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Homenaje

Caligrafía de los sueños de Juan Marsé

Un acto en la librería Alibri de Barcelona conmemoró los cinco años de la desaparición del autor imprescindible de «Últimas tardes con Teresa»

La mirada de Juan Marsé QUIQUE GARCÍAEFE

La vida a veces se vuelve irónica, incluso en el momento de despedirse. No deja de ser curioso que Juan Marsé, quien tantas páginas ha dedicado a los derrotados de la Guerra Civil, se fuera un 18 de julio, el día en el que en 1936 un grupo de militares lo hicieran estallar todo.

Marsé se fue hace un lustro y lo hizo acompañado, en la habitación del hospital, de un libro de Juan Carlos Onetti. Y rodeado de libros fue recordado ayer en Barcelona de la mano de aquellos que mejor lo conocieron, de la mano de familiares y amigos, pero sobre todo lectores, los que se reunieron en la histórica y ya casi centenaria librería Alibri para rememorar a quien sigue siendo un autor imprescindible, uno de los mejores que ha dado nuestra ciudad en el siglo pasado.

Lejos del boato, la purpurina y la pompa que tanto se estila ahora en Barcelona de la mano de las autoridades oficiales, la librería optó por lo mejor para poder construir un paseo por la memoria del autor de «Un día volveré» y «Si te dicen que caí». Y eso fue el poder contar con la presencia de Berta Marsé, escritora e hija del homenajeado; Eduardo Mendoza, amigo y compañero de generación literaria; y el poeta y crítico literario David Castillo. A ellos se les sumó también la participación musical de Luna Orleans y su guitarra, interpretando «Perfidia», una de las canciones que aparecen citadas en «El amante bilingüe». Todos ellos dibujaron un retrato, una necesaria cartografía de los sueños para poder viajar por Juan Marsé y su obra, algo que agradecieron los numerosos asistentes a este emocionante acto.

En el público estaban también estaban muchos, mejor dicho, muchas de las que lo conocieron bien, como Silvia Querini, quien fuera su editora en Lumen de buena parte de sus últimos libros, además de Carina Pons y Gloria Gutiérrez de la Agencia Carmen Balcells.

Los tres ponentes coincidieron al resaltar un aspecto: el gran trabajador que fue siempre. «Todos los libros le costaban. No hablaba mucho de eso en casa. Cuando terminaba decía que no sabía si haría otro porque aquella era un gran esfuerzo físico como mental», explicó Berta Marsé recordando que nunca contaba nada a los suyos sobre su proceso de trabajo. «No tenía ningún ritual. Se levantaba temprano y se iba a su despacho. Se pasaba el día trabajando sin que lo molestáramos. Su ritual era ese: el de picar piedra. durante toda la mañana y, a veces, por la tarde. Luego, al ordenador, llegó tarde», añadió Berta Marsé.

Por su parte, Eduardo Mendoza resaltó sobre este punto que «aunque sus novelas parecen comprometidas, son novelas tremendamente literarias. “Últimas tardes con Teresa” la leímos pensando qué palo da a la burguesía, pero es una obra tan trabajada, tan al día de lo que pasaba en la literatura en Europa y Estados Unidos. Igual que con “Si te dicen que caí”, el título que todos habríamos querido en una novela. Marsé consigue mezclar esta extracción social suya de cine de barrio, de experiencia personal en talleres y bares cutres, con la preocupación que otros tenían». Y es ahí donde está una de las claves, como se encargó de matizar David Castillo porque el escritor barcelonés hacía algo en sus libros que «parece sencillo, pero es muy trabajado. En vez de ir a la universidad a hacer filología, fue a la joyería para pulir».

Algunos aspectos de la personalidad de Marsé quedaron apuntados en la mesa redonda, como su peculiar carácter, en ocasiones definido como el de macarra, aunque Mendoza concretó que su amigo era «una mezcla de macarra y Henry James». En estos enfados tuvo bastante que ver la mala suerte de las adaptaciones cinematográficas de su obra, con la tragedia de no haberse materializado la que quería hacer Víctor Erice de «El embrujo de Shanghái». «Es la que le habría gustado porque se entendía muy bien con Erice», rememoró Berta Marsé. A este respecto, Mendoza dijo que «hacíamos apuestas sobre quién de los dos tenía las peores adaptaciones cinematográficas, aunque las de Marsé son bastante horrorosas. El problema es que ves la película y es mala, por lo que puedes llegar a pensar que también lo es el libro. Pero es que es muy difícil adaptar a Marsé porque parece fácil porque hay una historia, pero por debajo hay otras cosas y si eso no se entiende entonces la cosa sale mal».

David Castillo compartió varias y jugosas anécdotas, como cuando explicó que a Marsé le enfadaba que le enviaran tantos libros. «¡Podrían también enviarme un jamón en vez de tanto libro!», le exclamaba. O que le gustaba estar siempre cerca de niños, perros y gatos. «Le gustaban los bichos. Era como Marlon Brando en “El Padrino”, le venían los animales de manera natural», dijo.

A Castillo se lo ponía fácil el autor de «Un día volveré», incluso en las entrevistas, incluso en días tan terribles como el de la muerte de Jaime Gil de Biedma. «Al principio me contestaba con un sí, con un no... Pero es que ese día estaba como si le hubiera caído un piano encima, pero finalmente se reactivó, aunque me dijo: “El resto ya lo sabes tú. Te lo inventas”», rememoró el crítico literario y poeta.

En una de las entradas de sus diarios, concretamente la del 20 de diciembre de 2018, escribía Marsé: «Cálidas palabras. Eso es lo que necesito. Palabras cálidas». Eso es lo que recibió en este homenaje. Solamente faltó rematarlo posteriormente en el bar del Majestic con un whisky con hielo, como habría hecho el padre del Pijoaparte.

Menos mal que tenemos las librerías para un día volver a Juan Marsé.