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Glastonbury: 50 años de vacas, barro y el festival más importante del mundo

En 1970 un granjero contrató a The Kinks por 500 libras, a los que sustituiría después T-Rex y desde aquel día le siguieron desde los Rolling Stones a David Bowie, Coldplay, Beyoncé, y un larguísimo etcétera

Glastonbury
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Michael Eavis es un hombre singular. En 1970 solía poner “Lola”, de The Kinks en su sistema de sonido dentro de la granja donde ordeñaba a sus vacas, cerca de la pequeña localidad de Pilton, al sur de Inglaterra. Al parecer les encantaba, les relajaba, o al menos le relajaban a él. Así que cuando fue con su mujer al Festival de Blues de Bath y vio a todos aquellos hippies y la comunión que había y a Led Zeppelin lo tuvo clarisimo, él montaría un festival en su granja, que “es mucho más bonita que esto.”

Al día siguiente llamaba al manager de The Kinks y los contrataba por la módica cifra de 500 libras. Por aquel entonces eran la banda más grande del planeta y a los hermanos Davis les encantaba este estatus. Así que cuando leyeron en la revista musical “Melody Maker” que iban a tocar en un “minifestival” se enfadaron mucho, puesto que ellos, de mini, no tenían nada. Hicieron a su manager que cancelase la actuación, lo que dejó a Eavis, que ya había vendido sus primeras 100 entradas, algo triste y decepcionado. Sin embargo, el manager le aseguró que también tenía en su cartera a T-Rex, y que por la misma cifra la banda de Marc Bolan aceptaría. Eavis miró a las estrellas, exclamó gracias para sí, y no lo dudó “¡Claro!”, gritó por el teléfono.

Así nació el festival de música más importante de la tierra, un gran negocio familiar pero multimillonario que arrastra a 135.000 personas cada día y que ha convertido a Glastonbury en el destino obligado de cualquier aficionado a la música que se precie. La lista de los artistas que han pasado por el festival van desde The Velvet Underground a Johnny Cash, Bob Dylan, Neil Young, Bruce Springsteen, U2, Beyoncé. Nadie puede presumir de un elenco como éste.

 

En su segunda edición ya contaban con David Bowie, Traffic, Fairport Convention, Hawkwind y Joan Baez, entre otros. Eavis se alió con dos hippies para que diese a su festival un aire moderno y vaya si lo consiguieron. Además, inventaron el que sería la gran marca de fábrica del festival, el escenario Pirámide. De pronto, el espacio idílico y la modernidad cultural se unían en una experiencia que marcaría el imaginario de todos los festivales que vendrían después.

Sin embargo, al ser gratuito, el festival supuso un coste demasiado grande y dejó de celebrarse durante unos años hasta que, oh sorpresa, la policía empezó a atraer a la granja de Eavis a todos los descartes y rezagados de los festivales de verano de la zona, como la reunión de Stonehedge. “La policía me pedía si podía hacer algo con ellos, dejarlos estar en mis terrenos, y yo aceptaba, por supuesto”, comenta Eavis, y así, en 1979, volvía a renacer el festival, esta vez con Peter Gabriel como gran reclamo.

Así arrancaba una nueva década y una nueva oportunidad. En 1981 ya cuentan como cabeza de cartel con New Order y en el 82 Van Morrison y Jackson Browne lo llevan a otro nivel. De pronto, 60.000 personas diarias se amontonaban en la granja de Eavis, que por fin veía que aquello podía convertirse no sólo en una gran pasión, sino también en un gran negocio. Y en 1985 nacerá otro de los mitos del festival, el barro. Cuando Paul Weller y sus Style Council aparezcan en escena en impecables trajes blancos, la tentación será demasiado grande. Weller, borracho como una cuba, dejará la guitarra y se dedicará a cantar mientras desde el público la fiesta es tan grande que le empiezan a tirar barro. El traje acabará marrón, pero será uno de los mejores conciertos que se recuerdan.

