Literatura

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El día en que Oscar Wilde conoció a Walt Whitman

“Aún noto el sabor de su beso en mis labios”, comentó el escritor irlandés recordando su encuentro

Walt Whitman y Oscar Wilde
Walt Whitman y Oscar WildeLa RazónArchivo

Oscar WIlde llegó en enero de 1882 a Nueva York, ciudad donde iba a iniciar una larga gira de conferencias sobre estética por Estados Unidos. Tenía 37 años, y arrastraba tras de sí una gran reputación. Nada más pisar Manhattan, el escritor irlandés se olvidó de agendas, programas y etiquetas y se dirigió a la verdadera razón que le había llevado a cruzar el Atlántico y pasar unas pesadas tres semanas a bordo de un barco, conocer al poeta Walt Whitman. El autor de “Hojas de hierba” era una de esas raras personas que despertaban en Wilde una abrumadora admiración y ansiaba conocer a un poeta que había escrito cosas como:

  • “Nosotros, buenos muchachos, abrazándonos sin jamás abandonarnos el uno al otro, recorriendo nuestros caminos de extremo a extremo, de Norte a Sur, gozando del vigor, ensanchando los codos, apretando los puños, armados y sin miedo, comiendo, bebiendo, durmiendo, amando, no admitiendo otra ley que la de nosotros mismos”

Wilde leía desde los once años al poeta del yo acompañado por su madre y era su mayor influencia. Su madre, Speranza, solía leerle en voz alta pasajes de una de las únicas copias que habían llegado sin adulterar de los poemas de Whitman. En Inglaterra, la censura había reducido al absurdo mucho de los pasajes de “Hojas de hierba”, hasta el punto que el bardo norteamericano había dicho “odio el norrible desmembramiento que han hecho de mi libro”. “Dante Rosseti, Swinburne, William Morris y yo hablamos de él todo el rato”, aseguraba Wilde por su parte.

En ese momento, Whitman residía en una viejo caserón semi retirado del mundo en la ciudad de Candem, en el estado de Nueva Jersey, que tenía cruzando el río Delaware a la ciudad de Filadelfia. Wilde tenía que hacer allí una lectura el día 17 de enero, así que todo parecía propiciar el encuentro. El editor del autor de “El diario de Dorian Grey” le escribió el 11 de enero una misiva a Whitman para intentar conseguir el ansiado encuentro:

  • “Oscar Wilde me ha expresado el imperioso deseo de conocerle personalmente. Comerá conmigo el sábado, con lo que sería una delicia que pudiera acompañarnos”

El poeta de “Canto a mí mismo” no pudo más que rechazar la invitación, ya que en esa época no quería abandonar su casa, atravesar el río Delaware, y llegar a Filadelfia e ir a casa del editor, así que se disculpó por carta, dejando abierta la posibilidad de que Wilde pudiese visitarle en su propia casa. La respuesta de Wilde fue inmediata y ese mismo día Whitman escribía otra carta confirmando que acogería con honor al autor de “El abanico de Lady Windermere” en su casa.

El 18 de enero, Stoddart y Wilde cogían un ferry en Filadelfia para visitar al poeta. Wilde estaba excitado como un niño, según recordaba su editor. Llegaron a la casa de poeta a media mañana y Stoddart dejó solos a los dos escritores durante poco más de dos horas. Esto es lo que explicó el escritor inglés al diario “The Boston Globe” el 29 de enero:

  • “Tuve el día más fabuloso y encantador que haya pasado nunca en América con él. Es el hombre más grande que haya visto nunca. La más simple, natural y fuerte personalidad que haya conocido nunca. Siento que es uno de esos maravillosos y completos hombres que haya vivido nunca en la Tierra. Fuerte, verdadero y perfectamente sano, lo que más se ha aproximado a la Grecia clásica en esta era moderna."

El propio Whitman escribió a Stoddard dos días después para agradecerle la visita y contar lo que le había parecido WIlde, preguntándole ansioso si había tenido más noticias de él o si éste le había explicado algo de su encuentro: “Pasamos una tarde fascinante. Es un buen joven, alto y atractivo. Tuvo un gran sentido común al mostrarse tan elegante conmigo”.

Mucho se ha especulado con lo que ocurrió en aquellas dos horas en que dos grandes poetas pasaron juntos y se dejaron deslumbrar mutuamente. Como escribe Neil McKenna en el libro “La vida secreta de Oscar Wilde”, el encuentro no fue en ningún momento frío y encorsetado, típico de dos hombres que se acaban de conocer:

  • Oscar se presentó con humildad ante Whitman, saludándole con estas palabras: “Vengo a usted como uno que lo conoce prácticamente desde la cuna”. Wilde era un hombre joven, elegante y amanerado. Whitman, al contrario, era un hombre que ya había pasado los 60, tenía su característica barba blanca, y era fuerte y robusto”

Lo que sí se sabe es que Whitman abrió una botella de vino y al acabar, según manifestó Wilde, le ofreció enseñarle la casa y subir a las habitaciones del segundo piso. Las especulaciones se acaban aquí. Lo único cierto es que Wilde confesaría a a su regreso a Inglaterra: “Una de las primeras cosas que le dije es que le llamaría Oscar”, explicó Whitman a un periodista, “Me encantará, me dijo, y puso su mano en mi rodilla. Me pareció un esplendido gran chico”, continuó.

Hablaron de poesía, por supuesto, de Tennyson, de Browning, y de problemas que Whitman estaba intentando superar en su propia obra. “Vosotros, jóvenes, que estáis intentando hacer para apartar los ídolos establecidos a un lado”, le preguntó Whitman. Al regresar a Inglaterra, Wilde contó a su amigo George Cecil Ives: “Aún tengo los besos de Walt Whitman en mis labios”. Este día internacional de la lucha contra la homofobia está bien recordar el día en que dos icónicos escritores como Wilde y Whitman pasaron una tarde para la historia:

  • “Nosotros, dos buenos muchacos... navegando, fanfarroneando, robando, amenazando, alarmando a los avaros, villanos y sacerdotes, respirando el aire, bebiendo el agua, danzando sobre la hierba o sobre la arena en las playas, perturbando las ciudades, despreciando las buenas costumbres, burlándonos de las constituciones, persiguiendo la apatía, llevando al éxito nuestra aventura”.