permitir las grandes compañías», explica Trillas.

Además de los aceites esenciales existe la posibilidad de utilizar microorganismos para controlar las plagas. Una reciente investigación de la empresa alemana Biocare ha terminado con el desarrollo de una cápsula, llamada Atracap, inoculada con una cepa de hongo entomopatógeno que ataca de forma natural al gusano del alambre, una plaga especialmente dañina para la producción de la patata. Este año han empezado la producción a nivel comercial y van a hacer las primeras pruebas reales en un terreno de 300 hectáreas. Eso sí hay que aclarar que hasta ahora las propuestas de los fiotosanitarios naturales tiene como objetivo acabar con plagas; en ningún caso se proponen herbicidas naturales y eso es porque lo que hasta hace muy poco eran malas hierbas, ahora se han convertido en el aliado perfecto de los cultivos, ya que muchas de ellas son el refugio perfecto de insectos depredadores de las plagas que afectan a los cultivos.

El camino es largo, pero parece imparable. Los químicos no salen bien en la foto (uno de ellos, el glifosato. Aunque está semana se ha aplazado la decisión sobre su futuro en Europa, cada vez más estudios lo relacionan con ciertos tumores...) y las estrategias de cultivo se encaminan hacia la prevención antes que la remedación. «La utilización de agronutrientes especiales y bioestimulantes de las plantas, en un programa integrado, contribuye a mantener los cultivos sanos y con vigor, aumentando la calidad y la cantidad de las cosechas, como se demuestra en las experiencias prácticas de los agricultores. Esto llevaría a disminuir los tratamientos con fitosanitarios convencionales, haciendo posible un uso sostenible de los fitosanitarios, como así es demandado en la UE», explican desde la Asociación Española de Fabricantes de Agronutrientes.