Historia

Una isla sin muros ni celdas que sirvió como cárcel durante los siglos más oscuros de España

Su geografía, su aislamiento y la precariedad de sus conexiones marítimas eran suficientes para garantizar que quienes llegaban allí como exiliados rara vez pudieran escapar

El Hierro, Canarias
Una isla sin muros ni celdas que sirvió como cárcel durante los siglos más oscuros de EspañaHola Islas Canarias

En la historia de España, hay cárceles que nunca tuvieron rejas. Lugares donde el aislamiento fue más eficaz que los muros de piedra, y el silencio actuó como grillete. Uno de ellos fue El Hierro, la más occidental de Canarias, utilizada durante más de 150 años como destino de destierro político. Aunque hoy se asocia con la tranquilidad del turismo rural y la belleza de sus paisajes, hubo un tiempo en que en esta ínsula fue escenario de represión, exilio forzoso y olvido.

Lejos de los focos históricos que han visibilizado el papel represivo de otras islas como Fuerteventura, El Hierro permaneció en la penumbra de la memoria colectiva. Sin embargo, desde finales del siglo XVIII hasta bien entrado el franquismo, esta pequeña isla, de apenas 270 km² y escasos medios de comunicación, sirvió como un eficiente mecanismo de castigo para regímenes que buscaban apartar a quienes incomodaban con sus ideas, su ciencia o su pensamiento libre.

Cárcel sin muros

El Hierro no contaba con penitenciarías ni garitas. Su geografía, su aislamiento y la precariedad de sus conexiones marítimas eran suficientes para garantizar que quienes llegaban allí como exiliados rara vez pudieran escapar. No se necesitaban barrotes: la isla entera funcionaba como una prisión natural.

Durante el reinado de Fernando VII, y posteriormente bajo distintas formas de gobierno -desde monarquías autoritarias hasta la dictadura franquista-, intelectuales, médicos, maestros y políticos fueron enviados al exilio insular. Muchos no habían cometido más delito que pensar de forma diferente.

Uno de los casos más recordados es el del doctor Leandro Pérez, desterrado en 1823. En su reclusión forzosa, realizó investigaciones sobre las propiedades del Pozo de la Salud, en la zona de Sabinosa, cuyo valor medicinal ha sido reconocido hasta hoy. Su legado no solo perdura en la medicina popular de la isla, sino también como símbolo de cómo incluso el castigo puede generar conocimiento.

Figuras incómodas, memorias vivas

El escritor satírico Félix Mejía, el educador y activista Florencio Sosa Acevedo, o los profesores universitarios Íñigo Cavero y José Luis Ruiz-Navarro fueron algunos de los muchos que vivieron su destierro en El Hierro. Unos lograron huir o reubicarse, otros resistieron desde la soledad del exilio interno, y unos cuantos dejaron una huella indeleble en la cultura herreña.

Paradójicamente, lo que el poder concibió como aislamiento, se convirtió en una oportunidad para el intercambio. La llegada forzada de personas cultas trajo consigo ideas nuevas, debates pedagógicos y saberes que transformaron, en parte, la realidad insular. La comunidad local, aunque marginada por el centralismo peninsular, se benefició de ese flujo inesperado de conocimiento.

El olvido institucional

Hoy, esta historia permanece en gran medida silenciada. Apenas tiene presencia en los programas escolares, ni en los discursos oficiales de memoria histórica. Sin embargo, en las piedras volcánicas de El Hierro y en la voz de sus mayores aún resuena el recuerdo de aquellos años de exilio forzoso, cuando la isla se convirtió en refugio, cárcel y trinchera de resistencia silenciosa.