Sociedad
“¿Qué es lo que no puede faltar en mi cocina?”, reflexiona Susana Ibáñez mientras decora los gofres que acaba de elaborar con un rico chocolate caliente. “Pues muy fácil. Ilusión, esfuerzo, energía y, en resumen, pasión por lo que haces, por transmitirlo y cocinarlo”. Nada tangible, todo sale del corazón de esta vallisoletana que tras sufrir dificultades laborales al inicio de la pandemia decidió emprender, hacer real uno de sus sueños, con lo que más le gusta, la mezcla de cocina y formación. Y todo ello, desde su funcional zona de trabajo, su casa. “Ensupuntogastroclub” es una iniciativa que la da la oportunidad de trasladar desde casa todos sus conocimientos a los alumnos, que están al otro lado de la cámara, conciliando y convirtiendo casi en un plató de televisión el espacio preferido de su hogar, la cocina. No es una ‘youtuber’ de cocina, por el momento...
“La crisis nos ha obligado a reinventarnos, a resetearnos”, asevera, en lo que parece un eslogan que apela a la mayor parte de la sociedad a seguir esforzándose. Sobre todo en su caso, pues con la crisis se suspendieron todas las clases que impartía de forma presencial en una escuela de cocina vallisoletana. Ahora, cuenta con un ejército de unos 50 alumnos que chatean y se mensajean con ella para preguntar todo tipo de dudas y que, a través de su plataforma, ven, aprenden y practican sobre la variedad de recetas que Ibáñez lanza “de mil amores y mucho corazón”. Y todo ello, a un precio de 10 euros al mes, que es inferior en caso de contratar por más periodos. Todo ello ha merecido la llamada de Masterchef, que cuenta con esta cocinera para sus campamentos de verano “para formar a pequeños y futuros chefs”.
Aunque todo lo que rodea al término pandemia suena negativo, son muchas las voces que es periodo de oportunidades. Así lo vio esta vallisoletana, ejemplo de que emprender en tiempos de COVID-19 es posible, si bien reconoce que “está mejor visto en otros países que en España”. “Te lo agradecen siempre. Nunca lo toman como un fracaso”, sostiene. Aunque admite que dar este paso supuso invertir en equipos técnicos para sus propias grabaciones. “Ahora grabo, edito y publico. Todo ha sido un proceso paso a paso. Mi madre me dice que haciendo fotos soy lenta, pero es mi proceso creativo”, ironiza entre risas. Si te llamas Susana Ibáñez, las ganas y ver la vida de color de rosa, por cierto, su color favorito, es más fácil. Nació con un pan bajo el brazo por la inspiración artesanal panadera de su familia. O más bien, se puede decir que lo hizo con un pastel, porque se confiesa “golosa, muy golosa”. “Mi vida sin dulce no tiene sentido”, asevera, con una sonrisa de oreja a oreja. Por ello, a pesar de diplomarse en Enfermería y darse rápidamente cuenta de que no era lo suyo, se centró en su gran vocación, la cocina, aunque de un modo más especial por la pastelería.
Su blog sigue un ritmo semanal en el que los fines de semana graba la elaboración de una receta salada que emite los lunes, y a mitad de semana se centra en el dulce, que ella misma define como su “especialidad”. También incluye un videochat con los propios alumnos. Como la levadura que va subiendo poco a poco, la formación gastronómica de Susana empezó con unos 16 años, cuando se dio cuenta de su vocación a pesar de continuar con otros estudios. Años después apostó por un “sueño”. “No se trata de vender un producto, sino lo que creas. A los alumnos les digo que mi sueño se ha hecho realidad gracias a ellos”, traslada.
