Opinión
Una sociedad mansurrona y lanar
"Hoy, más que nunca, toca aprender a vivir en la inseguridad, para cultivar una mayor seguridad"
La medida definitiva de un hombre, no es donde se encuentra en momentos de comodidad y conveniencia, sino donde se encuentra en momentos de desafíos y controversia”. Lo dejó dicho Martin Luther King , uno de los líderes más audaces e influyente de los derechos civiles, hasta que lo asesinaron a balazos, un 4 de Abril de 1968, en Menphis, cuatro años después de recibir el Premio Nobel de la Paz.
Alguien por quien siempre sentí honda admiración, desde que era yo un adolescente. Esta gacetilla mía de hoy, tiene mucho que ver con esa medida definitiva del hombre, a la que se refiere Martin Luther King , y la necesidad de ser valientes en los tiempos que corren, desde la paz que da el no sentirse estupendos y saberse imperfectos y frágiles. Me refiero a ese combate diario con impostores y farsantes, empeñados en adueñarse de nuestras vidas con cautivadoras camelancias, que van desde la llamada cultura del éxito, al afán de productividad, el miedo a no ser políticamente correcto, o cualquier otra milonga. Objetivo: fomentar una sociedad mansurrona y lanar.
Hoy, más que nunca, toca aprender a vivir en la inseguridad, para cultivar una mayor seguridad. La aceptación de nuestra flaqueza, el no tener demasiadas certezas y síabundantes dudas, a sabiendas de que eso es lo normal, convierte la debilidad en una fortaleza. Así es la vida y estas son las reglas del juego: ni podemos tenerlo todo bajo control, ni somos perfectos. Si a esto añadimos tantos miedos y amenazas como nos sacuden, el desafío de levantarse cada mañana y echarse a la calle, no es cualquier cosa.
Lo primero que nos hace falta, recuerda el doctor Carlos Chiclana en su último libro, ‘Tiempo de fuertes, tiempo de valientes’, es esa lucidez para aceptar la propia vulnerabilidad. También para escucharse a uno mismo, comprenderse, y aceptar que ni somos omnipotentes, ni van a dejar de faltarnos muchas veces fuerzas y respuestas. Claro que, el peor enemigo lo tenemos en casa: me refiero a los constantes pulsos del ego; de “ese gran falsario”, en frase afortunada de Ramiro Calle, fuente de males y proclive a cualquier extravío. Nunca ha sido fácil, ni lo va a ser, encarar la vida y sus engaños. En realidad, se necesita agudeza y valentía para todo, hasta para creer.
Porque nos quieren convencer de que eso de creer es algo superado, a estas alturas del siglo XXI; vamos, poco menos que una antigualla. “Por fin somos dueños y señores de nosotros mismos! ¡Ya no hay nadie por encima nuestro! ¡La viña es del hombre!, decimos, ebrios de poder“, afirma Pablo d’Ors en su exitosa ‘Biografía de la luz’. Pues si, Al asegurar que Dios ha muerto o, como se hace hoy, “sostener que creer es algo irrelevante y, en todo caso, exclusivamente privado, lo cierto es que nosotros mismos no erigimos en Dios, esto es, en el criterio absoluto.” Hace falta abundante perseverancia, para cultivar nuestra interioridad; para ser, en definitiva, constantes en el camino elegido, el que sea.
Pero, sobre todo, para ser uno mismo, en tiempos tan dogmáticos, mansurrones y lanares. Me ha gustado esa invitación del doctor Chiclana a “espabilar para que no te domestiquen”. Incluso da un paso más y avisa sobre el peligro de que “te anestesien las servidumbres familiares, el trabajo esclavizante, la religión, o los medios de comunicación, convertidos en aparatos de agitación y propaganda (esto último lo digo yo) las drogas, incluido el tabaco y el alcohol algo que también añado yo, o el sexo”.
¡Casi nada! Según Carlos Chiclana, si el infortunio, la desventura o el miedo te resultan familiares, ¡estás de enhorabuena! Vamos que eres una persona normal. Tal vez por eso se muestra convencido de que, si encuentras resistencia dentro de ti mismo en “la letra menuda del vivir”, como gusta decir Fermín Herrero, en las personas o en tus oficios, “es que vas bien”. Y, vas bien, porque significa que no estás dispuesto a que nadie te domestique o te someta, entre tanto descendimiento.
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