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El juzgador juzgado

El juzgador juzgado
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No concibo un mundo sin Derecho. Quizá alguna tribu perdida y alejada del mundo real pueda sustentarse aún bajo cierta acracia, pero la realidad es, sin duda, que sin Derecho no hay sociedad. Sin sociedad no hay vida. Sin vida no hay nada.

Son muchos los que se erigen juristas de primera categoría para enjuiciar qué está ocurriendo en Cataluña, si el artículo 155 de la Constitución es el elemento más propicio o, si por el contrario, se debe apostar por un diálogo definido. O si Galicia está ardiendo o está siendo quemada. Incluso hay quien se atreve a valorar –mejor dicho, sentenciar– quiénes son los autores de todo este compendio de desobediencia y a qué prisión deben ir. Lo absurdo de una sociedad donde la palabrería barata se extiende por los mentideros de cualquier conversación tabernera.

Dicen que los jóvenes están desinformados, que no leen el periódico. Creo que se equivocan; ni los jóvenes ni los menos jóvenes. Hay quien decide hacer juicios de valor paralelos a la realidad sin haber ojeado ni una sola noticia sobre el caso. Pero luego me surge otra duda y es que no sé qué es peor: estar desinformado por no leer o estar mal informado porque la noticia lleva una gran carga de opinión profunda. Esto no es nuevo. Dice un amigo que ‹‹medios de comunicación, medios de manipulación››. Y es que el problema se acentúa no ya porque se esté desinformado, sino porque no se haya contado la noticia con total visión de la realidad.

Como resultado de todas estas sumas y restas de información mal cocinada, para mayor desgracia, la gente da pábulo a unas y otras. Y habla. Habla mucho. Tanto es así que el medio utilizado para ejercer el poder judicial –y ejecutivo y legislativo, ya puestos– es algo tan simplón como un recuadro de 140 caracteres o, si se prefiere, un recuadro de mayor capacidad pero con mismo fin y propósito. Las redes sociales, y en concreto Twitter y Facebook, se han convertido, al mismo tiempo, en juez y delincuente de la misma causa. Nunca antes 140 caracteres habían hecho tanto daño: cualquiera toma cartas en cualquier asunto, asignándose los roles que mejor acompañen en cada caso, pues unas veces toca ser perro y otras gato. Unas veces juzgas y otras eres juzgado.

Creo firmemente que para que nuestra Democracia funcione los poderes deben estar claramente diferenciados, con sus funciones delimitadas. El Derecho positivo, el vigente, puede gustar más o puede causar mayor discrepancia, pero es el que se mantiene imperante en la sociedad y hay que respetarlo. Cualquier vulneración lleva aparejada una sanción, una pena, o como mínimo, un reproche moral. Si algo no se puede entender en los tiempos que corren es que la consecuencia de dicha violación en algunos casos provoque indigestión, en otros diarrea y en pocos, pero sonados momentos, carcajada.