Historia
El peor médico que puede tener un Papa
Ricardo Galeazzi-Lisi vendió las fotografías de la agonía de Pío XII y provocó que el cadáver explotará por estar mal embalsamado
Cuando murió el 9 de octubre de 1958, Pío XII dejaba tras de sí un papado controvertido, especialmente por su papel durante la Segunda Guerra Mundial. Pero más caótica fue su agonía, muerte y entierro, todo gracias al muy destacado papel que tuvo su médico personal, un pintoresco personaje que cometió todos los errores que se pueden llevar a cabo cuando puede más la ambición que el tratar a un paciente, especialmente al Papa de Roma. Se llamaba Ricardo Galeazzi-Lisi y está considerado como el peor galeno que ha pasado por el Vaticano. La mejor prueba de ello es que su último gran cometido con tan importante, el embalsamamiento del cuerpo sin vida de Pío XII, acabó con sus restos explotando durante su exhibición pública.
Este médico romano empezó a trabajar a las órdenes de Pío XII en cuanto empezó su papado, en 1939. De esta manera, el pontífice ascendía a quien hasta ese momento había sido su oftalmólogo personal a las más altas responsabilidades sanitarias del estado más pequeño del mundo. No tardó en salir a la luz que aquello había sido un error, aunque Pío XII decidió mirar a otro lado. Y es que daba la sensación que cada cosa que tocaba Galeazzi-Lisi se estropeaba. Por ejemplo, en 1953 formó parte de la comisión encargada de identificar como del apóstol Pedro unos restos óseos localizados en las Grutas Vaticanas. Pese a tan grande honor, tres años más tarde el médico fue destituido por deudas de juego.
Pero vayamos hasta octubre de 1958, cuando Pío XII está agonizando. Ya no hay nada que se pueda hacer por su vida. El propio Papa sabe que se acerca su fin y admite a su médico que tiene miedo a la muerte. Pero mientras esto ocurre en las estancias privadas del pontífice, Galeazzi-Lisi tiene otros planes y negocia con la revista “Paris Match” la venta de unas fotografías que ha tomado de los últimos momentos del Papa. La ética profesional no va con el personaje, así que el doctor prefirió ganarse un dinerillo que nunca viene mal, sobre todo si se tienen deudas de juego. Pero no fue la única exclusiva que tenía en mente el médico. A una agencia de noticias italiana le prometió que sería la primera en saber la noticia del fallecimiento de Pío XII. Para ello ideó un sistema curioso: cuando vieran que se abría una ventana concreta de la estancia, eso querría decir que el Papa había muerto. Pero en octubre de 1958 hacía mucho calor en Roma y un sacerdote decidió abrir esa ventana para hacer más llevadero el ambiente en la habitación. La agencia dio la noticia de la muerte antes de que se produjera.
Si creen que es difícil superar esto, probablemente sea porque ignoran hasta dónde era capaz de llegar Ricardo Galeazzi-Lisi. Suele ser habitual que el Papa sea embalsamado tras su muerte para poder ser exhibido públicamente. Nuestro médico no podía perderse ese mérito y anunció que se ocuparía él mismo de tan delicado cometido con un método nuevo y revolucionario. Sería un trabajo a compartir con el cirujano Oreste Nuzzi. Los dos se basaron en un método, el llamado de ósmosis aromática y que se empleaba en la Antigüedad, en los tiempos de Cristo. Incluso el cuerpo de Carlomagno había sido preservado así, como Galeazzi-Lisi había descubierto tras numerosas investigaciones. “The New York Times” recogió la rueda de Prensa dada por los dos médicos que “dijeron que una de las ventajas de su método era que no era necesario desnudar el cuerpo que se estaba embalsamando”. Se trataba simplemente de envolver el cuerpo en unas capas de celofán, además de una mezcla de hierbas aromáticas, especias y productos naturales.
Pero con Galeazzi-Lisi las cosas solo podían salir al revés. El cuerpo, lejos de conservarse, empezó a descomponerse más rápido de lo esperado. Todo ello provocó escenas delirantes, como que varios miembros de la Guardia Suiza se desmayaron a consecuencia del mal olor que embriagaba la sala donde se exponía el cadáver. Otro problema importante fue la explosión del cuerpo durante la procesión del cuerpo por el Vaticano. Se tuvo que disimular la descomposición del rostro de Pío XII poniéndole una suerte de mascarilla. Galeazzi-Lisi y Nuzzi trataron de salvar los muebles practicando un nuevo embalsamamiento que se tradujo en otro fallo: el cadáver empezó a tomar un insólito color verde.
Tras el funeral, y antes de que Juan XXIII fuera elegido nuevo Papa, fue despedido del Colegio Cardenalacio. El sustituto de Pío XII le prohibió volver a Ciudad del Vaticano. El médico, por su parte, se defendió escribiendo un libro de memorias donde, otra vez, decidió prescindir de la ética de los nuevos profesionales. Un desastre total.
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