Censura

El espía que interesó a Vargas Llosa y Dowing Street no quiere que conozcamos

Los diarios personales de Roger David Casement siguen siendo hoy un secreto de Estado y no pueden consultarse

Mario Vargas Llosa, autor de "El sueño del celta"
Mario Vargas Llosa, autor de "El sueño del celta"Javier LópezAgencia EFE

Es el 3 de agosto de 1916 y en la prisión londinense de Pentonville, un hombre sube al patíbulo. Le espera la horca, pese a que ha tratado de salvarse de ella. Había sido detenido el 21 de abril de ese año por la policía inglesa en Tralee, en el condado irlandés de Kerry tras haber sido sorprendido un día antes desembarcando de un submarino alemán. Ha sido condenado por alta traición. Es un enemigo, pero desde que tuvo lugar el juicio ha conseguido el apoyo de muchos ingleses que reclaman su libertad. Sin embargo, la suerte está echada y sir Roger David Casement verá ese 3 de agosto por última vez la luz del día.

Casi al mismo tiempo que el reo iba a ser ejecutado, se puso en marcha una campaña con la que se le quiso desacreditar. Los medios británicos iniciaron la publicación de una serie de fragmentos procedentes de los diarios, o eso parece, del espía, todos ellos comprometedores por su contenido sexual. Más de un siglo después de esos hechos, la polémica persiste porque el gobierno británico prohibió en 1959 su difusión y no podrán publicarse hasta 2059. Esta es la historia de una censura o, tal vez, de un fraude.

Parece probado que Casement, diplomático británico y protestante irlandés que había denunciado los abusos del colonialismo tanto en el Congo como en la Amazonia, decidió dejarlo todo para apoyar a los irlandeses contra los ingleses. Cuando fue arrestado poco después de llegar a Gran Bretaña, había participado en las revueltas que unos días antes habían tenido lugar en Dublín, y que provocaron unas 3.000 víctimas sumando muertos y heridos. Quince de los responsables del levantamiento fueron ejecutados. Estaba claro que Casement, una vez detenido, iba a correr la misma suerte que sus amigos, como así fue. De nada sirvieron las peticiones de clemencia, incluso la del escritor George Bernard Shaw, gente que vio numerosas irregularidades en el proceso que acabó con el condenado en la horca.

El escándalo estalló el 30 de junio, con Casement esperando a que se cumpliera la sentencia. Fue ese día cuando el “Daily Express” informó que nuestro protagonista era “un traidor extremadamente degenerado”. Era un anuncio de lo que vendría en los siguientes días: la publicación de varios fragmentos de los denominados “diarios negros” en los que el héroe irlandés detallaba sus encuentros homosexuales, así como de los lugares donde se desarrollaban. Si lo que se contaba en esos documentos era cierto, Roger David Casement tenía una doble personalidad porque en sus otros cuadernos, los llamados “diarios blancos”, omitía toda referencia a su ajetreada actividad sexual en la que compartía noches con dos o tres hombres con descripciones de corte morboso.

El hecho de que la publicación de los fragmentos llegara en el momento en el que muchos pedían la conmutación de la pena, hizo que se sospechara que los diarios eran en realidad una falsificación de los servicios de inteligencia británicos. Era una manera de socavar a la opinión pública, aunque los apoyos a Casement no mermaron. Precisamente dos altos cargos del imperio británicos habían sido los responsables de divulgar en los periódicos los fragmentos. Eran Wilson Reginald Hall, jefe del servicio de información del Almirantazgo, y sir Basil Thompson, comisario jefe de Scotland Yard. Asimismo copia de los documentos habían sido enviadas al arzobispo de Canterbury y al rey Jorge V.

Los abogados de Casement trataron de hacerse con los diarios que circulaban por las redacciones, pero no tuvieron suerte porque todo pasó a manos del ministerio del Interior. Los documentos se convirtieron en un secreto de Estado una vez se cumplió la sentencia. El representante legal del ya fallecido Casement insistió en obtener los papeles en varias ocasiones, incluso en 1939, pero nunca se le permitió su consulta.

No fue hasta 1959 que la polémica volvió a surgir cuando un libro, “The black diaries” de Peter Singleton-Gates y Maurice Girodias, reproducía nuevos pasajes a partir de documentación hasta ese momento inédita. El volumen, publicado simultáneamente en París y Nueva York, generó un profundo debate en la Cámara de los Comunes. El ministerio del Interior reconoció que guardaba los diarios originales, pero permitió que fueran estudiados durante muy pocos días por personas aprobadas por el Gobierno. Todos dijeron que eran auténticos. A continuación Dowing Street decretó que no volverían a mostrarse públicamente hasta pasados cien años.

La controversia sigue en la actualidad e, incluso, ha inspirado a Mario Vargas Llosa su novela “El sueño del celta”. El Premio Nobel cree que los diarios son genuinos, pero que en realidad lo que hizo Casement fue escribir la historia que quería vivir.