Libros

Sin librerías no hay nada

Día del libro en confinamiento
Escaparate de una libreríaMariscalAgencia EFE

Cuando se habla del día de Sant Jordi parece que todos rebajamos nuestra prevención frente a las palabras cursis y vacías, como cuando llamamos fiesta de la democracia a la jornada de elecciones o gesta heroica a la victoria deportiva de un compatriota. Cada año se repite el mismo ritual: especiales en los periódicos con listados de recomendaciones y novedades, artículos que nos recuerdan erróneamente que Cervantes y Shakespeare murieron el mismo día -murieron el mismo día en calendarios diferentes, esto es, en días diferentes-, autores que contagiados del ambiente edulcorado dicen cosas como que las firmas es una oportunidad maravillosa para poner cara a sus lectores, editores que hacen las veces de acompañante y que atenúan la realidad en caso de que el autor acompañado no firme (son recurrentes las frases paliativas como que es un día para no lectores o para autores mediáticos o locales). Es en general una jornada extenuante, donde los participantes hacen gala de sus mejores dotes sociales y en el que no suele haber descanso para nadie. Siempre, sobre todo en los más de veinte años en los que he ido como editor, he abrazado este día con menos entusiasmo del debido, como un día de trabajo duro aunque, eso sí, siempre ha sido una buena oportunidad para reunirme con amigos que venían a la ciudad con motivo del día del libro. Desde hace unos pocos años, he participado también como autor, y debo confesar que, aunque también es agotador, es un papel más divertido y no deja de acariciarte el ego que los lectores vengan siempre con ánimo lisonjero y todo sean parabienes.

Pero justo este año no tenía la actitud absurdamente indolente de otros años. Estrenaba editorial y salía a la calle el primer libro que editaba en el sello Catedral: el divertidísimo libro de Toni Garcia Ramon, “Mata a tus ídolos”. Estaba todo preparado y seis días antes lo presentaba Berto Romero. Nada podía salir mal. Buen libro y buena promoción. También este año publicaba, justo en estas fechas y junto al gran Santi Giménez, otro libro como autor. El Sant Jordi tenía todos los elementos para un día feliz, con buenas noticias a los dos lados del mostrador y con inmejorable compañía.

Como ya sabe el lector de estas líneas, no habrá Sant Jordi como tal, aunque así lo marque el santoral. No hay librerías abiertas, estamos confinados y no habrá día del libro aunque se hayan multiplicado meritorias iniciativas para mantener el espíritu. Y es más grave de los que parece.

En primer lugar, como era de esperar, han crecido las ventas online y de libro electrónico. Pero aún así, el maltrecho sector, muy castigado en la última crisis, no está alcanzando ni una tercera parte de las ventas del año pasado. Este dato, además de una triste y fría cifra, es la constatación de que las librerías son indispensables para el sustento del sector del libro. A algunos esto les parecerá tautológico, sin librerías no hay sector editorial. Pero este sector cuenta de hace años con visionarios que anticipan su ocaso. Primero fue la universalización de la informática, luego el libro electrónico y hoy, con la caída del comercio minorista y el aumento de compras en línea, se han apuntado a la sombría idea de que las librerías son un negocio arcaico y a extinguir. Volvieron a errar y las librerías han vuelto a demostrar que son insustituibles y las únicas que se han demostrado capaces de surtir de lecturas a la ciudadanía. Pero son también de una extrema fragilidad. La mayoría se bate el cobre por la supervivencia y el Sant Jordi es una tabla de salvación que da el aire necesario para llegar al otoño, a la mal llamada rentrée, y sobrevivir otra vez hasta las navidades. En otros lugares es la feria, como en Madrid, la que proporciona ese pequeño alivio que evita el cierre y permite levantar las rejas cada mañana. Algunas ya no abrirán. Y la ausencia de Sant Jordi, y otras ferias, tendrá costes sentimentales pero sobre todo herirá, espero que no de muerte, a un tejido voluntarioso, modesto, necesario y sacrificado como el que conforman las librerías. Lloro por ellas y por nosotros, que viene a ser lo mismo.