Religión ( fundaciones)

90 años de las mujeres del Opus

Es una descartada de esa España pobretona, de alpargata y pañuelo paquetero, de principios del siglo pasado. La han recogido en la calle, medio agonizante; y la han llevado a un centro para indigentes. Un joven sacerdote, que tampoco anda sobrado de salud, la escucha con cariño y la acompaña. Escrivá y ella hacen buenas migas.

El curita la convence de que su sufrimiento es un tesoro y ofrece su vida por los proyectos disparatados en los que anda aquel sacerdote, que a todos contagia su serenidad y optimismo. Cosas del destino, será la primera mujer del Opus Dei; cuestionado movimiento universal de fieles, llamado a convertirse en uno de los pilares más exigentes dentro de la Iglesia, y más fieles al sucesor de Pedro.

En el Opus son más papistas que el Papa. Me ha costado años entenderlos un poco, pero siento admiración y estima por ellas y ellos, tanto por su riqueza espiritual como humana; así no esté hilvanado, ese vivir, a mi hechura. Escrivá de Balaguer, aragonés anticipativo y algo chiflado, llegará a ser uno de los españoles más influyentes del siglo XX. Con los años, aquel cura pelao elevado a los altares, será venerado en los cinco continentes, aunque mal comprendido y perseguido sin piedad dentro y fuera de la Iglesia; sobre todo en su patria.

San Josemaría fue el primero en hablar de la llamada universal a la santidad. Hasta entonces, para ser santo había que vestir traje talar y renegar del mundo y sus camelancias. Pero él intuye que es la hora de los laicos y propone un desatino para la época: «amar al mundo apasionadamente». ¡Qué chiste! Un cometido en el que ellas —casadas, solteras, cualquiera que sea su tarea—, estarán llamadas a ocupar un lugar determinante.

De la incorporación femenina al Opus Dei se cumplen, en estos días, 90 años. Buena ocasión para poner en valor a esas miles de mujeres discretas y empeñadas en hacer el bien a manos llenas. Algo que he podido constatar en África, en la América Hispana y en los países europeos en los que he ejercido, durante décadas, como corresponsal de agencia, prensa, radio y televisión.

Las he tenido a mi lado como compañeras y he visto cómo se mueven en casi todos los oficios. Estoy persuadido de que sin su buen hacer, y «sin ese algo que les es propio y que sólo ellas pueden dar» —en palabras de su fundador—, serían imposibles las múltiples tareas y el bien que realiza esta institución en el mundo.