Belleza
El cuerno de unicornio
Los cuernos del unicornio, título sugerido por el Dr. y amigo Enrique Lorente.
Como médico siempre me han llamado la atención las historias y el anecdotario de mitos y leyendas de personajes históricos y su relación con la medicina en su búsqueda de la perfección y la belleza.
Mitos y leyendas que han perdurado a través de los siglos, donde los hombres han buscado la inmortalidad, la belleza absoluta, la eterna juventud o la virilidad. Aun hoy nos gustaría creer que fuese verdad la historia del Santo Grial, y que todo aquel que posase sus labios sobre la copa alcanzaría la gloria eterna. Creer por ejemplo que los poseedores de la piedra filosofal además de convertir los metales en oro, al mezclar esta con agua nos daba el elixir de la vida, útil para el rejuvenecimiento, y posiblemente para lograr la inmortalidad.
Buscar la inmortalidad como en una de las grandes historias clásicas, donde la joven adivina Sibila de Cumas que delante de Apolo cogió un puñado de arena en su mano y pidió al dios vivir tantos años como partículas de tierra había cogido en su mano, pero se olvidó de pedirle lo más importante, que el tiempo no pasase por su cuerpo, es decir, la eterna juventud y tras vivir nueve vidas humanas de 110 años cada una, se vio consumida como un insecto, y pidió finalmente: “quiero morir”.
Personajes que, como Cleopatra, la última gran reina de Egipto, convertida en figura mitológica, y cuyas costumbres más íntimas son completamente del dominio público, estaba obsesionada con los cosméticos y utilizaba todo tipo de extravagantes productos de belleza. Se ponía maquillaje y pinta labios y usaba todo tipo de exfoliantes para mantener su piel tersa. Tomaba largos baños de inmersión en leche de burra y miel. La leche tiene propiedades hidratantes y su combinación con la miel ayuda a recobrar la elasticidad. Sus “cremas” faciales elaboradas con semen también han pasado a la historia.
Antes de la llegada de los fármacos en el siglo XX, los medicamentos eran hierbas y los médicos aprendían a manejarlas según sus criterios, preparados en algunas trastiendas o boticas, todo era válido para curar, desde excrementos de cocodrilo, hasta la sangre de lagarto. Y entre todos los remedios el más buscado por Papas, Reyes y nobles, era uno mágico al cual se le atribuían muchos poderes de curación: el cuerno de Unicornio. Y desde la Edad Media se vendía como remedio “curalotodo”. Era ansiado por todos los poderosos. Sus virtudes, entre otras, iban desde antídoto contra venenos, remedio contra problemas estomacales, epilepsia, mareos, fiebre, impotencia, etc. Y aunque fuera un animal fantástico, muchos curanderos vendían a sus clientes la materia prima, cuando en realidad eran dientes de narval, cuernos de rinoceronte o marfil. El cuerno del unicornio no desapareció de las farmacopeas europeas hasta mediados del Siglo XVIII ...
Una leyenda afirma que el rey Enrique IV de Castilla llegó a enviar emisarios a África en busca del mítico cuerno de unicornio, debido a las propiedades afrodisíacas que se le atribuían, y que en realidad no era sino el cuerno del rinoceronte, un animal entonces desconocido en Europa. Lo relata muy bien Juan Eslava Galán en su novela En Busca del Unicornio.
Este rey tan controvertido fue estudiado por Gregorio Marañón, en su Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, publicado en Madrid en 1930, hizo uso de sus amplios conocimientos médicos para hablarnos de sus patologías, la mayoría de tipo urológico, determinado que el rey padecía una serie de enfermedades y malformaciones que influirían de manera determinante en su carácter. La más significativa, eunucoidismo o atrofia genital, lo que le hizo soñar con tomar cuerno de unicornio, para quitarse de encima el apodo de “impotente”. Dicen que se untaba con pomadas compuestas con los ingredientes más increíbles que no hacían otra cosa que abrasar sus inactivos genitales.
En definitiva, personajes que sucumbieron a la belleza y a la creencia en seres mitológicos, en la esperanza de encontrar algo que sólo existió en la fantasía.
Pero hay que volver a la realidad, y si pensamos en las personas que han sido importantes en nuestras vidas, no destacaremos de ellas ni su atractivo ni su belleza, hablaremos de su carácter, de cómo nos han querido con nuestros defectos y nuestras arrugas. Aquellos que nos han hecho sentirnos únicos. Antoine de Saint-Exupèry, autor de El Principito, lo resumía así:
Lo esencial es invisible a los ojos.
La auténtica belleza no puede verse y todos podemos aspirar a ella, independientemente del cuerpo y la cara que tengamos. En la medida en que sepamos aceptarnos como somos, seremos más felices. ¿No es la felicidad lo que buscamos? Ese debe ser nuestro cuerno de unicornio.
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