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Buengiorno, Barcellona!! ¡¡Hola, Italia!!

Un libro analiza la influencia y la huella italiana en la cultura barcelonesa

Pier Paolo Pasolini, entre José Agustín Goytisolo y Salvador Clotas en la Barcelona de 1968
Pier Paolo Pasolini, entre José Agustín Goytisolo y Salvador Clotas en la Barcelona de 1964UAB

Barcelona es una ciudad que, a lo largo de los siglos, se ha alimentado de diversas culturas. Una de las que más han influido en la capital catalana es, indudablemente, la italiana, cuya huella sigue siendo evidente hoy. Esto es precisamente lo que explora el interesante libro recién publicado por el Ayuntamiento de Barcelona bajo el título «Solare, notturna e sonora», un documentado ensayo de Amaranta Sbardella, traducido por Xavier Valls i Guinovart. La obra propone un apasionante viaje histórico de dos siglos que perdura hasta hoy, revelando afinidades electivas plasmadas en libros, teatro y música.

El recorrido comienza en un momento clave para Barcelona: la Exposición Universal de 1888, que supuso una transformación arquitectónica comparable a la de los Juegos Olímpicos de 1992. Testigo de ello fue el periodista y crítico Angelo Bignotti quien describió la ciudad como una vida nueva y fluorescente. Estas impresiones quedaron recogidas en su «Gli italiani in Barcellona», de 1910, donde también retrató a la colonia italiana asentada en la ciudad, una comunidad que crecería en las décadas siguientes.

Llegaron empresarios como Ercole Cacciami, fundador del lujoso Gran Hotel de Inglaterra en plaza Catalunya, que incluía ascensor eléctrico. Pero la mayor aportación cultural italiana fue la ópera: cantantes líricos que rivalizaban en el Teatre Principal o el Liceu interpretando a Rossini y Verdi, algunos inmortalizados en el callejero barcelonés, como el tenor Masini.

En 1910 se inauguró la sede barcelonesa de la Società Dante Alighieri y, al año siguiente, la emblemática Casa degli Italiani, ubicada desde 1912 en el pasaje de Méndez Vigo, 8. Por sus salones pasaron figuras como Luigi Pirandello, Guglielmo Marconi o Luciano Pavarotti, entre muchos otros. Este hecho coincidió con la idealización de la cultura italiana por parte de la sociedad catalana, especialmente en el ámbito de las artes, ya fueran renacentistas o contemporáneas. En parte, ello se debió al pintor Josep Aragay, quien, tras pasar dos años en Italia, se convirtió en el impulsor del renacimiento artístico en Cataluña e influyó en figuras como Carles Riba, Eugeni d’Ors o Tomàs Garcés. Su ejemplo también animó a otros a viajar a Italia, como fue el caso de Josep Pla, quien llegaría a conocer a Pirandello en Roma.

Hablando de la capital italiana, uno de los grandes nombres que ha dado –y matado– esa ciudad es Pier Paolo Pasolini, quien no dudó en elogiar la lengua catalana, que calificó como «magnífica» y que intentó traducir a Carner y Verdaguer. En 1964 viajó hasta Barcelona para conocer a los padres de Enrique Irazoqui, su Jesucristo particular en «El Evangelio según san Mateo». En las calles barcelonesas se reencontró con José Agustín Goytisolo, además de conocer a Román Gubern y Miquel Porter i Moix. Fascinado por el Barrio Chino, lo que hoy llamamos el Raval, se interesó por sus habitantes, por las condiciones en las que vivían, por el submundo de la prostitución... Pasolini regaló a Barcelona una conferencia que acabó haciendo en la sala de autopsias del Hospital Clínic.

Si seguimos con cineastas italianos en esta ciudad, no nos podemos dejar a Michelangelo Antonioni que en «Professione reporter» hizo de Barcelona su plató principal. Su protagonista David Locke, interpretado por Jack Nicholson, recorre el Palau Güell, el puerto, las Ramblas o la Pedrera en lo que parece un gran fresco de la vida cotidiana en 1975.

Si nos acercamos al mundo de las letras, Barcelona y sus gentes son los protagonistas de un delicioso cuento de Antonio Tabucchi, «El rencor y las nubes» que aparece en el volumen «Pequeños equívocos sin importancia». En este relato, Tabucchi, quien fue pregonero en el Saló de Cent de Sant Jordi, en 2006, describía Barcelona como el último reducto de humanidad.

Otra figura destacada de la literatura italiana, Luigi Pirandello, fue el protagonista el 27 de noviembre de 1923 del estreno de «El gorro de cascabeles», en versión catalana de Josep Maria de Sagarra y en un escenario tan exigente como el del Teatre Romea. Sagarra sabía del éxito de Pirandello gracias a las noticias que le llegaban por vía de Josep Pla. La apuesta pirandelliana fue tan importante que el propio autor de “Seis personajes en busca de autor” visitó Barcelona para dictar una conferencia, flanqueado por algunas de las glorias intelectuales del momento, como Soldevila, Manent, Riba o López-Picó, entre otros. Y no se puede hablar solo de Sagarra padre, hay que citar también a Joan de Sagarra, a quien La casa degli italiani reconoció con el título de «Commendatore» por el interés que siempre tuvo por la cultura y la gastronomía italiana, como demostró en los últimos años en las líneas que dedicó al chef italiano instalado en Barcelona, Alessandro Castro.

La huella italiana sigue vigente en Barcelona. El cine, la literatura y el teatro proveniente del país de la bota siguen encontrando adeptos en esta ciudad. Este interés todavía vivo -véase el éxito en el teatro de Toni Servillo o los numerosos lectores de Francesca Giannone- es fruto de esa semilla de italofilia que plantaron nombres como Josep Pla, Josep Maria de Sagarra, Jaime Gil de Biedma, Josep Maria Castellet o Carlos Barral. Este amor por Italia ha seguido creciendo; buen ejemplo de ello es la librería La Piccola: situada en el barrio de Sarrià, ahí se pueden encontrar todas las novedades editoriales italianas, así como los clásicos de siempre. Y es precisamente en el barrio de Sarrià donde más se refuerzan los lazos entre los dos países; ahí está la Scuola dell’Infanzia italiana donde los más pequeños crecen aprendiendo a amar las dos culturas.