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El Rubius y el buen idiota
Por Álvaro de Diego.
Crisis de ansiedad y estrés. Ese es el motivo de su baja laboral. Lo ha anunciado hace unos días El Rubius. El youtuber más exitoso de nuestro país, así como el tercero del mundo -casi 30 millones de suscriptores-, abandona “unos meses” su canal de vídeo on line, si bien continuará activo en otras redes sociales. La sobreexposición pública ha hecho mella en el referente de los millennials, aquella generación de nativos digitales hiperconectados que ha alcanzado la vida adulta (en términos hormonales, al menos) en este siglo XXI. Es nada menos que un signo de los tiempos, expresión teológica que en Mateo (16: 2-3) se cifraba en la venida de Cristo. Los griegos lo habían identificado antes con Kairos, el joven con un mechón de cabello muy largo en la frente pero completamente calvo por detrás. Al dios de pies tan ligeros como Aquiles solo se le podía agarrar fugazmente. Por la coleta. Una vez te rebasaba, resultaba inasible por su proverbial y estudiada alopecia. La oportunidad, en suma, se convertía en oportunidad perdida.
La recaída de Rubén Doblas, el ser humano que se parapeta tras el avatar de El Rubius, puede representar una epifanía. Y la revelación tiene profeta que la haya escrito. Se llama Byung-Chul Han. Nació en Seúl en 1959. Estudió filosofía en la Universidad de Friburgo y literatura alemana y teología en la Universidad de Múnich, allí donde el Papa emérito Benedicto XVI fue estudiante y profesor. Autor de una tesis sobre Heidegger, este surcoreano afincado en Alemania es una de las más portentosas inteligencias de nuestro tiempo. En sus libros, de corta extensión y sobrada densidad conceptual, se cumple la sentencia de Goethe que preside este blog. El filósofo, que efectivamente no pone palabras donde faltan las ideas, se revela como un crítico inmisericorde de la sociedad del consumo y del capitalismo globalizado.
Me detendré en sus dos últimas obras. En Psicopolítica carga contra el neoliberalismo en tanto que “sistema muy eficiente, incluso inteligente, para explotar la libertad”. No existe ya la clase trabajadora sometida a la explotación ajena, sino la lucha interna del trabajador “que se explota a sí mismo en la misma empresa”. La agresión, a su entender, se dirige ahora hacia uno mismo, de tal modo que no transforma al explotado en revolucionario, sino en depresivo. En el mundo digital de la transparencia la libertad del ciudadano ha dejado sutilmente paso a la pasividad del consumidor.
Marx y Kant se equivocaron. Ni el capitalismo ha sido derrotado ni asistimos al último estadio de la Ilustración. El Rubius es el heraldo de este nuevo tiempo. Se trata de un autónomo que fija su propio horario laboral y se deja esclavizar por YouTube, un sistema de producción gratuito. Después de catorce horas diarias ante la pantalla, ha sucumbido a la ludificación del trabajo. Y es que la emocionalización del discurso, que constituye un filón comercial inagotable (los productos son finitos; los sentimientos, no), vacía paradójicamente la comunicación del factor humano. Quien confecciona y difunde vídeos con millones de reproducciones se ha acabado viendo radicalmente solo.
Byung-Chul Han considera “la expulsión de lo distinto”, que así se titula su último libro, la gran patología social de nuestro tiempo, el mal endémico que pulveriza las posibilidades de realización y plenitud personales. Amar es conocer, pues no hay otra relación madura que la que nos enfrenta con quien es diferente. Si amamos al otro, lo hacemos teniendo presentes sus virtudes y sus defectos, lo que singulariza al desemejante. Muy por el contrario, “en la caja de resonancia digital, en la que uno se oye hablar a sí mismo, desaparece cada vez más la voz del otro”. Lo igual es suculenta pieza para el mercado global, no hay carnada mejor que el hombre-algoritmo. Lo ilustra de nuevo El Rubius. Hace dos años la publicación de una entrevista al personaje motivó un repentino torrente de “likes”. Cuando el youtuber expresó su disgusto con el resultado, todo devino en linchamiento digital colectivo.
¿Hay alternativa a la engañosa cultura del “me gusta”? Lo cree el pensador surcoreano, para quien solo puede ser analógica. Pasa por escuchar y mancharse las manos. Literalmente. Escuchar supone la redención de devolverle a cada cual lo suyo. Y, para ello, uno ha de convertirse en idiota, ser el hereje que rompa la tiranía del consenso. El idiota, en sentido puramente digital, “no comunica”. Mas sabe poner oídos al otro, atenderle. Y también puede cultivar un jardín. Sentir el peso de la arena, cómo se le escapa entre los dedos.
Rubén, la tierra pesa más que treinta millones de followers. Es mucho más que los dígitos y los números.
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