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Fernando Sánchez-Dragó: “Una larga enfermedad”

“Que ‘la larga enfermedad’ no es ni más ni menos que la vida” | Dreamstime
“Que ‘la larga enfermedad’ no es ni más ni menos que la vida” | Dreamstimelarazon

Artículo de opinión de Fernando Sánchez-Dragó

Punset, Pitita, Doris Day, Campillo, Javier Muguerza, Nicky Lauda... Muertes en cadena. Todas las citadas tienen algo en común: sus protagonistas, según el unánime veredicto de los medios de información, lo han hecho «tras una larga enfermedad». No falla. Los titulares de esa monocorde crónica de sucesos y chascarrillos en los que se ha convertido la prensa siempre recurre a tan indolente expresión, que ni informa, ni comunica, ni define. La «larga enfermedad» suele ser el cáncer o el alzhéimer. ¿Por qué no la llaman por su nombre? ¿Acaso son tales dolencias vergonzosas o injuriosas para el finado, para su familia, para los médicos o para la sociedad? ¿Dónde se deciden esas cosas? ¿Quién tiene poderes para imponerlas urbi et orbi? La muerte es una especie de autopista que sólo tiene dos carriles: el de las enfermedades, sean éstas largas, cortas o repentinas, y el de los accidentes. La línea divisoria entre éstos y aquéllas es nítida, aunque a veces los accidentes provoquen enfermedades y las enfermedades generen accidentes, pero verdad es que en ocasiones resulta la frontera algo confusa. Pondré un ejemplo mucho más común de lo que puede parecer: el de los atragantamientos. ¿Son éstos enfermedad o accidente? Me impresionó leer hace unos días que en España mueren cada año más personas por esa causa que en la carretera. Yo mismo, sin ir más lejos, he estado a punto de morir por atragantamiento en cinco ocasiones que recuerde. Una vez fue debido a la consabida bola de carne que se convierte en algo bastante similar al hormigón armado. Estaba en una churrasquería. Me salvó la coincidencia de que en la mesa contigua se encontraba un médico que entendió al vuelo lo que sucedía y se echó al quite. Le pedí las señas y esa misma tarde le envié uno de mis libros en señal de gratitud. Otra vez se produjo el percance mientras me embaulaba una paella en la Casa de León acompañado por dos amigas. Charlaban ellas animadamente entre sí, ajenas por completo a mi persona, mientras yo boqueaba con las dos valvas de una chirla atravesadas en mi glotis. Fue atroz. Al final, conseguí que el molusco pasara entero al esófago a fuerza de miga de pan. Milagro fue que ésta no se apelmazara y obturase el conducto por completo. En fin... Que «la larga enfermedad» no es ni más ni menos que la vida, pues empezamos a morir cuando ésta empieza. Mastiquen bien la comida, amigos.