Cultura

Alguien que se despierta a medianoche

El burgalés Oscar Esquivias, es uno de esos escritores insuperables en su abarcadora cultura y sencillez. Lo suyo es sentir y contar, desde la libertad, el rigor y la belleza. Y Miguel Navia, se encuentra entre los más destacados artistas españoles, capaz de reflejar el mundo a través del dibujo, en toda su magnificencia y esplendor escenográfico. Desde hace más de una década, el ilustrador Navia y el escritor Esquivias, vienen elaborando, con soberano aguante y perseverancia, una obra medulada en la palabra fértil y el despliegue gráfico, sobre los barrios y las calles de Madrid y otras ciudades españolas.

El resultado no ha podido ser más provechoso y evocador: la calidad del dibujo de Navia, se funde con el universo literario de Esquivias, obsesionado siempre por hurgar en lo que vemos, pero no percibimos; y en mostrarnos la fragilidad de la existencia y la belleza del vivir. El proyecto inicial, que era un libro de profetas, acabaría transformado en alguien que se despierta a medianoche, para convertir a Burgos, Madrid, Bilbao o Valladolid, en escenarios de fábulas y relatos que en la Biblia suceden en Nínive, Babilonia o Jerusalén.

Patriarcas, profetas, ángeles y vírgenes, son reinterpretados por estos dos centinelas de la vida, que son Oscar Esquivias y Miguel Navia. Asombra su capacidad para entrelazar lo sagrado con lo profano y el mito con la historia. El resultado no puede ser más atractivo y seductor: una obra que recrea y actualiza temas y símbolos bíblicos desde la creación del universo hasta el apocalipsis, con imágenes y textos contemporáneos como si de un nuevo libro sagrado se tratara.

Cuenta Oscar Esquivias, en el prologo, que Miguel Navia y él se conocieron en Chueca, pero no en las calles del barrio madrileño, sino en las páginas de un libro titulado así, publicado en una preciosa edición del reino de Cordelia “que es la monarquía _en palabras de Esquivias_, más ilustrada que hay sobre la tierra”.

Chueca está compuesto por un conjunto de láminas de Miguel, en las que se refleja la vida cotidiana de ese barrio que conoce muy bien, porque pasó allí su infancia y juventud y porque después de unos años de ausencia, ha vuelto a residir en él. Su casa está en una rancia y vieja calle, que lleva nombre de apóstol y tiene unos balcones por los que llega la luz a su gran mesa de trabajo, “donde se pasa las horas como si estuviera en un Scriptorium monástico”.

A veces nos olvidamos de que Dios creó el infierno antes que la tierra, advierte Oscar Esquivias, y que el primer condenado fue un ángel: “la mejor obra ( y la gran decepción de Dios) no es Adán, del que apenas se acuerda y ya no sabe si era rubio o moreno, velludo o lampiño, sino Luzbel”, asegura Esquivias, quien remata así la reflexión: “A menudo y Dios piensa en borrarlo todo y volver a empezar, pero le da mucha pereza y se ve incapaz de mejorar el canto de los mirlos, y solo por ellos lo deja todo tal y como está”. En definitiva: un estupendo libro que confirma el aliento artístico y literario de estos dos creadores, capaces de convertirlo todo en luz y en vida y más vida.