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La isla en la que vivió confinado el auténtico Robinson Crusoe
Alexander Selkirk inspiró el célebre personaje de la novela de Daniel Defoe
Estar confinado en una isla y que te den por muerto para siempre. Esa es la tragedia que persiguió a uno de los personajes literarios más celebrados de todos los tiempos. Hablamos de Robinson Crusoe, aquel hombre en el que James Joyce vio al “auténtico estereotipo del colonialista británico” y que protagoniza una de las novelas de aventuras más leídas de todos los tiempos. La fama del personaje creado por Daniel Defoe trasciende lo puramente literario, tal y como atestigua el diccionario. En efecto, hoy un robinsón es, según la Real Academia de la Lengua, un “hombre que en la soledad y sin ayuda ajena llega a bastarse a sí mismo”. Pero antes de que Defoe empezara a trabajar en su libro, Robinson Crusoe fue un personaje real.
La que es considerada como la primera novela inglesa moderna de todos los tiempos fue publicada en 1719, logrando en muy poco tiempo el aplauso del público. Algunos años antes, en 1703, uno de los tripulantes de una nave llena de corsarios llamada Cinque Ports, un marino escocés con el seudónimo de Alexander Selkirk, discutía con el capitán del barco Thomas Stradling. Habían atracado en una isla del archipiélago de Juan Fernández, a 670 kilómetros de las costas de Chile. Para Selkirk, el Cinque Ports no estaba preparado para continuar la larga travesía y lo mejor era repararlo, un punto de vista no compartido por Strandling. Desconfiado e intranquilo ante la suerte que podía correr el bajel, lo mejor que podía hacer era quedarse allí, en la isla más grande de ese archipiélago, perdido, pero seguro, pensó ingenuamente Selkirk, confiando erróneamente de que se le uniría alguien más en ese motín. Al capitán le pareció que dejar a su marino en aquella isla era la mejor manera de acabar con toda la controversia, así que cuando Selkirk le dijo que, tras habérselo pensado mejor, prefería seguir con el viaje junto a todos los demás, Strandling le impidió que volviera a subir a bordo. Se quedaba solo, en tierra de nadie.
Para el inicio de su aventura, el marino escocés solamente pudo contar con un mosquete, un hacha, un cuchillo, una olla, un ejemplar de la Biblia, unas mantas, algo de ropa, algo de ron, dos libras de tabaco, un poco de queso y mermelada. Ese fue el equipaje del pirata que en realidad se llamaba Alexander Selcraig. Durante los primeros largos días de soledad, el hombre se dedicó a vagar por la costa de la isla con la esperanza de poder ser visto por alguna nave que pudiera rescatarlo. Todo fue inútil. Así que no le quedó otro remedio que enfrentarse a su soledad sopesando que aquello iba a durar poco. Pero el tiempo pasaba y hasta allí no llegaba nadie. El hombre, en su etapa inicial en la isla, llegó a acariciar la idea del suicidio, tal vez cogiendo el arma que llevaba consigo. Afortunadamente descartó la idea y decidió que sobreviviría a toda costa.
¿De qué se puede alimentar uno cuando se está confinado en una isla en mitad del Océano Pacífico? La dieta del aventurero se limitó a aquello que podía pescar y cazar en ese inhóspito territorio. Comió peces, crustáceos, pero también nabos salvajes, frutos secos de schinus y carne y leche de las cabras salvajes que vivían en la isla. Poco a poco, el ingenio lo ayudó a poder moverse por la isla, construyéndose dos chozas con los materiales que encontró.
Tuvo pocos enemigos. Los primeros con los que tuvo que lidiar fueron las ratas, las mismas que habían llegado hasta allí huyendo de barcos. Gracias a su destreza para domesticar a los gatos salvajes de la isla, Selkirk pudo librarse de ellas. Los otros, viajeros de paso, fueron los marineros españoles a los que como corsario temía. Sabía que, si lo descubrían, su vida estaría en peligro. Por suerte, nunca fue apresado.
Así transcurrieron cuatro largos años en los que, a diferencia de la novela de Defoe, nunca se topó con otro habitante de la isla a quien pudiera llamar Viernes. Aquella soledad quedó interrumpida el 2 de febrero de 1709 cuando amarró en la costa de la isla un barco corsario, el Duke, capitaneado por William Dampier. Selkirk les ayudó cazando cabras salvajes que fueron el alimento que necesitaba la tripulación del barco para sobrevivir. Aquellos marineros no tuvieron la menor duda de que debían hacer volver a Selkirk a su tierra de origen, por lo que lo invitaron a subir a bordo. Hablando con sus rescatadores, supo que, tal y como había predicho, el Cirque Ports había naufragado en el océano.
A su regreso a Inglaterra, Alexander Selkirk pasó a ser una celebridad. Su aventura como hombre confinado en una isla dio pie a dos libros escritos por sus rescatadores. Tras la fama y haber buscado la gloria económica sin éxito, Selkirk volvió a ser el violento hombre de siempre dispuesto a meterse en todo tipo de peleas. Se casó con una posadera y volvió a navegar, pero durante la travesía la fiebre amarilla acabó con él el 13 de diciembre de 1721. Su cuerpo fue arrojado al mar.
Dos años antes, Daniel Defoe convirtió aquella historia en novela. En 1966, la isla habitada por Selkirk en el archipiélago de Juan Fernández fue bautizada como Robinsón Crusoe. Poco tiempo después, una expedición encontró en la selva de aquel terreno perdido algunos de los pocos utensilios que habían sobrevivido al paso del tiempo y que fueron usados por Selkirk para sobrevivir confinado.
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