Belleza
Mi dieta milagro
En todo el mundo, y a través de la historia, la comida ha sido parte fundamental de nuestros rituales de celebración y de duelo, y uno de los actos culturales más cotidianos que realizamos. El hombre se nutre no sólo por instinto de supervivencia sino también por placer.
El ser humano, aunque es omnívoro, durante varios millones de años fue principalmente carnívoro y fruto de la evolución dejo de ser nómada y se fue volviendo progresivamente sedentario, viviendo así uno de los grandes cambios alimenticios de su historia. Los hombres se convierten en cazadores recolectores dando paso a un desarrollo demográfico constante enfrentándose a los vaivenes climáticos, aparecen los riesgos de hambrunas y la gravedad de éstas.
Épocas de abundancia y de escasez, es la historia que nos acompaña a lo largo de los siglos hasta llegar a la época actual donde el sobrepeso se ha convertido en una pandemia global. Según datos de la OMS, la obesidad se ha doblado en todo el mundo, hay más de 1900 millones de adultos y 42 millones de niños menores de 5 años con sobrepeso.
Pero la obsesión por bajar de peso viene del siglo XX, lo que ahora se llama “sobrepeso”, antiguamente se llamaba “corpulencia”, y la obesidad se propagó como una epidemia comenzando en Estados Unidos con la aparición del concepto de comida rápida “fast food”, que se ha extendido de una forma impresionante, debido a la globalización. La obesidad da paso a las dietas, pero al igual que muchos vocablos relacionados con la alimentación, no es algo de esta época, proceden de la Antigua Grecia, la “Díaita”, es lo que nosotros llamamos “dieta”, significaba entonces un género de vida, una manera de vivir que comprendía la alimentación y los ejercicios gimnásticos. Mantener un perfecto equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu era recomendable, el pasar de ser gordo a delgado o, al contrario, delataban un carácter voluble al haberse abandonado a los placeres, perdiendo el equilibrio
El mundo occidental con esa obsesión del culto al cuerpo se ha puesto a dieta dando lugar a la aparición de las “dietas milagro”, algunas pasan inadvertidas y otras se plasman en libros que se convierten en “best sellers”. Su nombre puede variar, pero las que más abundan son las “dieta milagro” y todas tienen en común la promesa de una rápida pérdida de peso sin apenas esfuerzo. Existen de todo tipo: dietas ricas en proteínas; dietas ricas en hidratos de carbono, dietas ricas en grasa y dietas disociadas. Todas según sus creadores son ricas, pero todas tienen un desequilibrio en nutrientes, una restricción de la energía ingerida muy severa, y es una desventaja para la salud, dando lugar a la pérdida de masa muscular y al riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Y todas tienen en común un problema añadido y es que favorecen una recuperación muy rápida del peso perdido, es lo que llamamos efecto “rebote” o “yo-yo”.
Hay tres consejos que se le pueden dar a cualquier persona que quiera hacer una dieta: huir de los métodos “milagrosos” y rápidos, que no tienen fundamentos nutricionales ni base científica y crear unos buenos hábitos alimentarios, además de practicar regularmente ejercicio físico y por supuesto, siempre bajo la supervisión de un médico.
Y a la hora de empezar una dieta, debemos tener en cuenta un factor muy importante como es la edad. Hay que adecuarla a los años, no es igual la digestión de un joven de 15 años que uno de 50 años. Asociamos el envejecimiento con las canas y las arrugas porque la piel y el cabello es lo que proyecta nuestra imagen, pero si nos asomamos a su interior, vemos que el paso del tiempo modifica todos los tejidos y órganos. Nuestro envejecimiento lo determina en un 30% la genética y en un 70% nuestros hábitos de vida, ello hace que nuestra cesta de la compra cambie con los años, ya que no digerimos bien alimentos que antes comíamos habitualmente. Nuestro aparato digestivo se adapta a nuestros años; disminuye la secreción de saliva y jugos gástricos y la digestión se hace más difícil.
Creemos que nuestro estómago está preparado para recibir cualquier alimento, y que nuestro cuerpo conseguirá procesarlo simplemente porque se trata de comida, pero la mayoría de los alimentos que consumimos son procesados, están llenos de azucares, aditivos y conservantes, eso hace a que a veces nos encontremos hinchados, sin que hayamos comido en exceso. Una forma saludable de evitar esa sensación es, cada 10 días aproximadamente hacer un semiayuno, con la ingesta de suero rico en sales que nos ayuden a eliminar esos irritantes, y el consumo diario de probióticos para mejorar la digestión.
Y la clave para no engordar, no es castigarse sin comer, hay una única “dieta milagro” que funcione y es en la que yo creo y no es otra que llevar una vida equilibrada, como decía Hipócrates, padre de la medicina, “Nuestra comida debería ser nuestra medicina y nuestra medicina debería ser nuestra comida”.
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