Opinión

Pensamos ingenuamente

Colas para vacunarse contra la covid-19 ante el recinto ferial de la Fira de Barcelona donde se ha instalado un punto de vacunación, este domingo
Colas para vacunarse contra la covid-19 ante el recinto ferial de la Fira de Barcelona donde se ha instalado un punto de vacunación, este domingoToni AlbirAgencia EFE

Después de la Primera, al ver tanto sufrimiento y tanta destrucción, pensamos que ya no habría otra, pero veinte años después vino la Segunda Guerra Mundial, tras la cual pensamos que todo conflicto bélico, toda persecución por causa de sangre, y toda destrucción masiva y sistemática quedarían para siempre en el terreno del nunca más.

Pensamos también que Zika y Ébola son cosas lejanas, que afectan a otros. Y seguimos pensando de esta ingenua manera cuando de lejos vimos que se expandían, provocando enfermedad y muerte, el síndrome mers y el síndrome sars, los dos precedentes inmediatos de la covid, provocados también por coronavirus.

Luego, con el virus ya en casa, incluso llegaron a decir que aquí no serían más que casos aislados, los de covid.

El pensar ingenuo, rápido y superficial conduce al error y por tanto a consecuencias negativas, tanto por sus evidentes efectos en las personas como por la también evidente pérdida de confianza. Pero esta forma de pensar, luego de decidir, puede ser debida al hecho de no saber, y éste a su vez puede ser debido a que aún falta mucho por saber. En este caso lo podemos entender, pero no disculpar.

Podemos entender los errores si éstos en su momento se basaron, por pura copia, en el error del vecino, que parecía actuar con solvencia y sabiduría. No podemos culpar ahora a quien tomó esas decisiones, pero sí podemos decirle que reconozca que no sabía lo suficiente, ni escuchó lo suficiente. Y que a partir de ahora debe atender a lo que le dicen, sea desde la tribuna académica, sea desde la calle, desde lo social, desde el trabajo, desde la escuela y universidad.

En caso contrario, estaremos más que autorizados a pensar que lo ingenuo es aquí la pátina de lo soberbio, es decir, del orgullo tozudo de no aceptar que los demás somos igual de inteligentes y que por tanto vale la pena que nos escuchen y nos tengan en cuenta.