Jesús Fonseca
El último romántico
A veces se encontraba frío, seco, sin ganas de nada. El cansancio, la desgana —una cierta apatía, incluso—, estuvieron presentes en su alma y en su cuerpo, como en la vida de cualquier mortal. Lo cuenta Mariano Fazio, campechano sacerdote argentino, con toda naturalidad, hablando del fundador del Opus Dei, en un libro muy ameno y original: El último romántico: San Josemaría en el siglo XXI. Dice Fazio del universal aragonés —probablemente el español más influyente del siglo XX— que, a pesar de los pesares, «no se dejaba llevar por la ley del gusto, sino que perseveraba con energía humana». Medulan estas páginas la alegría, el buen humor, la trascendencia del amor y de la vida familiar. Pero, sobre todo, la repercusión humana y social de la vida de cada cristiano, a través de su trabajo. Recuerda el autor la pasión por la libertad del fundador del Opus Dei: «no me dejéis a mí como el último de los románticos», gustaba decir Escrivá, quien añadía: «este es el romanticismo cristiano: amar la libertad de los demás». Fazio coge el toro por los cuernos. Se atreve con las debilidades de los católicos —objetivas, lamentables—. Recuerda que el fundador del Opus era muy consciente de estas calamidades. Tal vez por ello animaba a no fijarse tanto en las cualidades o flaquezas de eclesiásticos y cristianos de a pie —lo que sería quedarse en la superficie—, sino a ver la Iglesia como lo que es: «Cristo presente entre nosotros, sosteniéndonos en los pequeños y en los grandes combates de la vida diaria». Mariano Fazio logra, con El último romántico, acercar la espiritualidad del Opus Dei, un movimiento universal de fieles de cierta complejidad, y no siempre bien entendido, ni bien explicado por ellos mismos, todo hay que decirlo. Apoyado en reflexiones espontáneas del fundador, Fazio evoca cosas poco sabidas, como la convicción de Escrivá de que «si el Opus Dei no fuera para Dios, para servir a la Iglesia, sería mejor que se disolviera». Interesante el capítulo que dedica a demostrar que no hay dogmas en las cosas temporales. Un acierto hacerlo, además, de la mano de John Wiggett, el avispado personaje que regenta una posada en la novela de Dickens. En fin, uno de esos libros necesarios; bien escrito. Llama la atención la apuesta que hace Fazio —nada menos que vicario general del Opus Dei— por una actitud abierta ante los cambios que estamos viviendo, y su rechazo de cualquier mirada pesimista, negativa, que añora tiempos mejores, que sólo existieron en la imaginación de algunos nostálgicos y cenizos. Un nuevo puntazo de Rialp, apostar por libros frescos como este, o el reciente de Sánchez León, en lugar de ladrillos babilónicos para versados «teólogos».
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