Memoria histórica

Los catalanes que aplaudieron la llegada de Franco

Un libro del Ayuntamiento de Barcelona documenta cómo fue la caída de la ciudad en 1939

Un momento del desfile de la Victoria en la Diagonal con la presencia de Franco en un balcón
Un momento del desfile de la Victoria en la Diagonal con la presencia de Franco en un balcónAFB, Pérez de Rozas

Desde hace algunos años, el Ayuntamiento de Barcelona está poniendo un especial empeño en recuperar la memoria histórica y visual de nuestro pasado más reciente, aunque a veces nos resulte incómodo. Es el caso de un imponente libro titulado «Barcelona, gener de 1939. La caiguda», un impresionante trabajo de investigación en archivos y hemerotecas por parte del profesor Francesc Vilanova i Vila-Abadal. El volumen cierra una trilogía centrada en ese periodo histórico y que se enriquece con abundante documentación inédita o perdida desde hace décadas.

En sus páginas se nos acerca a lo que fue la entrada de las tropas de Franco en Cataluña, uno de los últimos capítulos de la Guerra Civil. Pero para comprender lo que fue aquello, Vilanova i Vila-Abadal nos traslada a los días previos. Todo empezó la tarde noche del 25 de enero de 1939 y, gracias a esta obra, podemos conocer las instrucciones militares para la ocupación de la capital catalana. Gracias a un documento clasificado como secreto, del mismo día 25, podemos saber cuál era la hoja de ruta fijadas por el general Fidel Dávila, responsable del Ejército del Norte: «Se recordará a la tropas cuantas medidas de preocupación deben de guardar contra los posibles atentados dispuestos por el enemigo que abandona la población, esperando que todos cumplan el sagrado deber de libertadores que nos concede la victoria».

Quien tenía estas instrucciones era el general Juan Yagüe, resguardado en el castillo de Castelldefels, quien desde hacía días esperaba con impaciencia poder dirigirse con sus hombres a Barcelona porque desde el cuartel general de Franco no se le decía nada. Finalmente llegó la señal esperada: las fuerza del C.E. Marroquí entrarían en la ciudad por el sur. Esto es lo que se indicó desde el Cuartel General del Generalísimo el 26 de enero de 1939: «Dada la situación alcanzada hoy por Cuerpo Ejército Marroquí en Hospitalet y San Pedro Mártir. Conviene acelerar movimiento del Cuerpo Ejército Navarra para que a caballo del Eje Molins de Rey-Tibidabo. Ocupe este último y siga envolvimiento por la Rabasada hasta el río Besós para cortar las comunicaciones. STOP Dado retraso del movimiento del C. T .V. a veinte kilómetros del mar en línea recta, conviene envíe una fracción para entrada ciudad y disponer esta una vez cercada Barcelona en la forma ya dicha. Situación internacional aconseja acelerar acontecimientos. Situación Barcelona dominada por Montjuich –San Pedro– Tibidabo y Rabasada, así como su extensión y complejidad para su ocupación y ante la posible existencia de minas se impone garantizar posesión total población antes de celebrar actos oficiales. Lo que comunico a V. E. para conocimiento».

Las tropas de Yagüe apenas encontraron resistencia alguna en la ciudad. El día 26 ya se habían retirado los escasos efectivos republicanos que quedaban en la capital catalana. Una ciudadanía cansada y hambrienta empezó a asaltar los almacenes donde había todavía víveres. En «El Correo Catalán» del día siguiente se hablaba de que «el pueblo famélico, exámine de tanto sufrir, requisaba víveres. ¿Lentejas? ¿Píldoras del Doctor Negrín? No, señores: manjares exquisitos, latas enormes de jamón en dulce, de piña de América, de salmón en escabeche, luccky, kammel y otras golosinas de olvidado recuerdo, que la nueva plutocracia marxista tenía almacenados, para contemplar impunes el hambre de las masas». Ese mismo día, otro medio, «Unidad» de San Sebastián, recogía una crónica de Carmelo Marín donde explicaba que «como dato interesante puedo afirmar que antes del mediodía habían sitiado los depósitos de víveres de la Generalitat, en los que, por cierto, había una gran cantidad de víveres a pesar de lo cual la población se moría de hambre».

