Invasión rusa
Tres generaciones de exilio en Salamanca: una hija, madre y abuela en Ucrania
Zoya, de 72 años, su nieta Anna, de 29, y sus bisnietos, Román y Maxim, de 7 y 2 años, comienzan una nueva vida en la capital salmantina forzada por la invasión rusa
Zoya, de 72 años, su nieta Anna, de 29, y sus bisnietos, Román y Maxim, de 7 y 2 años, comienzan en Salamanca su exilio forzado por la invasión rusa de Ucrania, un país en el que sigue el otro pilar de esta saga familiar: la hija, madre y abuela de estos refugiados, enfermera en su ciudad de origen. Recién llegados a Salamanca, relatan a Efe que salieron el 3 de marzo de la ciudad que era todo para ellas, Korosten, al noroeste de Kiev, la capital de Ucrania, por algo “inexplicable”, por la invasión y la guerra ejecutada por un país que había sido “como hermano”, en referencia a Rusia.
Esta familia forma parte de un grupo de 50 ucranianos que se subieron a un autobús salmantino, en una operación promovida por la Asociación de Ucranianos en Salamanca, aunque solo siete de ellos llegaron la madrugada del viernes a la capital salmantina, después de que en Madrid se quedara el resto para irse a otras ciudades, como Valencia.
Zoya se emociona mientras trata de explicar lo que siente, lo que piensa al verse obligada al huir de su país, de abandonar de su casa, y todo por ayudar a su nieta, Anna, en el cuidado de los dos pequeños con los que han salido de Ucrania. Están alojadas, por el momento, en un modesto hotel de Salamanca, en una habitación en la que conviven las dos mujeres y los dos pequeños, donde Román, de 7 años, juega con dos pequeños coches, y Maxim pide comer.
Mientras Anna lo alimenta, relata el horror con el que tuvieron que huir de su país, cuenta “cómo ya se ven zonas de la ciudad bombardeadas, como un colegio, calles de Korosten, casas, o, incluso, la entrada a uno de los búnkeres, que se había construido para la Segunda Guerra Mundial”.
Abandonaron su ciudad, a 176 kilómetros al noroeste de Kiev y de más de 63.000 habitantes, el 3 de marzo, y tras un largo peregrinar de ciudad en ciudad, de trenes, de autobuses, llegaron a la frontera con Polonia, donde fueron recogidas por el autobús de una empresa de Salamanca, para llegar a la ciudad donde había vecinos de Korosten, que incluso conocían a personas comunes.
Anna, que estudió Economía y una carrera ucraniana que podría equivaler en España a genética animal, trabajaba en el departamento administrativo de un hospital, el mismo lugar en el que su madre trabaja como enfermera y ahora quiere “hacer lo posible por intentar trabajar en España para dar de comer” a los más pequeños.
Su marido, bombero, también se ha tenido que quedar en Ucrania, le sigue relatando el día a día de Korosten, cuando, de pronto, a las 13,26 horas en España (una más en Ucrania) suena una sirena en su teléfono ucraniano: es la alerta de que puede producirse un nuevo bombardeo.
La abuela, Zoya, se echa las manos a los ojos, comienza a llorar y da “las gracias” a los que les han dado “alojamiento en esta ciudad”, mientras se lamenta “por todo lo que está ocurriendo”, por algo que “es inexplicable, porque Rusia siempre ha sido como un país hermano”. ”Nunca pensé que esta guerra fuera una realidad. Tengo amigos y parientes en Rusia y siempre creí que como somos dos países casi iguales esto no podría pasar. Pero es terrible. Es una tragedia”, vuelve a llorar Zoya.
Mientras ella insiste una y otra vez en que quiere “volver a su casa”, su nieta Anna solo piensa en que “todo esto pase y luego ya se verá”, porque por ahora solo piensa en estar en Salamanca para que su hijo mayo “pueda seguir con su educación”.
Anna relata todas las “negativas emociones” que siente cuando piensa en lo que está ocurriendo en Ucrania, en su ciudad donde se ha quedado su familia, en el lugar donde todavía sigue sonando las alarmas, incluso varias veces a lo largo de la noche, que obliga a los habitantes de Korosten a “despertar a los niños para llevarlos a cualquier búnker”. ”Pocos planes podemos tener en este momento”, afirma la joven Anna mientras sigue dando de comer al pequeño Maxim, porque allí no tiene dónde volver, a una ciudad donde “el 70 por ciento de las mujeres ya han salido del país”.
En español, Anna da las gracias a “los que están ayudando”, vuelve al ucraniano, y la abuela Zoya en su idioma agradece “a los que han dado este alojamiento”. Y Román, el mayor de los dos niños, se despide con la ilusión de jugar al fútbol en algún equipo salmantino.
✕
Accede a tu cuenta para comentar