Luis María Anson

Saliou: camino a la Alegría

Última fotografía de Saliou Traoré, junto a su nieto, durante la celebración del Eid al-Adha
Última fotografía de Saliou Traoré, junto a su nieto, durante la celebración del Eid al-Adhalarazon

La amistad es el plato fuerte de la vida. Lo repito a menudo, desde que así me lo descubrió el doctor Enrique Rojas, en uno de aquellos encuentros de Palabras a medianoche. Se ha muerto, en Dakar, mi amigo del alma, Saliou Traoré. El mejor corresponsal que ha tenido la Agencia EFE en el África Occidental. El más abnegado, el más sagaz. Han sido cuarenta años de continuo compartir. No dejábamos pasar mucho tiempo sin encontrarnos, en España o Senegal. Nos hacíamos falta el uno al otro.

Nuestros destinos se cruzaron muy pronto: «cuando todavía no sabíamos que la vida iba en serio». Fue en Dakar, donde vivimos con Esther y Aitana un período hermosísimo de nuestras vidas. Era la época de Leopold Sedar Senghor, el poeta-estadista y libertador. Aquellas noches senegalesas en las que sólo se escuchaban el murmullo de los baobabs y el perfume de los matorrales, nos acompañarán siempre.

Un día, fuimos a ver a Senghor, con Conchita Bordona y Anson. Luis María le puso al día al escritor-presidente de lo que era la Negritud. El movimiento que Senghor había fundado. Este escuchaba en silencio, con esa mirada serena de los Toucouleur del Senegal. Saliou, en cambio, venía de los Wólof de Mauritania y Gambia, sabedores de que progresamos gracias a lo que se nos resiste. La queja no iba con él. Ni siquiera cuando el cáncer le acorraló, perdió la sonrisa: «¡utilicémoslo para ser mejores personas!», repetía. ¡Grande Saliou!

Era musulmán y yo católico. Los viernes, le tocaba a él orar por mí en la mezquita; y, los domingos, a mí, en la iglesia, rezar con fuerza por él y por su fiel Ndey Sokhana Ba. Creíamos en el mismo Dios. Era uno de nuestros temas de conversación. No me cabe duda: los ángeles y los bienaventurados, lo habrán recibido, a las puertas del Paraíso, para conducirlo al Padre.

Era tan honesto que todos los que tenían que saberlo, sabían que era insobornable. Por eso ha muerto con lo puesto: «mi corazón es socialista y lo será hasta que me muera». A Souleymane, Abdourahim, Cheikhou, Ndeyvinta y Cindy, sus adorados hijos, les deja la mayor fortuna: una educación levantada sobre la enseñanza de que «cuentan nuestros esfuerzos y no los resultados». Saliou prefirió siempre las cualidades morales a la fortuna. Vivió contento con su suerte y enseñó, día tras día, con su rectitud y buen hacer. ¡Aprendí tanto de él!

Saliou, hermano, nos vas a hacer mucha falta en esta lejanía. Demasiada: a la mañana, por la tarde y por el día. Te imagino —a ti que gustabas tanto salir a andar al alba—, marchando gozoso, por el largo camino que lleva a la Alegría.