Estrategia
Historia
El nazi que se creyó Tintín
Léon Degrelle, un político belga y oficial de las Waffen SS, fue amigo de Georges Remi, más conocido como Hergé, aunque todo aquello acabó demasiado mal
Al leer las aventuras de Tintín, no son (somos) pocos los que hemos tenido la tentación de querer ser ese reportero capaz de meterse en los más atractivos y peligrosos líos para resolverlos solo o con la ayuda de sus amigos. Sin embargo, hay quien también pensó que había sido la inspiración de uno de los personajes más grandes de la historia del cómic. Había motivo porque había sido íntimo amigo de Hergé, el padre de la criatura de tinta china. El protagonista de esta historia se llamaba Léon Degrelle y acabó convirtiéndose en un verdadero dolor de cabeza para el dibujante, entre otros motivos, porque podía sacar a la luz algunos de los episodios más turbios en los inicios de las andanzas de Tintín.
En 1991, el periodista Hervé Gattegno advertía de la que se venía encima en el artículo «Tintin et les fascistes». «Pánico entre los tintinófilos. El anciano general de las SS Léon Degrelle, fundador del partido rexista belga, afirma en sus memorias “Tintín soy yo”». Un año más tarde se cumplió la amenaza y vio la luz uno de los más controvertidos libros que se han escrito sobre el personaje. Bajo el título «Tintin mon copain», es decir «Tintín, mi compañero», Degrelle trataba de demostrar que él había sido el punto de partida para la más importante creación de Hergé. Cuando el libro ve la luz, casi autopublicado, Degrelle está en el final de su vida y sabe que el dibujante ya no podrá rebatir sus afirmaciones porque hace años que está muerto. Con aquel trabajo, una autobiografía disfrazada de reivindicación tintinesca, lanzaba su último torpedo contra la memoria de quien había sido su amigo de juventud. Para entender todo esto tenemos que echar la vista atrás, antes de que Europa conociera la Segunda Guerra Mundial.
Estamos en la redacción de «Le Vintigtième Siècle», un periódico belga de corte «conservador, muy conservador», como lo define un amigo de Hergé. En su redacción, en Bruselas, colabora un joven Georges Remi, más conocido por su alias de Hergé, y que cuenta con veintiún años. Es allí donde coincide con periodistas y donde se entera de lo que ocurre en el mundo, por ejemplo, gracias a las crónicas que envía un enviado especial llamado Léon Degrelle y que tiene un año más que el dibujante. Degrelle se había marchado a México para realizar crónicas en las que se destacaba el martirio sufrido por doce mil católicos que habían perecido en aquel país americano. Pero Degrelle, además de sus textos, envía algunos ejemplares de las publicaciones que encuentra en ese continente. Hergé las lee y descubre en ellas algunas de las tiras cómicas de los diarios mexicanos, una forma narrativa que lo atrae. Son personajes estadounidenses y una técnica que, gracias a los envíos del corresponsal, atrapan al artista.
En 1929, empezaron a aparecer en «Le Vintigième Siècle» las primeras viñetas con Tintín viajando al país de los soviets mientras que las crónicas de Degrelle no empezarían a publicarse hasta febrero de 1930. Degrelle jugó con las fechas para hacer creer a todos que él era el modelo que buscaba para dibujar al intrépido reportero. Sin embargo, los dos colaboraron en un folleto de casi 40 páginas, «Histoire de la Guerre Scolaire» en 1932. El padre de Tintín realizó la portada y las viñetas. Degrelle diría después de ese trabajo que «Hergé diseñó la portada de mi panfleto, con un arte tan puro como preciso, y la firmó con Hergé en mayúsculas, fue una obra maestra de la sencillez artística. Hergé había agregado dibujos que marcaban mi descripción de los hechos».
Sí, podemos decir que fueron amigos, hasta el punto de compartir viajes. Pero la amistad empezó a desdibujarse cuando Degrelle, cada vez más radicalizado e impulsador de un partido ultraderechista, pensó en el dibujante para que trazara un cartel de esa formación, el Partido Católico. Hergé llegó a realizar un boceto, pero no quedó contento., así que se echó atrás. Sin embargo, el ya político tomó el apunte y lo llevó a imprenta, ante el enfado de Hergé. El caso acabó resolviéndose en los tribunales.
Ambos se distanciaron y Hergé trató de no tener ningún contacto directo con quien fue un oficial de las Waffen SS. Tras la guerra, Degrelle se instaló en España donde redactó varios libros, como uno dedicado a Rusia. Hergé lo leyó y lo definió como «muy emotivo y muy bien escrito».
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