Opinión

La vida pequeña

Siete años después de El viento en las hojas”, J. A. González Sainz regresa con “La vida pequeña. El arte de la fuga”, una voz vigilante cargada de sensatez que husmea en las entrañas de la vida

Todo está patas arriba, ciertamente. Pero el peso del mundo no es ahora más aplastante de lo que lo era antes de la pandemia. Redescubrir lo pequeño como medida de las grandes cosas, para aupar un horizonte de vida compartida, sigue siendo la respuesta a tanta devastación. Cada nuevo día, amable lector, es una invitación a saborear la certeza de existir, desde el empeño de proteger el bien común con decencia.

Siete años después de los relatos de “El viento en las hojas”,J. A. González Sainz, regresa con un texto en el que filosofía y ensayo se trenzan en busca de un audaz modo de afrontar la realidad, para gozar de lo noble y bello que brota de la letra menuda de cada día.

“La vida pequeña. El arte de la fuga”, es un libro de esos que da holgura; circunstancia que se repite en este soriano universal. En medio de un cataclismo de tremendas dimensiones, provocado por algo tan chiquito como un virus que lo emponzoña todo, una voz vigilante cargada de sensatez, husmea en las entrañas de la vida; o tal vez reza, no lo sé.

Lo que sí está claro es que lo hace desde la humildad alentadora de quien cree en verdades eternas y evita especulaciones, en busca de la respuesta más transformadora: un positivo modo de mirar, de escuchar y de compartir. O lo que es lo mismo: desde la osadía de paladear alegrías más altas. Esta obra editada por Anagrama, es un texto necesario frente al fraude, las prisas y la banalización.

González Sainz denuncia la impostura y la trapacería y desenmascara la imbecilidad ambiental de muchedumbres convertidas en un rebaño individualista, mansurrón y lanar, incapaz de hacer del corazón del otro su propio corazón.

Como Machado, Séneca, el portugués Tolentino Mendoça, o el argentino Mariano Fazio, a González Sainz le mueven las pequeñas y tantas veces desapercibidas cosas. El autor de “La vida pequeña. El arte de la fuga”, no tiene prisa por hacer, por coger velocidad o hacer oír su voz a cualquier precio.

Lo que nuestro autor plantea, a fin de cuentas, es hacer oídos sordos al fatigante barullo de nuestros días, para construir, con la ayuda de todos, esa sólida fraternidad anclada en la ilusionante esperanza de vivir, que tanta falta nos hace.