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Salud

Un estudio de la ULE alerta del auge de comunidades que alimentan la anorexia y bulimia en internet

"Se construyen identidades colectivas que ofrecen apoyo emocional y social, pero que también perpetúan conductas autodestructivas", advierte la profesora Carmen Vizoso-Gómez, su autora

En las webs dedicadas a hacer apología de la anorexia se dan consejos para esconder el problema a los padres larazon

Las comunidades virtuales que promueven la anorexia y la bulimiacomo estilos de vida, conocidas como pro-Ana y pro-Mia, siguen creciendo en internet y representan un riesgo grave para la salud física, mental y social de quienes participan en ellas, especialmente adolescentes y mujeres jóvenes.

Así lo advierte un estudio de la Universidad de León (ULe) al que ha tenido acceso EFE que propone medidas educativas como principal vía de prevención frente a estos trastornos de la conducta alimentaria (TCA).

La investigación, firmada por la profesora Carmen Vizoso-Gómez y publicada en la revista 'Contextos Educativos', analiza 38 estudios científicos sobre estas comunidades, seleccionados tras una revisión sistemática en bases de datos internacionales como Web of Science, Scopus y ERIC.

El trabajo revela que el 50 por ciento de los artículos se han publicado entre 2016 y 2020, lo que refleja un interés creciente por un fenómeno que, lejos de desaparecer, se adapta a nuevas plataformas como TikTok, Reddit o Twitter.

Imágenes de delgadez extrema

Según Vizoso-Gómez, las comunidades pro-TCA no solo banalizan los riesgos de la anorexia y la bulimia, sino que las presentan como formas válidas de vida, reforzadas por imágenes de delgadez extrema, consejos para restringir la alimentación y mensajes que asocian el control del cuerpo con el éxito, la perfección o la pertenencia a un grupo.

"Se construyen identidades colectivas que ofrecen apoyo emocional y social, pero que también perpetúan conductas autodestructivas", advierte la autora.

El estudio constata que la mayoría de los contenidos se difunden en webs, foros y blogs, aunque las redes sociales han ganado terreno.

En plataformas como TikTok o Twitter, los hashtags como #proana o #thinspo permiten acceder a estos contenidos, aunque muchos usuarios evitan etiquetas explícitas para eludir la moderación.

Mujeres y hombres de más de 50 años

A pesar de los intentos de censura, muchas de estas comunidades persisten y se reinventan.

Uno de los hallazgos más preocupantes es que muchas personas que participan en estas comunidades nunca han recibido tratamiento para su trastorno, y que incluso quienes están en proceso de recuperación pueden sentirse atraídas por estos espacios.

Además, aunque predominan las mujeres jóvenes, también se han identificado hombres y personas mayores de 50 años entre los usuarios.

Frente a este panorama, Vizoso-Gómez propone una estrategia basada en la educación y la alfabetización mediática. "La censura puede ser contraproducente. Es más eficaz enseñar a identificar los mensajes engañosos y promover el pensamiento crítico", señala.

Programas educativos

La autora aboga por programas educativos formales y no formales que incluyan contenidos sobre nutrición, imagen corporal, autoestima y uso responsable de las redes sociales.

El estudio también recomienda implicar a toda la comunidad educativa —docentes, familias, orientadores y profesionales sanitarios— en talleres presenciales y virtuales, así como diseñar campañas de sensibilización atractivas y supervisadas que promuevan hábitos saludables.

"Las redes sociales pueden ser una herramienta útil si se utilizan para difundir contenidos basados en evidencia científica", precisa.

La investigación de Vizoso-Gómez se suma a un creciente cuerpo de estudios que alertan sobre el impacto de los TCA en la salud pública.

En Europa, se estima que la anorexia afecta entre el 1% y el 4% de las mujeres, y la bulimia entre el 1% y el 2%. La tasa de mortalidad asociada a estos trastornos es una de las más altas entre las enfermedades psiquiátricas, con un 5-6% de los casos.

En este contexto, la autora insiste en que la prevención debe comenzar en las aulas y extenderse a todos los espacios donde se construyen las identidades juveniles, incluidos los entornos digitales. "Educar es proteger", concluye