Tercer Mundo
¿Es una locura construir un complejo fabril en medio de un campo de batalla? Seguramente sí, pero la historia y las sociedades se cuentan también a través de locuras geniales que llevaron la esperanza a los pueblos y, con ello, contribuyeron a cambiar su mirada.
Vivir en Goma no es fácil. A la perenne pobreza y la violencia que mortifica el África de los Grandes Lagos, se une la amenaza de un volcán vivo, el Nyiragongo, y otros males más modernos, como la gestión de la diversidad (en un sólo día de 1994 entraron en la ciudad más de 10.000 hutus huyendo del terror tutsi) o los problemas ambientales de una urbe tan bulliciosa como caótica para sus casi dos millones de habitantes censados y no censados.
No lejos de allí, se encuentra Rubare, un lugar con una naturaleza imponente que esconde algo parecido a un infierno en la tierra. La violencia de las guerrillas que controlan la zona y que han hecho del secuestro su modo de vida desaconseja el trabajo in situ de las ONG, e incluso la misión de estabilización de la ONU tiene prohibido acercarse allí. Quien lo intenta puede pagarlo con su vida, como le ocurrió hace unos meses al embajador de Italia, Luca Attanasio, asesinado en la ruta que une Goma y Rubare.
En medio de este báratro, la esperanza corre a cargo de una ONG con alma de Castilla y León que lleva el nombre de la ciudad y que es una hija prodigiosa de la propia guerra. ‘Proyecto Rubare’ nace de una tragedia: en 2008, durante un intercambio de bombas entre el ejército congoleño y los guerrilleros ruandeses, un obús de fabricación española destrozó la misión de unas monjitas burgalesas y arrancó las dos piernas a sor Presentación López, Mamá María, el alma de la ciudad y hasta ese momento –aún ahora lo es– un referente de paz para todas las partes en conflicto. La noticia del drama corrió pronto hasta tierras burgalesas, donde el empresario Tomás Martínez se sintió “punzado en el corazón” y se puso en contacto con la religiosa para interesarse por sus necesidades.
Ahí comenzaron una fructífera colaboración de la que emergió, como la penúltima bendita locura, la construcción de un complejo industrial para fabricar azúcar y pan que permitiera salir de la espiral de violencia y hambre a decenas de jóvenes que vagan por sus calles sin más cosa que hacer que la guerra. La instalación, tan primaria como eficaz, sirve también para financiar las escuelas que esta ONG tiene en la ciudad.
El proyecto del Centro de Desarrollo Social San José, que así se denomina, es todo un desafío cotidiano: “Es una lucha continua para poder funcionar cada día, porque la sociedad congoleña es muy complicada. Realmente es muy difícil ayudar a los pobres en este país”, reflexiona Tomás Martínez, presidente y fundador de Proyecto Rubare e impulsor de la idea que actualmente ya ha sacado de la miseria a medio centenar de personas, e incluso ha recibido un premio del Gobierno congoleño.
El proyecto, sobre el papel, era sencillo: “Buscamos recursos de la tierra, compramos a pequeños agricultores, a la cooperativa de mujeres violadas, y así ayudamos a los productores locales y con los beneficios podemos mantener las escuelas’, afirma su impulsor. Sin embargo, en cuanto la idea se quiso materializar, los problemas no tardaron en presentarse. El más inmediato es la falta de referentes.
En la zona no había antecedentes de una construcción de este tipo y echaron mano de Eduardo Hernando, especialista en Agricultura Tropical por la Universidad de La Sorbona (París) con experiencia en la fabricación de azúcar de caña ecológica, que trasladó la forma artesanal de producción del trapiche colombiano al África de los Grandes Lagos. El resultado es “la primera fábrica de azúcar integral y ecológico que transforma en 500 kilómetros a la redonda”, explica con orgullo su impulsor.
Congo es un país muy rico en materias primas pero no tiene industria de transformación. Los productos del campo se venden a países vecinos como Uganda y Ruanda, que los transforman y elaboran para devolverlos a precios elevados. El complejo industrial vino a cambiar el paradigma: “Comenzamos a transformar para demostrar a los pequeños agricultores que podían conseguir dinero vendiéndonos sus cultivos y, de paso, para crear puestos de trabajo en uno de los territorios más pobres del Planeta”.
Luz en la oscuridad
Junto con el azúcar, el pan es la otra gran esperanza para poder comer en Rubare, pero en la ciudad no había panadería.
Por ello, el complejo industrial habría de complementarse con un horno que, además, fuera el epicentro de un gran programa social en el que se implicase tanto a pequeños productores de cereal como a los trabajadores en las instalaciones y a un grupo de mujeres más desfavorecidas, que son las encargadas de abrir todos los días una cantina y, de este modo, empoderarse aportando ingresos para la familia.
La red de puntos de venta se extiende por varias localidades cercanas, Rutshuru, Kiwanja, el mercado de Kabana y otras, donde puede adquirirse una bolsa de diez panes pequeños a un precio de 800 francos congoleños (al cambio, unos 30 céntimos de euro), una cantidad accesible que permite que una familia pueda llevarse algo a la boca cada día. “A muchas personas que no tienen nada de dinero, la compra se les deja a cuenta y en la mayoría de los casos ya no se cobra. Pero no nos gusta darlo gratis, porque tienen que saber que todo tiene un coste y un esfuerzo. Por eso, a quienes no pueden pagar les pedimos que realicen tareas en el Centro de Desarrollo, como limpieza o ayuda a descargar y cargar, así pueden pagar con su trabajo”, explica Martínez.
