Pablo Picasso
El verano de Picasso en Gósol: las vacaciones en las que nació el cubismo
Su estancia en el Pirineo catalán fue clave para poder pintar "Les demoiselles d'Avignon"
Seguramente muchos pensarán que este verano lo mejor es irse a la montaña para cargar los pulmones de aire puro y no contaminado. Tal vez lo mejor sea marchar a un pueblo aislado con la esperanza de que el maldito virus no nos persiga y aislarnos de todo. Hay veranos que nos marcan, que nos cambian para siempre y el que vivió Pablo Picasso en 1906 tuvo una influencia enorme en lo que fue su carrera artística.
Tras dos años seguidos en Francia, en ese año el pintor decidió volver a la raíz, a lo que pensaba que era el origen del arte. Había explorado la creatividad de orígenes africanos e íberos, pero aún no había dado un paso al firme que le permitiera ir más allá. Hacía tiempo que se había cansado de realizar esa pintura burguesa basada en paisajes y escenas de la belle époque y que habían llamado la atención de un público no muy exigente. Picasso buscaba su propio lenguaje, en ocasiones apoyado en la palabra de alguno de sus amigos escritores, como Guillaume Apollinaire durante su época rosa, protagonizada por personajes de circo. Poco a poco se fue adentrando en terrenos mucho más atrevidos, especialmente gracias a su entrada en los salones parisinos de los hermanos Leo y Gertrude Stein. Allí pudo constatar que se podían hacer cosas nuevas, que se podía romper con el arte más académico para provocar nuevas formas de lenguaje, como era el caso de “Mujer con sombrero” de Matisse.
Picasso recibió el encargo de retratar a Gertrude, pero aquel cuadro no salía, no había forma de decir algo diferente y de huir de los tópicos. Dos amigos catalanes, Ramon Reventós y el escultor Enric Casanovas, le hablaron de un pequeño pueblo perdido en el Pirineo catalán y de nombre Gósol. Era el lugar perfecto en el que escaparse y allí se fue acompañado de su pareja en aquel momento, Fernande Olivier.
Tras un viaje largo y difícil con parada obligatoria en Barcelona, Pablo y Fernande se instalaron en Gósol, en la única posada del pueblo, Cal Tampanada, instalándose en una de las habitaciones, en el primer piso. Estaba regentada por un venerable anciano llamado Josep Fontdevila que se convirtió en uno de los primeros modelos del pintor en aquel lugar. Según John Richardson, el biógrafo del genio malagueño, el artista se identificó tanto con Fontdevila que se rasuró la cabeza para parecerse a él, cosa que hace que algunos de los retratos hechos al viejo parezcan autorretratos picassianos.
En las páginas del llamado “Carnet Catalán”, Picasso dibujó todo lo que vio en Gósol. A la manera de una esponja, absorbió todo cuanto le ofreció aquel paisaje, además de sus gentes y su arquitectura. Todo eso se ve en ese cuaderno que viene a ser una suerte de banco de pruebas en el que las formas de sus modelos, desde Fernande a habitantes del pueblo, se van distorsionando, buscando la manera de mostrar todas sus caras, todos sus lados. En esas hojas está naciendo ese verano el cubismo. Incluso tenemos un aviso de los colores que empleará Picasso en esa búsqueda de un nuevo lenguaje: un rosa pálido, el tono del que está hecho Gósol.
Si quería ser moderno, el pintor necesitaba ir a los maestros, a la antigüedad, allí donde todo era puro, sin mezclas. Si Gauguin había encontrado eso en Tahití, Picasso lo tuvo en Gósol al enfrentarse cara a cara con el románico. Allí estaba lo que buscaba. Tras unas semanas trabajando a partir de Ingres, el malagueño pensó que lo que necesitaba lo había encontrado en una talla de madera policromada del siglo XII, la llamada Virgen de Gósol que hoy se exhibe en el Museu Nacional d’Art de Catalunya (Mnac). Al igual que unos años antes varios artistas e intelectuales catalanes habían tratado de salvar el románico de ser expoliado, Picasso hizo lo mismo pero desde un punto de vista pictórico. No necesitó arrancar frescos o robar estatuas: lo anotó todo, lo hizo suyo. Con el románico tenía la llave para entrar en el cubismo, para cambar de una vez por todas el arte. La revolución había empezado gracias a la tradición.
La pareja pasó unas ocho o nueve semanas en Gósol. En agosto ya estaban de vuelta en el Bateau Lavoir, el taller de Picasso en Montmartre, donde continuó con el retrato de Gertrude. Esta vez lo concluyó, pero no fue del todo del agrado de la escritora estadounidense porque no se encontraba reflejada en el lienzo. “Se acabará pareciendo”, dijo Picasso.
A continuación, el pintor se dispuso a batirse en duelo con todo lo que se había hecho hasta ese momento. “Las demoiselles d’Avignon” empezaron a tomar forma gracias a lo aprendido en Gósol, desde el color hasta las formas. En uno de los cuadernos preparatorios de la gran tela, mientras trataba de dar con la escena perfecta para ese reto, siguió dibujando a Josep Fontdevila. No pudo desprenderse de Gósol.
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