Opinión
La fiesta del “procés”
Este pasado 15 de agosto de 2047, cumplí 90 años, la verdad es que me encuentro estupendamente, desde lo de la pandemia de principios de los años 20, la ciencia ha avanzado una barbaridad y con los de chips de rejuvenecimiento, estoy mejor que cuando tenía 60.
Este 1 de octubre, como cada año, mi nieto me volvió a pedir ir a la fiesta del procés;
“Abuelito, que van mis amigos y me dicen que es muy divertida. Además, yo cada domingo voy contigo al Español (que recuperó su antiguo nombre). Por fa, abuelito llévame”.
Total que he dicho que sí, que vale, que le llevo a la fiesta del procés del 1 de octubre, y la verdad es que hay que reconocer el acierto de las autoridades al promoverla como fiesta turística.
Verán, se vende un pack completo con una estelada, una camiseta de “llibertat presos politics” (ya no hay nadie preso), unos lazos amarillos y se reserva asiento en la plaza Cataluña, cada pack vale 10 bitcoins. Antes daban un carnet de la República catalana, pero resultaba extraño que el 90% de los catalanes tuvieran los ojos rasgados y la tez amarillenta.
En la tarima sale un señor y dice “ahora vamos a declarar la independencia, conectamos con Waterloo”, los turistas chinos, japoneses y coreanos que son los que más disfrutan la fiesta aplauden entusiasmados. “Proclamo la república catalana” y entonces siguiendo las instrucciones del maestro de ceremonias todos dicen –aaahhh-, luego cuentan al unísono, con especial énfasis los orientales antes citados, -uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y sale el mismo señor y dice “la dejamos sin efecto” y todos gritan –ooohhh-.
Los niños se lo pasan bomba en los diferentes stands, sobre todo en uno en el que hay un señor muy feo que cada vez que viene un niño se deja hacer una foto y le repite “ho tornarem a fer”. Además pueden jugar al pilla pilla con ilustres figuras de la historia catalana como Santa Teresa de Mollerusa, Cristófol Colom o Miquel de Servants.
La fiesta dura un par de horas, luego todos se van a casa muy obedientes y los niños de la mano de los abuelos van a comprar chuches, los chinos, japoneses, coreanos y algún que otro ruso se marchan encantados con sus souvenirs, y cuando vuelven a su país les cuentan a sus amigos que además de comer paella y beber sangría en España han tenido la bonita experiencia de proclamar una independencia.
Lo que me he perdido todos estos años por mis perjuicios constitucionalistas.
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