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El ISIS nunca dejará de matar porque así está escrito

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El Estado Islámico es uno de los grupos yihadistas más letales de la historia reciente, más despiadado y más devoto incluso que al-Qaeda. Sus miles de seguidores han conquistado territorios de Siria e Irak sometiendo a millones de personas, esclavizando a mujeres, decapitando a prisioneros y desafiando a todo aquel que intentara detenerlos.

Para poder comprender a este grupo armado hay que conocer la psicología subyacente y el magnetismo que ejerce sobre una minoritaria pero aun así enorme población musulmana. Sus líderes han combinado astutamente dos de las ideas más poderosas del islam, el retorno del califato y el fin del mundo, afirmando cumplir la voluntad de Dios. Su celo religioso y su fe ciega en las profecías sagradas permiten entender por qué las estrategias seguidas hasta el momento resultan insuficientes e ineficaces. Nunca dejarán de luchar porque así está escrito.

Basado en informes internos, incluyendo textos religiosos antiguos y comunicaciones secretas que muy pocas personas ajenas a la organización conocen, William McCants, profesor de la Universidad Johns Hopkins y exasesor del Departamento de Estado de Estados Unidos para combatir el extremismo violento, explora en El apocalipsis del ISIS cómo el fervor religioso, el cálculo estratégico y la profecía apocalíptica conforman el pasado del Estado Islámico y presagian su negro futuro.

En opinión de McCants eliminar el Estado Islámico llevará tiempo y no hay ninguna estrategia para ello plenamente satisfactoria: aniquilarlo financieramente resulta complicado, dado que depende en muy escasa medida de la financiación exterior; los ataques aéreos lo debilitan, pero no lo eliminan, dado que sus combatientes se esconden en zonas urbanas donde son imposibles de alcanzar sin provocar víctimas civiles; evitar la llegada de nuevos combatientes es prácticamente imposible, debido a la porosidad de la frontera siria y al atractivo que tiene entre los musulmanes radicales; armar a sus enemigos suníes para que luchen contra el ISIS puede no ser una solución, toda vez que se encuentran demasiado ocupados luchando contra sus respectivos gobiernos en Siria e Irak y, sobre todo, le temen. Otra opción pasa por armar a los kurdos, pero estos no se alejarán más allá de sus propios territorios, al tiempo que podrían utilizar las armas para su propia lucha independentista. Otra posibilidad sería ayudar a los gobiernos de Siria y Irak, pero, en palabras del autor, ello “Presenta muchos problemas. Apoyar al gobierno de Bagdad dominado por los chiíes podría reforzar aún más la política sectaria del país que distanció a los suníes en primer lugar”. Por lo que se refiere a ayudar a Siria el autor es también escéptico, dado que su líder “ha permitido prosperar al Estado Islámico para que sus sangrientos métodos parecieran menos repugnantes y destruir a la oposición desde dentro”. Por último, queda la opción de enviar tropas terrestres estadounidenses, pero ello supondría bajas seguras, lo cual levantaría una grave oposición entre sus ciudadanos.

La solución no es fácil, y la resolución del conflicto, en consecuencia, tampoco. Además, y en caso de que el Estado Islámico finalmente colapsara, ello no significaría el fin de los yihadistas, los cuales continuarán, con toda seguridad, con la insurgencia.

A continuación reproducimos la Introducción de la obra.

INTRODUCCIÓN

Junio de 2014 iba a ser un mes tranquilo. Los empleados del gobierno en Washington, DC, se dispersan durante el verano para escapar del calor, lo que significa que quienes nos ganamos la vida comentando lo que sucede en el gobierno hacemos lo mismo. Iba a ser una buena ocasión para jugar con mis hijos y volver a dedicarme a mi hobby, redactar una historia de la escritura del Corán. Los artículos sobre al-Qaeda y la guerra civil de Siria, mi tarea habitual, podían esperar. A nadie le importaba.