The Cure, Elvis Costello, The Smiths, Joe Cocker, Echo & the Bunnymen, Pixies, Madness, los 80 son una década increíble, pero será el concierto de Fela Cuti el que marcará un antes y un después. Sólo tocó dos canciones en una actuación que se prolongó más de una hora y que demostró que el rock es una música universal capaz de unir en un único coro a todo el mundo. El festival ya era un lugar de peregrinación y un evento cultural que iba más allá de la música.

 

En 1994 el festival crece todavía más y se estima que un grupo como The Levellers, un resquicio de la nueva psicodelia, llegó a tocar ante 300.000 personas. “Parecían un campo de patatas”, señalaba el cantante ante semejante espectáculo. EN 1995 Johnny Cash sube al escenario y saluda con su seco “Hola, soy Johnny Cash”, y empieza a tocar “Folsom prison blues”. La gente se vuelve loca. Es el domingo por la tarde y establece la tradición de reservar este horario para recuperar a los más grandes músicos y presentarlos a las nuevas generaciones.

Aquí comienzan los años del Brit Pop y el orgullo británico, que siente Glastonbury como una de sus más altas posesiones. Esto llegará al paroxismo cuando Noel Gallagher, el “hermano bueno” de Oasis, critique públicamente que el festival ponga de cabeza de cartel a Jay-Z. Éste se reirá de la pataleta iniciando su concierto con una paródica rendición de “Wonderwall”, al que une al instante con su hit “99 problems”. Glastonbury ya es definitivamente universal.

Las anécdotas se multiplican. El manager de David Bowie llama a Eavis para que el cantante toque en el festival. Eavis pregunta qué hace ahora y le invitan a un concierto en Lodres, en uno de sus momentos más experimentales y extrañas. “Y no puede tocar sus grandes éxitos”, pregunta Eavis y dos días después le invitan a otro concierto donde Bowie conforma una set list de clásicos. “Sólo podré ofrecerte 90.000 libras”, le dice Eavis y Bowie toca al fin en el escenario principal en un concierto memorable. Los grandes grupos son ahora los que piden tocar en el festival, no a la inversa. Lo mismo harán U2 en 2011 o The Rolling Stones en 2013. “Yo llamo a Glastonbury el Ascot alternativo”, asegurará Jagger y tiene razón, la otra realeza británica tiene allí su auténtico parque de atracciones.

 

Cuando Beyoncé toca en 2011 150.000 personas cantan a pleno pulmón “Irreplaceble” y dejan a la cantante con la boca abierta. Es muy difícil dejar a Beyoncé con la boca abierta. El eclecticismo del festival ya es absoluto. Adele mira embelesada el concierto de Kanye West y sale a continuación y los fans del rapero acaban por aplaudir igual a la cantante melódica. Lo mismo le ocurre a Dolly Parton en 2014 o cuando, un año después, Florence and the Machine tienen que reemplazar en el último momento a The Foo Fighters y comienzan su concierto con una versión de “Times like this”.

El año pasado estuvo marcado por el regreso triunfal de Kylie Minogue. En 2005 tenía que se cabeza de cartel, pero su cáncer de pecho se lo impidió. Ahora regresaba por fin y no podía evitar llorar en el escenario, una tradición muy extendida en un festival muy emocional, como le pasó a Damon Albarn en 2009 en la gira de reunión de Blur.

Cuando se anunció la cancelación de este año, el de su 50 aniversario, por el coronavirus, los lamentos se escucharon en todo el mundo. Ya tenían vendidas 135.000 entradas, que por supuesto nadie a devuelto esperando que en 2021 por fin vuelvan los conciertos y los espectáculos teatrales y los circenses y la comedia y los pases de moda. En 2005 Kate Moss estableció el look definitivo del festival, pantalones extracortos y botas Hunter. Seguro que en 2021 se volverán a ver. Sino, Eavis, en una entrevista en el periódico “The Guardian” anunció que llegaría la bancarrota. Lo que las vacas crearon, que no lo acabe el coronavirus.