Un señor de Barcelona
Balañá, una vida de toros y espectáculo
Josep Guixà firma la primera biografía del que fuera uno de los grandes empresarios dedicados al ocio en Barcelona
En sus manos estuvo la diversión de toda una ciudad. El ocio fue su manera de ganar dinero, pero también su manera de entender la vida. Eso es lo que podemos encontrar en las páginas de un libro de reciente publicación. Es la primera biografía de quien fue todo un señor de Barcelona y se llamaba Pedro Balañá Espinós. Su vida ha sido estudiada por el periodista Josep Guixà en «Balañá. El mayor espectáculo del mundo», editado por Almuzara.
La empresa de seguir los pasos de Balañá no es una tarea fácil. Guixà puntualiza que su biografiado se encargó de ser escurridizo, aunque siempre fue un hombre accesible para los medios o, más bien, sabía cómo debía utilizar a los medios.
Vinculado a Terrassa, así como a los barrios de Sants y Les Corts, nuestro hombre era lo más parecido que hemos tenido a esos empresarios emprendedores estadounidenses que saben dónde deben buscar oro. Ese oro lo encontró en el mundo del espectáculo, en teatros, cines y plazas de toros mientras se relacionaba con militares y políticos.
El 5 de enero de 1927, un desconocido empresario llamado Pedro Balañá se hacía con el control de Las Arenas y la Monumental, las dos principales plazas de toro en la capital catalana, hasta ese momento en manos de unos gestores madrileños. «Me preguntaron cómo pensaba arreglármelas, si ellos, entendiendo de toros, habían perdido tanto. Contesté que, efectivamente, yo no entendía de toros, pero sí de administración y de negocios», explicaría mucho tiempo después Balañá en una entrevista.
El empresario demostró tener olfato y saber ganar dinero, aunque algunos –como el ayuntamiento de la ciudad– cuestionarios los métodos del empresario, como que a algunos toreros decidiera pagarlos en función de lo que se había recaudado en taquilla.
Con la llegada del franquismo a Barcelona, Balañá trató de mantener un perfil bajo políticamente hablando. Fue en esa época cuando nació el mito del empresario Balañá. En ello fue particularmente significativa la presencia en la plaza de toros de la capital catalana del torero de moda, Manolete, y con el apoyo del gobernador civil Antonio Correa Veglison. Comenta Guixà en su libro que «las corridas de toros ofrecían distracción a una sociedad española traumatizada por la guerra civil, sometida a privaciones económicas y angustiada por el devenir de la contienda bélica internacional. El principal protagonista del espectáculo era Manolote, quien por su estampa trágica, su hondura artística y su entrega de tantas tardes era considerado como un modelo de conducta por un régimen autodefinido como “reserva espiritual de Occidente”».
En ese tiempo Pedro Balañá compró la plaza de toros de la Monumental a quien hasta ese momento era su propietaria, Rosario Segimón, quien también había sido la dueña de la Casa Milà, es decir, la Pedrera de Gaudí. Balañá se hizo con la Monumental por quince millones de pesetas de aquel tiempo. A los ojos del empresario barcelonés no solamente era un lugar para festejos taurinos sino que vio en él un auditorio multiusos.
La compra de la Monumental fue el pistoletazo de salida para la expansión comercial de Balañá. Tras el final de la guerra, había abierto una pequeña sala de cine llamada Avenida de la Luz mientras que su hermano Papitu se consolidaba como exhibidor cinematográfico en L’Hospitalet de Llobregat. Desde un pequeño despacho, definido por Manuel del Arco como «el cuarto de trabajo de un tendero de ultramarinos», Balañá empezó su conquista, con espacios tan míticos como el Tívoli, en cuya pantalla se estrenarían algunas de las producciones más importantes que llegaban desde Hollywood. Cuando se le preguntaba si él era el encargado de seleccionar lo que se estrenaba, Balañá respondía que «las de estreno, casi todas, y las demás, mi hijo, con mi sobrino». También sostenía que la tauromaquia era un mundo más complejo que el del séptimo arte, porque «el de los toros es hijo de las circunstancias». Con todo ello, como dice Josep Guixà, Balañá «logró cumplir el sueño de su admirado James Cagney, posicionarse en la cima del mundo».
El libro, además de ser una crónica de la vida del empresario con numerosa información inédita o poco conocida, también logra ser una manera de adentrarnos en su despacho y saber cómo hacía sus negocios. Su buena mano para la negociación, su olfato para saber de los gustos del gran público, hicieron de Pedro Balañá alguien que estuvo a la altura de las circunstancias del espectáculo.
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