Les importó unos cuantos días más tarde cuando el, así llamado, Estado Islámico (EI) avanzó por Irak y conquistó la segunda ciudad del país, Mosul. Este hecho fue acompañado de ejecuciones masivas, esclavización de mujeres y crucifixiones, que desfilaron por las noticias de la TV por cable y por Twitter. La danza macabra no ha cesado desde entonces. Se izaron banderas negras y los edificios gubernamentales fueron pintados con el mismo color sombrío. Los líderes del EI proclamaron el establecimiento del reino de Dios en la tierra, llamado califato. La profecía se había cumplido, dijeron, y el Día del Juicio se aproximaba.

El nuevo califato era enorme, tenía un montón de armas y estaba forrado, supuestamente contaba con miles de millones. A su mando se encontraba el autoproclamado califa Ibrahim al-Bagdadi, un erudito religioso que tomó las armas después de que Estados Unidos invadiese Irak en 2003. Una serie de consejos y gobernadores asesoraban al califa, cuyas provincias se extendían desde Mosul hasta las afueras de Alepo, en Siria (la distancia equivalente a la existente entre Washington, DC, y Cleveland, Ohio). Los seguidores de Bagdadi en el califato se contaban por decenas de millones. Miles más le vitoreaban en Europa y Oriente Próximo. El grupo amenazaba con derrocar a los aliados de Estados Unidos en Oriente Próximo, desestabilizar los mercados mundiales de la energía, fomentar la revolución en el extranjero y lanzar ataques contra Europa y Estados Unidos.

Las preguntas se multiplicaban. ¿Cómo había conquistado el EI tanto territorio? ¿Por qué era tan brutal? ¿Por qué un grupo homicida de ese calibre afirmaba cumplir la voluntad de Dios y hacer cumplir la profecía? ¿Tenía realmente algo que ver con el islam, la segunda mayor religión del mundo? ¿Y qué amenaza suponía para la comunidad internacional?

Los lectores que quieran respuestas más jugosas a estas preguntas se enfrentan a un terrible desafío. Gran parte de la propaganda del EI está en árabe y envuelta en un lenguaje teológico medieval que confunde incluso a los hablantes de árabe, así que no digamos a los no musulmanes hablantes de otras lenguas. La administración del EI está recubierta de secretismo y se conocen pocos detalles acerca de su funcionamiento interno, pero, como cualquier administración, deja un rastro de papel, de correos electrónicos y mensajes enviados. Algunos de ellos han sido filtrados por disidentes que publican memorándums privados del EI en foros de debate protegidos por contraseñas; otros fueron publicados por el gobierno de Estados Unidos, que los obtuvo en asaltos. Los partidarios y los críticos del EI han tomado y publicado fotografías de sus fetuas que nunca se pensó que circularían por internet. Para dar sentido a todo esto, se requeriría un guía experto en teología e historia islámica, yihadismo moderno, administraciones clandestinas y lengua árabe.

Eso es lo que soy yo, así que voy a llevaros de gira por el EI. Exploraremos sus orígenes, conoceremos a sus líderes, abuchearemos a sus partidarios y jalearemos a sus detractores. Leerás su propaganda, estudiarás sus estrategias, escucharás subrepticiamente sus debates internos y seguirás sus tuits. Por el camino, explicaré sus oscuras alusiones a la historia y la teología islámicas para que puedas entender las formas en que el EI usa y abusa del islam. Serás capaz de apreciar cómo se ve a sí mismo, cómo la concepción que tiene de sí mismo ha influido en sus vicisitudes políticas y qué sucederá si dichas vicisitudes cambian de nuevo.

Como la mayoría de las cosas que hace el EI, su extrema brutalidad desafía al manual del yihadista convencional. Estamos acostumbrados a considerar al antiguo líder de al-Qaeda, Osama bin Laden, como el más malo entre los malos, pero el EI es peor. Bin Laden apisonó con fervor mesiánico y buscó el apoyo popular de los musulmanes; el califato era un sueño lejano. En cambio, los miembros del EI combaten y se rigen según su propia versión de la máxima de Maquiavelo: «Es mucho más seguro ser temido que amado». Fomentan el fervor mesiánico en lugar de suprimirlo. Quieren el reino de Dios ahora, no más adelante. Esta no es la yihad de Bin Laden. A continuación, te explicaré por qué la yihad del EI es diferente y por qué es importante esa diferencia.