En otros escenarios barceloneses tenían lugar incendios, como el que sucedía en el Hotel Colón, por entonces sede del PSUC, como consecuencia de la destrucción de documentos.

Este libro nos ayuda a conocer la cartografía de la caída de Barcelona, con las diferentes divisiones y unidades, tanto franquistas como italianas, que se hicieron con la ciudad. Todo ello se acompaña con un interesante aparato gráfico y algunas crónicas de la época, como la que firmaba Feliciano Baratech para «El Diario Vasco» el 27 de enero de 1939: «A las dos de la tarde, Radio Nacional de España emite una nota en la que decía lo siguiente: “¡Atención, españoles! ¡Atención, españoles! ¡Atención, españoles! En estos momentos (una de la tarde) ha quedado cercada totalmente la ciudad de Barcelona, después de haberse ocupado Montjuich, el Tibidabo, La Rabasada y Vallvidrera. En estos momentos comienzan a entrar las tropas nacionales en las calles de la capital catalana. Españoles: ¡Arriba España!” Esta mañana, el cementerio nuevo de Barcelona era el objetivo inmediato de un tabor que escalaba la montaña de Montjuich por aquel lado, mientras otras fuerzas marroquíes ascendían a la cima del mismo por la Bordeta, saltando canteras y salvando cortaduras hechas a pico».

El 21 de febrero de 1939, pese a que la contienda todavía no había concluido –aún faltaba un mes para que eso ocurriera–, Barcelona acogió un «desfile de la Victoria» con la presencia del mismísimo Franco. Francesc Vilanova i Vila-Abadal recoge con detalle cómo fue aquella celebración de lo que «La Vanguardia», ese día denominó como «la gesta de Franco».

La avenida Diagonal fue el escenario del desfile en el que también participaron algunos de los más destacados generales del bando nacional, como Agustín Muñoz Grandes, Gonzalo Queipo de Llano o Juan Yagüe.

Uno de los aspectos más llamativos fue la invitación que el Ayuntamiento de Barcelona a una serie de representantes del poder local para que fueron instalados en diversos pisos en tres de los edificios de la Diagonal: el número 520, que hacía esquina con la calle Tuset; el 514, al otro lado de Diagonal con Tuset, y el 462, entre las calles Minerva y Riera de Sant Miquel. Fueron 189 los escogidos, entre ellos aristócratas encabezados por la familia Güell, como el conde de Ruiseñada y el barón de Güell, así como los barones de Albí y de Quadras, relacionados con el primer consistorio franquista en la ciudad, el marqués de Dou, además de varios de los burgueses que fueron ennoblecidos por los reyes Alfonso XII y Alfonso XIII. Curiosamente el Ayuntamiento invitó también a Fernando Álvarez de la Campa, un militar que fue nombrado alcalde de Barcelona por el general Miguel Primo de Rivera tras el golpe militar de septiembre de 1923.

Más nombres presentes en esos balcones fueron el arquitecto Adolf Florensa; Fernando Rosal Catarineu, cuñado del que fuera dirigente de la Lliga y mano derecha de Cambó; Joan Ventosa i Calvell; el jurista Antonio M. Simarro, posteriormente presidente de la Diputación provincial; Tomás Bertran de Quintana, hermano de Josep M., el fiscal republicano encargado de indagar los cementerios clandestinos consecuencia de la represión revolucionaria en los primeros días de la contienda bélica.

Tampoco faltaron en el desfile como invitados de honor José M. Bulart Ferrandis, capellán personal de Franco; además de apellidos ilustres como Trias Bertrán, Bertrán Güell, Sala Amat, Sagnier, Vidal Ribas... Por cierto, según las facturas de la época, alojar a Franco esos días costó 2.190,25 pesetas.