De la mano de los mejores
“Me fui a una entrevista a la Escuela Internacional de Le Cordon Bleu, en París, uno de los templos más prestigiosos de la cocina europea. Cuando me aceptaron me puse a aprender francés rápidamente”, rememora. Ahora, habla el idioma del país vecino a la perfección. Pero las ganas de formarse la llevaron a cursar tres de los años de formación en uno en la capital gala, pues sacó Cocina, Enología y Pastelería, esta última su gran pasión. Realizaba a la vez la teoría y la práctica, en jornadas maratonianas, fruto de su incansable afición. Uno de los principales respaldos es haber absorbido todo lo aprendido en la famosa pastelería francesa, al lado de referencias mundiales como Pierre Hermé, elegido mejor pastelero del mundo, Phipippe Conticini, Vincent Vallée o el puertorriqueño Antonio Bachour Y eso le abrió las puertas de Barcelona, siguiente parada, donde fue requerida para trabajar como tutora y profesora en la Escuela Profesional de cocina Bellart. En la Ciudad Condal nació su primera hija. “En ese tiempo me especialicé en el caramelo”, recuerda. Y de ahí dio el salto a Nantes, donde trabajó en un obrador de pastelería durante seis años e hizo famosos sus ‘cup-cakes’ y las flores de azúcar. Allí nació su segunda hija. Todo ello sin dejar de formarse en escuelas de Suiza o Reino Unido.
Fue en 2017 cuando decidió tomar el camino de regreso a sus orígenes, en Valladolid, pero con la “experiencia y el aval” de prestigiosos centros formativos. En la ciudad del Pisuerga fue contratada por una escuela de cocina, donde creó dos módulos de FP online. “Y ahí todo se detuvo con el COVID. Y como vi que para largo pues emprendí con esta fórmula que de momento me da resultados. Es la formación continua de la cocina. Es la cercanía de mis alumnos en la distancia, porque estoy disponible las 24 horas del tiempo para ellos. De hecho, me envían mensajes cuando están haciendo la receta para preguntarme dudas y, por supuesto, les ayudo”, sostiene.
En las últimas semanas ha dado el salto a Youtube con recetas “diferentes en videos rápidos, que es lo demanda el usuario”. Mientras prepara el gofre a la hora de la merienda para los que hoy son sus invitados, desliza que no es solo “hacer la receta, sino enseñar trucos y adelantarse a las dudas y problemas que los alumnos se van a encontrar”. “Muchas veces me escriben y me dicen que justo cuando llegaban a tal punto de cocción se les planteó una duda que seguidamente les resolví en el video. Eso también ocurre porque aunque están al otro lado de la cámara conozco sus inquietudes, sus problemas...”, sentencia.
Dado que para Susana la cocina “es un mundo que no tiene fin”, admite que en casa también se encarga ella. “Entiéndeme. En casa es la misma cocina pero para nosotras”, ríe. “En casa no haces un asado de tres horas para un miércoles”, suelta con una carcajada. Insiste en que es “más de dulce que de salado”, lo que intuye que algunas de sus delicias, tanto para elaborarlas como para comerlas, están relacionadas con la bollería, como panetones y croissants”. “Mejor dicho, todo lo que tiene ver con masas hojaldradas fermentadas. Creo que viene de mi abuelo”, afirma.
El penúltimo sueño
Y como ha quedado demostrado que el carácter incansable de esta vallisoletana, aún le queda un penúltimo sueño, porque seguro que el último está por venir. “Quiero trasladar toda la experiencia a un negocio físico en Valladolid. Quiero montar un salón de té. Es una inversión importante, por lo que con la crisis está congelado. Pero lo tengo ahí aparcado para ofrecer bollería fresca, que aquí no hay nada parecido”, vaticina.
Realmente, este sueño se traduce en traer alguna de las típicas pastelerías parisinas al centro de la ciudad que la vio nacer. Eso sí, recalca, con materiales de calidad. “Tiene que haber para todos los gustos y todos los bolsillos”, admite Ibáñez, quien asegura que prefiere comer “una vez un pastel de siete euros que uno peor en diez ocasiones”. “Cuando sabes lo que estás comprando, si puedes, no te importa pagarlo”, asegura, con una frase que aprendió durante su formación junto a las aguas del Sena, donde directamente diseccionaba aquellos pastelitos de precios por las nubes para entender el porqué. “Cuando lo abría y analizaba la de capas de productos de calidad que llevaba, entendía su coste”, explica.