Salud
Longevidad y felicidad
El aceite de oliva cabe decir, que da salud al cuerpo y al alma
El aceite de oliva cabe decir, que da salud al cuerpo y al alma
Arnaldo de Vilanova, Ponce de León, Salvador Dalí y otros muchos españolitos tan ilustres, sublimes y enloquecidos como ellos quemaron buena parte de sus días en la inútil búsqueda del manantial o del elixir de la eterna juventud. En cambio, yo –que llegué mucho más tarde a la tarea– comprendí desde el principio que esa sustancia capaz de reprimir el desarrollo de los radicales libres, contener el proceso de oxidación de las células y sofrenar las tendencias suicidas de las neuronas tenía nombre conocido, se producía a granel precisamente en España y estaba al alcance de cualquier persona y de cualquier bolsillo con un poco de buen gusto. Me refiero al aceite de oliva. En él está el secreto de la historia de España y de sus protagonistas: todos esos cientos de miles de seres anónimos, bajitos, enjutos, morenos malencarados, retorcidos como sarmientos y duros como el pedernal que humillaron a Roma en Numancia, expulsaron del país a la morisma, desjarretaron a las mismísimas tropas de Napoleón en la francesada y, sobre todo, antes de ésta descubrieron, conquistaron y colonizaron las Américas a pulso y a pecho descubierto. Con un buen chorrito de aceite de oliva, eso sí. Sé lo que me digo. Lo sé por la voz de la experiencia. Ya de niño merendaba pan con aceite de oliva y sal (a la que a veces, agridulce que es uno, añadía el toque surrealista de unos granos de azúcar) y nunca perdí esa saludable costumbre que me inculcó la autora de mis días. Aún hoy, más de medio siglo después, desayuno tostadas con aceite y no con mantequilla, que unta de veneno las arterias y es horrible tendencia anglosajona. Y así he llegado, con ese truco facilón, hasta hoy, tan sano, tan entero y tan verdadero como una manzana reineta con tropezones de meloncillos de Murcia. Del aceite de oliva cabe decir, como se dice –invirtiendo los polos– del sacramento de la extremaunción, que da salud al cuerpo y al alma, si le conviene. Y por cierto: ya que hablamos de felicidad y longevidad, ¿les interesa conocer el más íntimo secreto que permite alcanzar la dicha espiritual? Helo aquí (y pónganle la firma del doctor Letamendi): vida honesta y ordenada, / usar de pocos remedios / y poner todos los medios / en no apurarse por nada. / La comida, moderada / ejercicio y diversión / beber con moderación / salir al campo algún rato, / poco encierro, mucho trato / continua ocupación.
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