Concorde Canarias

Lo que pasó en 1973 cuando un Concorde despegó de España no ha vuelto a ocurrir en la historia

Para esta misión fue necesario modificar la aeronave, perforando su techo para instalar ventanas especiales de cristal de cuarzo

Boom Supersonic completa el primer vuelo con el avión con el que pretende resucitar el Concorde
Boom Supersonic completa el primer vuelo con el avión con el que pretende resucitar el ConcordeBoom Supersonic

En aquellos maravillosos años 70 de la cultura hippie, la música disco y los conflictos bélicos, hubo un hecho que marcó un antes y un después en la aeronáutica. El 30 de junio de 1973, tal día como hoy pero hace 52 años, España se convirtió en protagonista de uno de los proyectos científicos más innovadores para entender mejor el comportamiento del Sol. Aprovechando la ventaja geográfica del archipiélago canario, nuestro país participó junto a Reino Unido y Francia en un experimento internacional que aprovechó el eclipse solar total de ese día para realizar observaciones únicas desde un avión supersónico, el prototipo Concorde 001.

La elección de Canarias no fue casual. Su ubicación estratégica permitía a los investigadores interceptar la sombra del eclipse mientras atravesaba África occidental, ofreciendo una ventana de observación mucho más prolongada que la limitada experiencia de apenas un minuto que se vive desde tierra. El Concorde, despegando desde Gran Canaria, siguió la trayectoria de la sombra sobrevolando el desierto del Sáhara y Mauritania, lo que permitió extender las observaciones solares hasta 74 minutos, un récord hasta entonces imposible de alcanzar.

Detrás de este operativo sin precedentes hubo más acción que en una película de espías. En apenas dos meses, un escuadrón de científicos de Estados Unidos, Reino Unido y Francia puso manos a la obra desde Toulouse para convertir al elegante Concorde en un laboratorio volador digno de la NASA. ¿El detalle más jugoso? Le hicieron agujeros en el techo. Así como lo lees. Perforaron la aeronave para colocar ventanas especiales de cristal de cuarzo, diseñadas para mirar directamente al sol sin derretirse en el intento. Al principio, los británicos levantaron una ceja (o las dos), pero Air France dijo “oui, adelante” y el proyecto despegó, literal y científicamente.

Jim Lesurf, físico de la Universidad de Saint Andrews en Escocia y testigo directo de la experiencia, recuerda las dificultades que enfrentaron los investigadores dentro del avión. “Era muy incómodo, apenas había asientos y los científicos se sujetaban a lo que encontraban para no perder el equilibrio durante los ejercicios previos”, relata. Además, el 27 de junio, tres días antes del eclipse, el Concorde llegó a Gran Canaria cubierto por una calima que obligó a los propios científicos a limpiar manualmente las ventanas instaladas en el techo.

El Concorde alzó vuelo puntual, como buen caballero del cielo, y se lanzó a la caza de la sombra del eclipse como si fuera una carrera cósmica. Durante cuatro intensas horas, surcó el firmamento a velocidad supersónica, hasta aterrizar con estilo en Chad. ¿El resultado? Nada menos que las primeras observaciones infrarrojas del sol tomadas desde un avión en pleno vuelo supersónico. Una proeza digna de película de ciencia ficción… pero real, y que abrió un universo (literalmente) de posibilidades para la astronomía y la física solar.

Además, esta operación contó con la colaboración fundamental del Ejército del Aire español, que facilitó las labores de apoyo y logística necesarias para que la misión se desarrollara con éxito. Este episodio no solo destacó por su valor científico, sino también por la demostración de cooperación internacional y tecnológica en plena Guerra Fría, cuando la exploración espacial y la investigación astronómica cobraban gran relevancia.

Curiosamente, aunque el Concorde es más conocido por su inicio de vuelos comerciales en 1977, con su primer aterrizaje en la Península en Barajas, esta misión de 1973 en Canarias fue un ejercicio crucial que marcó un antes y un después en la observación científica del sol desde el aire. Hoy, más de medio siglo después, este hito es un recuerdo emblemático del ingenio y la colaboración internacional que convirtió al archipiélago canario en un punto clave para la ciencia aeroespacial y astronómica.