Opinión
Añoranza de Labordeta
Mandar a la mierda a alguien es un arte, y hay que saberlo hacer, No se puede hacer en tono dubitativo, ni con una voz inadecuada, ni sin que el gesto acompañe. Nadie en este país ha mandado a otro a la mierda como lo hizo Labordeta en el Parlamento.
El parlamentismo debe ser profundo en su contenido, gráfico en la expresión y ocurrente en cuando sea necesario, así se cuenta que durante la República a un diputado conservador, le recriminó otro parlamentario diciendo: «¿Qué podemos esperar de un diputado que usa calzoncillos de seda?». A lo que este respondió: «No sabía que su mujer fuera tan indiscreta». Hoy le habrían llamado de todo.
Lo malo de nuestros políticos, no solo lo mediocres que son en general, sino una falta de ingenio que sólo aparece en contadísimas ocasiones y no solo eso sino que se insultan y encima se insultan mal.
Tengo la sensación que a veces lo hacen de cara a la galería, con escasa convicción, confunden las formas que les hacen aparecer como aparentes con el sabérselas saltar a tiempo y en el momento adecuado. Tan es así que quien aparece como ocurrente es Rufián que al lado de Labordeta es lo que con todo mi aprecio Leticia Sabater a Montserrat Caballé, pero hay que reconocerle que sabe poner cara de malo cuando suelta sus frases más propias de redes sociales que de la dialéctica parlamentaria.
Afortunadamente no estoy en el Parlamento y me temo que mi reacción sería más próxima a la del diputado de los calzoncillos de seda que a la de Labordeta, pero no les quepa la menor duda que si estuviera allí, un día con cualquier escusa aunque fuera con motivo de una discusión sobre la exportación de rábanos a la Unión Europea miraría a los de Bildu y les diría: “¿Hombres de paz? ¡Viva la Guardia Civil! Y váyanse a la mierda”.
No se sí lo haría igual de bien que el cantautor aragonés, pero me quedaría igual de ancho.
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