Más recientemente, otra instalación ha venido a sumarse al proyecto: una harinera de maíz que permitiera obtener a precios razonables un producto que llegaba generalmente de Uganda con un coste muy elevado. La base de la alimentación en esa zona del Congo es el pate o fufu, una especie de puré denso casi sin sabor elaborado con esta harina mezclada con agua y cocida. La puesta en marcha de esta última instalación, con una ceremonia religiosa a cargo del párroco de Rutshuru, fue todo un acontecimiento para la ciudad.
La instalación se completa con otra modesta línea de producto: el jabón, un artículo esencial para la salud pero un lujo en la zona. Su fabricación, para la que se utiliza el hueso de la palmisa, el fruto de la palma, es tradicional. “Hemos querido hacerlo como nuestras abuelas en los pueblos de Castilla, sustituyendo la grasa de cerdo por el fruto de la palma y mezclándolo con sosa cáustica”, explica Tomás Martínez.
El Centro de Desarrollo elabora tres tipos de jabón, uno de ellos utilizando un repelente de mosquitos para evitar así la propagación de la malaria, enfermedad endémica en la zona.
Este complejo productivo, que recientemente llevó a la gran pantalla el editor gráfico de Ical Eduardo Margareto en el documental ‘Héroes en el Congo’, exhibido en la Seminci, supone un oasis en un infierno en el que los más débiles, las mujeres y los niños, tienen todas las de perder.
En Rubare, los menores tienen dos salidas: los más pequeños permanecen solos a las puertas de sus casas mientras sus padres trabajan en el campo convirtiéndose en carne de cañón para los perversos ‘flautistas de Hamellín’ que frecuentan la zona; los más mayores se hacen invisibles, es decir, pasan el día en la labor de sol a sol, intentando ganarse algo para sobrevivir.
La educación, la clave
Para enfrentar este drama, proyecto Rubare apuesta por la educación como la forma de construir paz y futuro. No es normal que en Congo los pobres vayan a clase, pero unas monjas burgalesas lo están consiguiendo. Lo saben Denis Isabayo y Fiston Muhindo, dos niños que estudian secundaria en las escuelas de la ONG y que, por las tardes, ayudan en la granja de cerdos y pollos de este Centro de Desarrollo. Denis es un gran aficionado al fútbol y su ilusión es conseguir un buen balón que sustituya a la bola de trapos con la que entrena. A Fiston le encantan las bicicletas y su sueño es tener una para poder desplazarse más rápido al colegio y al Centro de Desarrollo. La bicicleta para Fiston llegará pronto, siempre que acabe el curso con una buena nota.
En la granja antes contaban también con cabras y vacas, pero en una salida al campo con los animales, la guerrilla secuestró al vaquero y tuvieron que pagar un rescate de dos mil dólares. Entonces decidieron vender estos animales “por seguridad”. En la zona, los saqueos y violaciones son frecuentes y el ambiente de pánico en el que se vive llevaron a proteger el Centro de Desarrollo con un muro de tres metros coronado con una concertina y con personal las 24 horas en la garita de vigilancia.
Richard Mapendo y Pandás son también otros dos niños con suerte dentro del terror. Son muy especiales para Tomás Martínez. A Richard lo conoció hace más de 10 años cuando llegó a la misión de las hermanas de San José totalmente desnutrido. Su madre le abandonó y vivía con su padre, que no le prestaba los cuidados necesarios. Comenzó a comer con las monjas y su salud mejoró, pero las secuelas de la desnutrición le han convertido en un niño muy bajito.
Pandás es un niño triste, no tiene padres y vive en una casita humilde sin luz con su abuela, que es invidente y enferma de lepra en estado avanzado. Es muy buen estudiante y su mayor ilusión es tener luz en casa para poder repasar en los libros. Proyecto Rubare ha instalado en la casa de Pandás unas placas solares con una batería y una bombilla para que pueda estudiar, y que las noches no sean tan oscuras.
Denis, Fiston, Richard y Pandás tendrán en unos años en sus manos el futuro de una de las zonas más pobres y peligrosas del mundo. Esta misma semana, fábrica y escuelas han cesado su actividad ante el avance de la guerrilla M-23 apoyada por Ruanda que ha convertido el centro en un campamento desde donde hostigar a la población y al Ejército congoleño fuertemente armado por Rusia. Sin embargo, Tomás Martínez piensa que la educación servirá para “despertar al Congo”.
Proyecto Rubare empuja en esa dirección con cerca de mil niños en sus escuelas “que podrán en el futuro tomar las riendas de su propio destino”. También pretenden que el hoy ocupado pero no desmantelado Centro de Desarrollo sea un ejemplo para generar infraestructura en la zona con la que ofrecer una salida a una población que ahora sólo la encuentra en la guerrilla y en la pobreza.
Detrás de este empeño está la inspiración de María. Tomás Martínez se confiesa como “una persona cristiana” que responde a la invitación de Jesús de ayudar al prójimo. “Yo no conozco una sociedad más necesitada que ésta y no entiendo tampoco una vida si no es para darla a los demás – insiste - Quiero intentar que el futuro sea mejor para este gente y sólo con ver a uno de estos niños sonreír y ser un poco más felices, me siento muy recompensado”.
Una sonrisa como la que Denis esboza al final del día cuando Martínez aparece con un balón de fútbol. Las lágrimas brotan pronto en las mejillas del niño que encuentra en una pelota toda la felicidad que le han robado en su infancia. El revuelo es bullicioso y pronto está organizado un partido con un objeto que ya forma parte del pequeño tesoro del Centro. Así, entre risas, se va poniendo el sol. Mañana será otro día en el infierno del Rubare.