Salud

Inteligencia subestimada

Un médico ajusta un sensor geodésico
Un médico ajusta un sensor geodésicolarazon

Los padres de José Ignacio pensaban que bromeaba, que confundía las palabras por «hacer la gracia». No identificaban que fuera un problema, hasta que en el centro escolar les dijeron que su hijo padecía dislexia. «Fui diagnosticado con tres años. En esa etapa empiezas a aprender a leer y a escribir y yo tenía dificultad para identificar caracteres, cada letra individualmente», explica José Ignacio.

Porque la dislexia, cuyo día internacional se celebra hoy, es un trastorno del aprendizaje frecuente y crónico pero cuesta identificarlo. El niño confunde letras, cambia sílabas, sustituye unas palabras por otras. Además, tiene problemas en la escritura y en el copiado... se informa en la Federación Española de Dislexia (Fedis). «Muchas veces esta patología se confunde con falta de esfuerzo o de interés. Cuando un alumno no obtiene buenos resultados en el aula, lo cómodo es pensar que es porque no se esfuerza o es vago. Y también se puede atribuir a una falta de capacidad, a que el niño “es tonto”», explica Estefanía Egea, psicóloga, de la Unidad de evaluaciones Cognitivas (Área de Ciencias e investigación) de CogniFit, empresa especializada en el desarrollo de soluciones para la salud cognitiva. Pero nada más lejos de la realidad, José Ignacio hoy tiene 33 años y es ingeniero informático. En su caso tuvo suerte, ya que, como él mismo cuenta, «me derivaron a uno de los centros de detección que proliferaron en los años 80, ya que fue en esta época cuando empezó a identificarse más. Una vez confirmaron el diagnóstico, empecé a trabajarlo y en seis meses notaron mi mejoría».

Este trastorno consiste en un problema de conexión entre las áreas del cerebro que procesan el lenguaje, esto impide que procesen la información como lo hacemos normalmente. Por ello, a este joven lo que más le costaba eran «asignaturas como Historia, que requieren memorizar gran cantidad de información, se me daban mal, pero lo solucionaba con reglas nemotécnicas». Egea explica que, a medida que los niños con dislexia crecen tienden a desarrollar estrategias de pensamiento alternativas para superarlos o tratar de esconderlos, «por lo que es probable que muchos adultos que experimentaron dificultades en la escuela, puedan descubrir que esos problemas eran debidos a que padece un trastorno del neurodesarrollo». Sin embargo, no todos los casos de dislexia están abocados al fracaso, un claro ejemplo es de este joven. «Las personas capaces sobreponerse a sus dificultades y desarrollar estrategias de pensamiento alternativas pueden convertirse en mentes brillantes. Muchas veces quienes padecen este trastorno agudizan más sus sentidos y desarrollan niveles superiores de inteligencia, visión estratégica y creatividad», añade Egea. No obstante, es importante es realizar una terapia en la que la denominada «memoria de trabajo» juega un papel fundamental. Es una habilidad cognitiva que usamos en nuestro día a día y que «consiste en mantener en la mente diferentes porciones de información relevante para la tarea que realizamos. En cambio, los disléxicos muestran bajos patrones. «Por ejemplo, en caso de la lectura, cuando uno lee una palabra desconocida, como “poternite”, identifica gracias a la memoria de trabajo que no existe, sin embargo, una persona con dislexia tardará más en traducir esa palabra y reconocer si tiene o no significado. La explicación es que al dedicar su energía a decodificar estas palabras, no destinan recursos mentales a tareas como la comprensión global del texto».

Averiguar si existe disfunción en esta habilidad no es fácil, por eso, desde CogniFit desarrollaron una evaluación neuropsicológica que detecta el nivel de memoria de trabajo y lo trabajan con ejercicios clínicos «dirigidos a mejorar las habilidades cognitivas deterioradas por la dislexia. Permiten desarrollar capacidades relacionadas con la memoria de trabajo, velocidad de procesamiento y concentración», concluye Egea.