Opinión

Sabiduría popular

Miguel de Unamuno retratado por Maurice Fromkes.
Miguel de Unamuno retratado por Maurice Fromkes.museo del prado

Hablo de la sabiduría popular recogida en refranes, dichos y otras fórmulas expresivas que nacieron de la observación y la experiencia, se transmitieron de generación en generación y han conformado secularmente la cultura y la memoria de los pueblos.

Muchos de esos dichos y refranes condensan una enseñanza moral (Quien bien te quiere, te hará llorar), aleccionan ante ciertas situaciones de la vida (No por mucho madrugar amanece más temprano) o instruyen acerca del tiempo, la naturaleza y el calendario de las estaciones. Esto último revestía grandísima importancia, claro está, en la cultura rural, hoy ya prácticamente extinguida. Por san Blas, la cigüeña verás, rezaba un conocido refrán, pero quién sabe hoy que la festividad de san Blas se celebra el 3 de febrero, y qué sentido tiene para los que nunca han vivido en el campo la advertencia sobre la llegada de la cigüeña, que se completaba en el mismo refrán con una segunda parte: y si no la vieres, mal año esperes.

Por cierto que en este apartado, el referido al tiempo y el calendario, el mes de febrero no salía muy bien parado: Febrerillo el loco, un día peor que otro; En febrero, un día al sol y otro al brasero; Febrero es un mes embustero; Febrero, traicionero…

Brotaron asimismo de la inspiración popular, escueta y sin artificio, y conservan su chispa y donaire, algunas comparaciones que difícilmente un poeta podrá nunca igualar: oscuro como la boca de un lobo, sordo como una tapia (¡y eso que las paredes oyen!), borracho como una cuba, más bruto que un arado, más ligero que una centella, más limpio que una patena, más claro que el agua, más bueno que el pan, más fresco que una lechuga, más alegre que unas castañuelas, más listo que el hambre, más pesado que una vaca en brazos, más raro que un perro verde, más sucio que el palo de un gallinero, más largo que un día sin pan, más derecho que una vela, más contento que un niño con zapatos nuevos, más vago que la chaqueta de un guardia, aburrirse como una ostra, comer como una lima (por alusión a la herramienta que hace lo propio con la madera)… Y fumar como un carretero, cuando los había, y pasar más hambre que un maestro de escuela (in illo tempore, aunque no hace tanto).

Conservan también la gracia y el sabor de buena cepa expresiones como «gente menuda», para designar a la chiquillería, «gente gorda», acaso porque era eso lo que más les envidiaban a los ricos y poderosos aquellos que bastante tenían con procurarse el pan de cada día, y con ello se conformaban (y lo mismo vale para «pez gordo»), o «la real gana», equivalente al culto y pedregoso «el libre albedrío».

De vena popular y finísima chispa son igualmente las canciones y romances de tradición oral, como esta redondilla anónima, muy recordada por Unamuno: «Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos».