Sociedad

Quiénes son los vampiros emocionales y cómo tratarlos

Quiénes son los vampiros emocionales y cómo tratarlos
Quiénes son los vampiros emocionales y cómo tratarloslarazon

Llega el verano, el calor, las vacaciones... y a veces, en lugar de estar más contentos o más tranquilos y relajados, las vacaciones en familia se convierten en una pesadilla.

Y es que la convivencia, que se estrecha en días de ocio y descanso vacacional, no siempre es fácil. Chocamos con personalidades diferentes a nosotros, compartimos demasiado tiempo juntos, debemos tomar decisiones que satisfagan a todos: a los pequeños y a los mayores.

Desde luego la convivencia no es algo sencillo, de ahí que los choques y discusiones, especialmente a nivel de familia, estén a la orden del día. Por eso en estas fechas de verano, antes que ponerme a hablar de temas serios y profundos, quisiera profundizar en un aspecto no menos serio, pero tal vez más extendido y que sobre todo despierta mucha curiosidad. Me refiero a las personas tóxicas o vampiros emocionales.

Se ha escrito mucho y se ha hablado bastante de este tipo de personas, como si de monstruos que roban nuestra energía se tratara. Ellos, los otros, los vampiros, los malos, los tóxicos.

Pero para ser sincera: todos somos vampiros de alguna manera, en algún momento de nuestra vida. Si no hay nadie perfecto, ¿por qué juzgar y considerar que son los otros los malos de la historia y nosotros somos los buenos, las víctimas, los indefensos?

Vampiros energéticos o emocionales

La energía es algo que todos necesitamos para poder realizar actividades físicas y mentales. Cualquier interacción entre seres humanos es intercambio de energía. Así que, partiendo de este principio, el intercambio de energía en sí ya presupone que la energía fluye de uno a otro. La cuestión aquí sería en qué grado uno obtiene más energía o por el contrario, la pierde.

También hablamos de vampiros emocionales en el sentido de que una persona se aprovecha de las emociones de otras, llevándoles a un estado más triste o más enfadado, logrando de esta manera desestabilizar al otro.

Lógicamente esto es algo que no se hace de forma consciente, en personas normales, sino que hay una falta de energía que se tiene que obtener de alguna manera o un exceso de la misma que se pretender compensar.

¿Y cómo se produce ese intercambio de emociones o de energía? Muy fácil. La respuesta está en nuestras neuronas espejo: según la psicología moderna, el estado de ánimo es fácil de contagiar, porque solemos imitar las emociones de otras personas, de forma casi automática.

Cómo se produce un contagio energético o emocional

El contagio más directo se realiza cara a cara.Al hablar con los demás, o simplemente mirarlos, podemos transmitirles todo tipo de emociones: tranquilidad, preocupación, cariño, odio, miedo, felicidad... No en vano hay personas que nos motivan y deseamos hablar con ellos cuando nos sentimos perdidos, mientras que otras resultan nocivos para nuestra salud mental y tratamos de esquivarlos.

O como suele repetir en sus conferencias el famoso motivador Emilio Duró: ¡pues claro que no te cojo el teléfono... porque sé que eres tú!

Pero también el contagio puede producirse a distancia. De hecho, no hace falta ir muy lejos: con encender la televisión podemos contagiarnos enseguida de noticias desagradables, tristes, horribles... o ver una serie de humor para alegrarnos un poco si estamos bajos de ánimo. Existen películas de acción, de terror, de miedo... pero también comedias y tiras cómicas. Todo ello al servicio de satisfacer un determinado tipo de emociones que deseamos experimentar.

Las nuevas tecnologías como teléfono, WhatsApp, Facebook, Internet, etc. son una fuente inmensa de compartir emociones a diario y a todas horas. Y es que no podemos evitarlo: somos seres sociales por naturaleza y necesitamos de alguna manera estar comunicados con otros seres vivos.

Todos somos personas tóxicas en algún momento de nuestra vida

Y para demostrarte que tú también a veces lo eres (al igual que yo también a veces lo soy), observa las siguientes causas que nos convierten (a quien más y a quien menos) en vampiros emocionales (sólo he puesto unas pocas, aunque la lista podría ser interminable):

· Baja autoestima (si no nos queremos ni nos apreciamos, tratamos de buscar de alguna manera ese aprecio en otros): lo que hacemos es quejarnos para que nos entiendan y nos acepten, criticamos o atacamos a otros para que no nos sintamos peores que ellos.

