Opinión

Para qué sirve llorar

"De una cosa estoy seguro: si hay algo que precise este mundo nuestro, tan injusto como atribulado, es de una mayor empatía con los que más sufren"

Rescatistas ucranianos trabajan en el lugar de un mercado local alcanzado por un bombardeo en la localidad de Shevchenkove, región de Járkiv
Rescatistas ucranianos trabajan en el lugar de un mercado local alcanzado por un bombardeo en la localidad de Shevchenkove, región de JárkivSERGEY KOZLOVAgencia EFE

Sostiene don Miguel de Unamuno que, muchas cosas se resolverían, si un buen día saliéramos todos a la calle y “pusiéramos a la luz nuestras penas, que acaso resultasen ser una sola pena común, nos pusiéramos a llorarla, a dar gritos al cielo y a llamar a Dios”. Lo más santo de un templo, según el mismo Unamuno, es que a lo que realmente se va allí, es a llorar juntos.

Por eso, añade don Miguel, “Un Miserere, cantado en común, por una muchedumbre azotada del destino, vale tanto como una filosofía. No basta curar la peste, hay que saber llorarla.¡Sí, hay que saber llorar! Y acaso esta es la sabiduría suprema”. Llorar es liberador, desde luego; pero las lágrimas que más duelen, no son las que caen por los ojos, sino las que resbalan por el corazón y humedecen el alma.

La paciencia, esa “que todo lo alcanza”, suele comenzar con lágrimas. Reflexionaba sobre todo ello estos días, a propósito de la inmensa tragedia que nos golpea aquí mismo, a las puertas de casa, en Turquía y Siria, Ucrania y también a millones de familias y jóvenes rusos, obligados a empuñar las armas; todo ello, sin olvidar nunca los despojos humanos de la exclusión, ahogándose en el Mediterráneo. una realidad atroz.

Es muy posible que, Unamuno, tenga razón: poniendo en común nuestros llantos, quizás lleguemos a descubrir que, en el fondo, todos y todas lloramos la misma pena. José laguna, que es un teólogo lúcido y valiente, al que sigo de cerca, insiste en esta idea y llega a afirmar que: “en un mundo global en el que se agolpan causas y luchas aparentemente dispersas, el llanto se presenta como aglutinante de un único duelo compartido”. ¿Será cierto que todos los llantos son afluentes del mismo río de injusticia? ¡El clamor compartido de todas las opresiones! No lo sé, no lo sé, amable lector.

Pero de una cosa estoy seguro: si hay algo que precise este mundo nuestro, tan injusto como atribulado, es de una mayor empatía con los que más sufren; necesitamos padecer juntos, compartir el llanto de tantos desgarros, desde el convencimiento de que cualquier compromiso, alivio o consuelo, será siempre insuficiente, pero necesarios, ante el dolor acumulado, tantas y tantas situaciones-límite y aflicción en la puerta de al lado. Agudizar la mirada y tomar conciencia de las tragedias de nuestro mundo, es un deber irrenunciable; solo así logremos, tal vez, pasar del lamento individual al clamor colectivo y que algunas cosas cambien. Nuestra indiferencia, no tendrá perdón de Dios.

Hay calamidades cuyo peso es tan enorme, que parecería que poco, o muy poco, podemos hacer; pero hay algo que si está en nuestras manos: hacer frente e intentar detener, por todos los medios a nuestro alcance, toda clase de violencia y explotación. Sobre nuestras espaldas recae la tarea de ayudar a sobrellevar el sufrimiento más cercano, sin olvidar nunca el que nos queda lejos. Una tarea a la que ninguno podemos dar la espalda.

¿Qué son las lágrimas? Se pregunta el portugués José Tolentino Mendonça, en su libro ‘El pequeño camino de las grandes preguntas’ y esta es la respuesta: “Cuando lloramos, aunque lo hagamos en la más estricta soledad, nos dirigimos a alguien. Lloramos siempre para otro mirar”. Stendhal estaba convencido de que las lágrimas eran “la última sonrisa del amor” y Emil Cioran, ese maestro atormentado de los caminos del alma, explica que el don más grande de la religión puede que sea “enseñarnos a llorar”.

No le falta razón al filósofo rumano: las lágrimas dan un sentido de eternidad a nuestro devenir. Son la línea divisoria que distingue a los seres que saben, de los que no saben. Sólo cuando nos buscamos en las lágrimas del otro, vemos claro el sentido de nuestra vida.

El auténtico amor por uno mismo, ¿no es, acaso, amar al otro?