Opinión

«Que sí, que sí, que te lo juro…»

Patrulla policial de la Ertzaintza
Patrulla policial de la ErtzaintzaERTZAINTZAERTZAINTZA

Aunque lo crea, uno nunca lo ha visto todo; siempre hay que dejarle un margen a la sorpresa, a lo inesperado y a lo inimaginable. Mi madre, que las ha vivido de todos los colores, cree, por ejemplo, que algún día tendremos que pagar por respirar, y también que, de algún modo, se podrá conocer lo que estamos pensando. Si llega ese día, a ella, pues, no le sorprenderá.

Si le cuentas a un norteamericano (a éstos, especialmente; pero también a cualquier persona sensata, sea yanqui o no) que, en España, si te vas de vacaciones o a ver a la familia unos días y, a la vuelta, te encuentras con que un tío se ha metido por la jeta a vivir en tu casa; y que entonces, aunque vayas a la policía, ya no lo puedes echar porque la ley otorga al malhechor el derecho a quedarse ahí, probablemente te preguntará dónde compras la marihuana y si es que la de aquí tiene alguna propiedad especial que multiplique portentosamente sus efectos.

«Que sí, que sí, que te lo juro…», tendrás que insistir.

En Trapagaran (Vizcaya), la desgraciada lotería le tocó la semana pasada a un señor octogenario muy apreciado en el pueblo. Y, como todos llevamos de fábrica un sentido natural de justicia, el instinto que nos dice lo que es justo y lo que no, independientemente de las leyes que rijan en cada momento, pues los vecinos, indignados, se levantaron para poner orden «a la antigua», donde la justicia progresista no puede hacerlo. Pero la toma de la Bastilla, esta vez, quedó en una mera intentona. Cuando llegaron a los aledaños de la casa ocupada, se encontraron con que la policía se había apostado allí para impedirles el paso. Probaron a acceder por otros puntos, pero en todos había furgones policiales para frenar a la exaltada marabunta. Tenían que proteger a los criminales. No para salvarles del linchamiento –eso podría entenderse– sino, previamente, porque debían salvaguardar su derecho a seguir en la casa ocupada. «Que sí, que sí, que te lo juro…».

Que la policía se ponga al servicio del delincuente es kafkiano. Que alguien pueda quedarse en la calle, sin poder entrar en su propia casa porque otro, sin más, se ha colado dentro, es el posgrado de la injusticia y la insensatez. Es el mundo al revés. Y, precisamente por eso, es algo que, tarde o temprano, caerá por su propio peso. Pero, hasta entonces, seguiremos esforzándonos en explicárselo a los yanquis y en convencerles de que no es cosa de la marihuana de por aquí.