· No sabemos gestionar nuestras emociones negativas: la ira, el miedo, la inseguridad, la tristeza... Todos podemos pasar por momentos difíciles en nuestra vida. De nuestra capacidad de gestión emocional dependerá cómo salimos de estas situaciones.

· Nuestra forma de comunicarnos: pasiva o agresiva. Lo ideal sería tener una actitud asertiva a la hora de comunicarnos: aprender a no culpar a otros, dejar de quejarnos, ni tampoco tragarnos las emociones... sino decir cómo nos sentimos de forma sincera, compartir. Expresar las emociones de una manera pacífica: decir por qué nos duele o nos disgusta una postura.

Cómo enfrentarnos a los vampiros emocionales

Es muy importante no caer en sus redes ni convertirnos en víctimas, porque las víctimas también son de alguna manera vampiros energéticos a la inversa. Ese amigo que no hace más que contarte desgracias, por poner un ejemplo. O como se suele decir: si tú estás bien, nadie va a ser capaz de desestabilizarte. Si te dejas influir por otras personas más agresivas o más pasivas, es que tu gestión emocional es más bien pobre.

Aquí te propongo algunos consejos para ahuyentar a los vampiros energéticos:

· Dialogar. Ser asertivos. Expresar tu postura de forma sincera, respetuosa con el otro. En lugar de acusar: porque tú..., hablar en primera persona o de forma neutra: porque yo / eso me hace sentir...

· Alejarse. A veces ésta es la mejor opción. Hay gente que nos hace daño y disfrutan con ello. Si tras intentar dialogar con ellos y ser asertivos en varias ocasiones, vemos que nada funciona, lo mejor es tener el menor contacto posible.

· Aprender a decir NO. Muchos vampiros se alimentan de nuestra constante predisposición, fingen o simplemente se niegan a pensar que pueden hacer las cosas por sí solos. Necesitan de otros para sentirse mejor o simplemente viven a costa del esfuerzo de los demás. Poner límites es clave para dejar de sentirnos víctimas de esas personas y tomar nuestras propias decisiones.

· Sin embargo, no siempre tenemos la opción de alejarnos, como puede suceder en una familia o un trabajo. Si te atacan y no tienes una forma inmediata de alejarte, no entres en su juego. El vampiro agresivo siempre buscará desestabilizarte para compensar su propio desequilibrio. No contestes, no des respuestas personales. Di que ya lo trataréis más adelante, cuando se tranquilice.

· Lo mismo ocurre con los vampiros pasivos: esas personas que se quejan de todo, que critican a los demás, que no hacen más que contarte desgracias. Si no puedes alejarte de ellos, o si tras insistir en que no lo hagan, siguen compartiendo contigo sus penurias o las desgracias de los demás, crea una barrera emocional en tu mente, no entrando en el juego de esas personas, no identificándote con sus historias, sino diciéndote por dentro: eso no me afecta a mí. Utiliza afirmaciones internas y el poder de tu mente para no perder el control y protégete de sus ataques. Repítete que eres una persona libre y sólo te afecta aquello que tú decides que puede afectarte. Las decisiones de cómo sentir y pensar sólo las tomas tú.

Para terminar, quiero incidir una vez más en que todos somos víctimas y somos vampiros en diferentes momentos de nuestra vida. No se trata de culpar a otros constantemente. Si estamos mal es que algo estamos haciendo mal. Si nos atacan y no sabemos defendernos, el problema en realidad es nuestro. Aprender a gestionar nuestras emociones, seamos víctimas o agresores, ésta es la verdadera clave.

La felicidad está dentro de cada uno de nosotros, no en los demás. Si nos sentimos felices y contentos con nosotros mismos, no necesitaremos robarle la vitalidad a los demás ni pretender que otros nos hagan felices.

El problema es que esto último no es tan fácil: requiere de autoconocimiento continuo, de aprendizaje y de mucha constancia. Pero al menos si nos damos cuenta de que reconocer el problema es el primer paso, podremos decir que estamos en el camino correcto.