Blogs
Mario Perniola: el pensamiento sereno
El pasado 9 de enero falleció, a los 76 años, Mario Perniola, catedrático de Estética en la Universidad de Roma II, y una de las figuras indispensables de la filosofía, la estética y el pensamiento contemporáneos. En la época en la que dirigí el CENDEAC (Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo), tuve la suerte de tratar con él en sucesivas ocasiones y de comprobar cómo, en su caso, su profunda dimensión intelectual iba pareja a una actitud vital elegante, serena, cercana a eso que los griegos llamaban sophorosyne. Perniola parecía sacado de una película del francés Robert Bresson: palabras justas en medio de largos silencios, movimientos exactos, que indicaban una economía de la expresión convertida, a la postre, en una de sus principales características.
Esta forma de ser –tan inusual en un mundo tan performativo como el del pensamiento contemporáneo- se trasladaba simétricamente a sus textos. De hecho, si existe una característica sobresaliente y completamente privativa de su escritura es un manifiesto sentido de lo apolíneo, una transparencia conceptual capaz de entregar deglutidas las reflexiones más sutiles y abstractas. Perniola era todo lo contrario de ese ensayo impresionista, pirotécnico francés –cítense los casos de un Paul Virilo, de un Baudrillard, de un Michel Maffesoli-, erigido en paradigma de la teoría posmoderna. En sus textos no se buscaba tanto la pirueta sintáctica, el juego de palabras, la frase corta y conclusiva de carácter aforístico como un desarrollo pausado y ordenado de conceptos, cuyo alumbramiento llegaba por sí solo, sin necesidad de empujar o acelerar más de lo debido. En la era de la velocidad, sus ensayos evidencian un tiempo diferente, que actúa sobre el lector más por envolvimiento que por el efecto epatante. Su escritura pedía tiempo para convencer, y el lector siempre acababa entregándoselo.
Sería imposible pormenorizar aquí su amplia producción ensayística, pero, además de El arte y sombra (Cátedra. 2002) –un libro que ayudó como pocos a su reconocimiento en España-, o de la reciente traducción de su imprescindible La estética contemporánea (La Balsa de la Medusa, 2016), hay dos volúmenes que merecen una especial atención: Enigmas. Egipcio, barroco y neo-barroco en la sociedad y el arte (CENDEAC, 2006) y El arte expandido Casimiro, 2016). En el primero, Perniola desarrolla uno de sus conceptos más afortunados y de necesaria revitalización: el de “enigma”. Frente a la idea de “secreto” propuesta por Guy Debord –y que implica una “concepción simplista de la realidad”, la noción de “enigma” propone una legitimación positiva de la incertidumbre que define a la sociedad contemporánea. Lo “enigmático” no debe entenderse como una burda adivinanza, sino como el despliegue múltiple de lo verdadero, su incapacidad para ser reducido a una visión unívoca. La naturaleza del “enigma” –precisa Perniola- es el tránsito, su continua transformación casi imperceptible en algo diferente. De ahí que lo opuesto al “enigma” lo constituya “lo banal”. La banalidad –que es la gran enfermedad de nuestro presente- emerge cuando la identidad, en lugar de mutar, de moverse, permanece en sí misma, se sustrae al flujo de la historia y se retroalimenta de su inmovilismo. Según Perniola, las grandes expresiones de lo banal vienen dadas por la ideología política, la frivolidad y el fundamentalismo religioso. El tiempo, desgraciadamente, no solo no ha hecho más que darle la razón, sino que, además, sitúa su diagnóstico como uno de los más certeros y sintomáticos de un periodo como el actual que se precipita al abismo, más que por un efecto de derrape, por su perseverancia en el inmovilismo más insoportablemente banal.
Por su parte, en un texto a reivindicar como El arte expandido, Perniola da un paso más allá de la “teoría institucional” a la hora de responder a la ya clásica pregunta “¿qué es el arte?”. A partir de la propuesta curatorial diseñada por Massimiliano Gioni en la Bienal de Venecia de 2013, Perniola concluye que, para que un objeto sea considerado como arte, ni siquiera ha de albergar ya una intencionalidad filosófica –como defendía Danto: basta con estar incluido en una “lista” confeccionada por un comisario para que, con independencia del propósito con el que fue creado, acabe siendo recibido como arte. De tener límites difusos el arte ha pasado directamente a no tenerlos. Y, con una pulcritud pasmosa, solo alcanzable para una mente que no necesitaba de artificios expresivos de ningún tipo, Perniola despliega una hipótesis que necesariamente deberá guiar el futuro del pensamiento artístico. Sin ninguna duda, con su desaparición, la intelectualidad europea se queda todavía más huérfana de lo que estaba.
✕
Accede a tu cuenta para comentar